Era nuestro último día en Nápoles y queríamos hacer algo distinto. Ya habíamos paseado por Capri, Nápoles y Pompeya, así que decidimos ir a conocer algo de la Costa Amalfitana. Ya puedo decirles que este fue el mejor día del viaje.
Tomamos el mismo tren que habíamos tomado el día anterior para ir a Pompeya, pero seguimos casi una hora más hasta Salerno. El viaje ida y vuelta en tren no cuesta más de 10 euros por persona, mucho más barato que en otras ciudades europeas (para que se den una idea, un viaje en tren de esas distancias en Holanda cuesta 3 o 4 veces más, si es que no se avivaron y compraron tickets en promoción).
Pasando Pompeya, el recorrido tiene una vista preciosa, así que asegúrense un asiento que de a la costa, para no perderse nada.
Llegamos a Salerno y nos pusimos a caminar por la costa, por una rambla que me hizo acordar mucho a Mar del Plata. Salerno debe ser de esos lugares en donde la gente grande se va a vivir cuando se jubila, o al menos esa es la sensación que me dio. Todo estaba impecable, ordenado, pasto cortado, flores por todos lados.
Paseamos un poco hasta que encontramos una oficina de información, en un lugar medio escondido, no sé como los demás la encontrarán, nosotras la vimos de casualidad. Ahí nos dieron un mapa, nos mostraron las principales atracciones y nos dieron información sobre los botes que salen desde ahí en dirección a distintos lugares de la Costa Amalfitana.
De ahí nos dirigimos a los Jardines de Minerva, un jardín compuesto de 5 terrazas llenas de plantas medicinales, el lugar en el que Fedele y Emilia se sacaron su primera foto juntos (no es hermoso el nombre Fedele?). Todo muy lindo, pero yo quería ver casitas de colores medio apiladas en las colinas. Logré convencer a Ley para ir, y nos encaminamos a la zona desde donde salen los botes.
Llegamos justo a tiempo para un bote que salía, así que compramos rápidamente las entradas (16 euro por persona ida y vuelta) y, en poco más de 30 minutos, estábamos en Amalfi.
Paréntesis: tanto Ley como yo tenemos este temita con los viajes en bote, así que yo tenía pastillas para combatirlo. Les recomiendo que no se olviden de comprarlas y tomarlas media hora antes de subirse a un bote, para evitar descomponerse en el medio del viaje.
Todo lo que pensamos de Amalfi cuando la vemos en fotos queda chico comparado a lo que es verlo en persona. Las casitas de colores, los toldos, las calles chiquitas, la plaza principal con su imponente catedral, las mesitas al aire libre, cada detalle hace que el todo sea mágico.
Estábamos muertas de hambre, así que paramos a comer ni bien llegamos. Yo me pedí un plato de ravioles con una salsa hecha con tomate, aceite de oliva y sfusato, el limón típico de la zona, el mismo que se usa para fabricar lemoncello.
Comer en Amalfi es un poco más caro y menos abundante en comparación con Nápoli, en donde los platos son enormes y muy económicos, pero tampoco es tan caro. Nosotras gastamos algo así como 15 euros por persona por un plato principal + bebida. Los helados si eran un poco más caros (el cucurucho de la foto sale 5 euros, el doble de lo que cuesta en Nápoli).
Para bajar la panzada de pasta y gelato, salimos a caminar por la ciudad y a sacar fotos.
Antes de volver, pasamos por la Catedral de San Andrés Apóstol, que es realmente una belleza por dentro y por fuera.
Espero que les haya gustado el paseo. Todavía me queda contarles un poco más sobre Capri, pero déjenme decirles que, si tuviera un día para salir a pasear, sin dudas elegiría este paseo en vez de Capri. Capri es precioso, pero muchísimo más caro y turístico.
Cualquier consulta que tengan, pueden escribirme en Instagram o a nina@ohmybowl.eu. Para ver más sobre este viaje, hacer click acá y acá.
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