Cuando leí El Principito por primera vez creí estar leyendo un cuento infantil. Ciertamente está escrito en clave de fábula y ésta ha sido siempre la figura literaria utilizada para dirigirse a los más pequeños. Pero todos sabemos que la fábula es una forma de alegoría, es decir, que hay un mensaje oculto que se desvela sólo leyendo entre líneas. Así que me pregunté: ¿qué hay detrás de este ?cuento??, ¿qué descubrimos entre corderos y baobabs; entre los planetas minúsculos, las flores y los volcanes apagados o no?. ¿Qué hay detrás de los reyes, bebedores, faroleros, hombres de negocios, geógrafos y vanidosos con que se encuentra el principito?, ¿qué esconden la serpiente y el zorro?. Y sobre todo, ¿quién o qué es el principito?
Si Saint-Exupéry simpatizaba con la filosofía humanista y ésta hace hincapié en la dignidad y el valor de la persona, ¿tendría que pensar que algo relacionado con el propio ser humano sería el mensaje velado del libro?. Después de una lectura más detenida y dejándome llevar por la esencia misma de las palabras -...porque los ojos están ciegos. Hay que buscar con el corazón...- llegué a comprender su misterio: el autor hace una magistral interpretación del Alma humana. Pero no de una cualquiera, no, de un Alma justa, pura y libre. Y he aquí lo que encontré.
Los seres humanos nos enrolamos en complicados teatros y nos esforzamos en representar un papel dentro del inmenso escenario que es nuestra Vida. Pero la mayoría de las veces nos olvidamos del guión, improvisamos sobre la marcha dejándonos llevar hacia cualquier lugar, de cualquier manera, desoyendo la voz del director que nos aconseja y nos guía. Esa voz es la que nos alerta sobre las trampas de lo ilusorio y lo superficial; la que nunca olvida por qué y para qué estamos aquí. La que nos dice que el esfuerzo, el sacrificio, el tiempo dedicado a desarrollar nuestras aptitudes, la lucha por alcanzar los ideales nobles, el afán por estrechar lazos de amor y amistad, tienen una recompensa en forma de satisfacción, alegría, esperanza e ilusión; pero no se ve, porque lo esencial y lo que nos embellece es invisible a los ojos. Esa es la Voz del Alma, el principito que todos llevamos dentro. Y aún cuando el clamor y el griterío sean tan fuertes que silencien el sonido del trueno en la tormenta, ella siempre se oye...
Así que, cuando alguna vez uno de nosotros sienta un dulce cosquilleo en su interior, como una vocecita infantil que nos llama quedamente, detengamos el paso para escuchar, seamos amables..... porque posiblemente sea la risa del principito.