Reseña #349. Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago



Ensayo sobre la ceguera

Título original: Ensaio sobre a cegueira
Traductor: Basilio Losada
Editorial: Debolsillo
Páginas: 376
Fecha de publicación: 2015
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788490628720
Precio: 995€
Sinopsis
Dejar de ver. Perder la vista. De repente, una persona tan sólo puede ver un blanco deslumbrante e infinito, enfoque donde enfoque sus ojos. Y después, otra. Y otra. Y otra más. Esta "ceguera blanca" pronto se convierte en una pandemia incontenible e inexplicable, que amenaza con derrumbar la sociedad. El gobierno, asustado ante el creciente caos, se vuelve represivo y trata de contener como puede a los afectados, hacinándolos en cárceles improvisadas con la esperanza de contener el mal. En una de ellas acaba, por amor, la mujer de un médico afectado por la dolencia: ella, aparentemente inmune y con una visión perfecta, simula la ceguera de su esposo para acompañarlo. Una vez recluída junto a los demás contagiados, y pese a su ventaja sensorial, será testigo impotente de las mayores bajezas de las que es capaz el ser humano cuando abandona su humanidad, y también de algunas de las cosas más sublimes de las que es capaz si tiene la voluntad de mantenerla.

Con un estilo muy personal y deliberadamente agobiante, Saramago trama una ficción que, del absurdo de su premisa inicial, deconstruye en su evolución tanto al ser humano en tanto que ente como a todo lo que le es propio: sociedad, política, moral... Nada escapa de la afilada prosa del autor, quien, a veces de manera dura, casi cruel, a veces con sutil ironía, se recrea en unos personajes y en unas situaciones tan profundamente dramáticos que dejan una huella indeleble en el espíritu.

Reseña
Una novela deslumbrante en fondo y forma, repleta de premisas cuyo impacto visceral fuerza al lector a respuestas radicales del sentimiento y la ética.

Hablar de Saramago es hablar de un purasangre del medio. Único premio Nobel de Literatura en su lengua materna, el portugués, el dominio de este escritor sobre el lenguaje, sus mecanismos y sus ritmos, le convirtieron en un autor capaz de conseguir, con facilidad aparente, lo que pocos escritores realmente logran: sugerir con una sola frase lo que usualmente requeriría de párrafos y párrafos. Esta rara virtud le llevó no sólo a desarrollarse con notable éxito en la prosa y la lírica, terrenos en los que aportó 17 novelas y 3 poemarios, sino que le sirvió también para forjar una nada desdeñable labor de ensayista estético-filosófico y cronista periodístico. La síntesis de estas tres facetas, la del Saramago literato y artista; la del Saramago pensador humanista; y la del Saramago cronista e intérprete de la realidad, es el eje central de la fuerza de sus grandes títulos.

Y es que, muy como otros hombres de letras anteriores que también se dieron al pensamiento, como pudieran ser Jean-Paul Sartre o Albert Camus (con quienes comparte ciertas similitudes), la mayor parte de la producción novelesca de Saramago está permeada por una visión clara y tajante de la realidad humana, por lo que sus ficciones tienen una importante carga humanista y crítica. Sin importar el contexto de la historia desarrollada, Saramago destaca sobre todo como un constructor de psiques complejas y de grandes y elaboradas metáforas, sobre cuyos pilares asienta toda una cosmovisión acerca de la realidad humana que envuelve por entero a sus artefactos narrativos, y da varios niveles de sentido a los símbolos que en ellos se utilizan. Muchas veces ese posicionamiento estético, filosófico y político tan marcado le ha traído, de hecho, graves problemas: destacable es el caso que se dio en su Portugal natal tras la publicación de su libro El evangelio según Jesucristo, que llevó al conservadurismo católico de ese país a tacharlo de hereje y perseguirlo, lo que forzó su exilio a Lanzarote.

Aunque mucha de su producción tiene un tono costumbrista, lleno eso sí de humor sarcástico y contenido político (como en Levantado del suelo), la gran mayoría de sus novelas tienen un punto kafkiano. Suelen darse comienzos de ruptura violenta y absurda con la normal continuidad de la realidad a la que estamos acostumbrados: desde sucesos maravillosos y colosales, como la conversión de la Península Ibérica en una ciclópea barcaza que se lanza a navegar por el mar (La balsa de piedra) o la repentina inmortalidad que adquieren todos los habitantes de un país (Las intermitencias de la muerte), hasta otros más pequeños, íntimos, como el encuentro de una persona con su doble exacto (El hombre duplicado) o un funcionario que se enamora de una mujer a través de su ficha del registro civil y se obsesiona con encontrarla (Todos los nombres).

En base a esos inicios de radical fantasía e imposibilidad, al igual que hacía el propio Kafka, Saramago aprovecha el impulso generado por el shock y la sorpresa que esa salida de la realidad produce en el lector y lo usa de motor para poner en marcha una compleja maquinaria que, en base a la incomprensible situación propuesta, la convierte en una imagen metafórica de aquello que sea deseo del autor retratar y criticar. Sin embargo, a diferencia del escritor checo, quien apuntaba esas metáforas a un terreno más psicológico e íntimo, Saramago crea a partir de ellas una abstracción que no sólo apunta al ser humano como individuo, sino también a la sociedad y todos sus rasgos como suma de actitudes y actos de esos mismos individuos.



Todos somos libres de hacer lo que se quiera,

sobre todo el mal, que siempre ha sido lo mas fácil de hacer.

Tal es el caso de Ensayo sobre la ceguera. A partir de la aparición de esa inexplicable "ceguera blanca", se nos muestran los efectos de la misma tanto a nivel extenso como particular. Las reacciones del gobierno y las autoridades al principio del libro se verán sustituidas, una vez se ha recluido a los afectados en su cuarentena, a las más directas relaciones entre los ciegos que han de convivir en ese aislamiento. Muy como en El señor de las moscas de William Golding, en el centro de internamiento pronto se forman dos bloques polares: aquellos que, conforme la convivencia (o hasta la supervivencia, por la escasez de comida y asistencia) se hace cada vez más dura y violenta, tratan de conservar su humanidad y establecer una ética mínima que rija el trato; y aquellos que, ante la adversidad, desaten toda la crueldad amoral que sus bajos instintos albergaban, tiranizando despóticamente a quienes acaban bajo su yugo.

Esta espiral de degeneración física y humana en la que caen los reclusos, cuerpo y parte central de la novela, es donde encontramos la raíz del retrato crítico saramaguiano a los diversos tipos de personas que conforman la sociedad actual, y la forma exacta en que sus valores, o la falta de ellos, forjan nuestra realidad. Esta simiente continuará una vez los reclusos salgan, todavía ciegos, de su aislamiento, enfrentados al mundo desolado e inclemente que su ceguera ha generado.

La propia ceguera es, de hecho, un recurso poliédrico de la trama. Más allá de ser una mera condición física que tara y dificulta las vidas de la mayoría de personajes de la novela, es sobre todo el eje en que gira el símil crítico de Saramago hacia una sociedad desnaturalizada. La ceguera, insinúa, es también la incapacidad de apreciar la realidad a la que nos aboca un sistema cada vez más alienante: el no ver el entorno como un medio con el que establecer una relación sostenible, al otro como un semejante digno de respeto, y a uno mismo como un ser moral atado por la responsabilidad de sus actos. En palabras de su autor, "ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven". La epidemia de ceguera física que asola la ciudad del relato, por tanto, únicamente pone de manifiesto la versión más cruda de un mal que de hecho ya afectaba a esa sociedad, catalizado hasta sus propios y verdaderos límites, en un reflejo deformado e hiperbólico de las propias circunstancias del mundo contemporáneo.


Fotograma de la película A ciegas.
La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza.

El libro, además, resulta curioso debido a la forma en que está escrito. Saramago renuncia voluntariamente a dos de los elementos más usuales de cualquier novela, como veremos. Por un lado, se niega a dotar a ningún escenario o personaje de nombre propio. Así, la ciudad en que sucede toda la acción permanece innominada, y a los personajes se les conoce por referencias a alguna circunstancia, como "la mujer del médico", "el niño estrábico" o "el primer ciego". En segundo lugar, renuncia también a todo uso del diálogo directo, siendo por tanto la voz del narrador constante y única a lo largo de toda la extensión de la novela. Esta doble circunstancia, que debería dificultar sobremanera el reconocimiento de los personajes que intervienen en la acción, se ve paliada por la endiablada perfección con la que el escritor los dota de caracteres reconocibles, permitiendo que el lector pueda seguir las diversas tramas que afectan a cada uno sin demasiados problemas gracias únicamente a lo bien perfilados que quedan en su mente. Además, estos elementos atípicos refuerzan la atmósfera general de la trama, induciendo al lector a sentirse también ciego en cierta manera, por ignorar datos que de normal le serían dados en cualquier otro libro.

Ésta es, a mi ver, la gran genialidad de la obra. Con un elemento tan inefable como es la ceguera presente doblemente en relato y estructura del mismo, Saramago se da a la identificación de la sensualidad que resulta de la pérdida de un sentido, y todo lo que ello conlleva, con el establecimiento de su paralelismo con la realidad política y social que quiere criticar. Así, su lectura lleva a experimentar a la vez sensaciones puramente físicas de desorientación y angustia junto con sentimientos más etéreos de rabia o piedad, por pura identificación con lo descrito con tanto detalle y hábilmente sugerido. La síntesis perfecta, en definitiva, entre el gusto por la belleza y la originalidad de un literato, el interés por el pensamiento profundo de un filósofo, y la visión aguda y mordaz de un cronista de la realidad: literatura total de mano de un escritor total.


José Saramago
Si no somos capaces de vivir enteramente como personas,

hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales.

Quienes, tras leer este libro, se sientan huérfanos de sus personajes y quieran saber más sobre qué les depara el destino más allá del final del libro, seguramente se alegrarán de saber que tiene una continuación. Ensayo sobre la lucidez, publicado casi diez años después, se encuadra en la misma ciudad afectada por los sucesos de su novela predecesora, y también encontraremos a muchos personajes familiares que vienen de ella. Sin embargo, en este caso la trama no es tanto socioética como estrictamente política, ya que analiza la naturaleza del poder y su relación con las voluntades individuales de quienes emana. En este caso, el giro irreal de la trama tiene que ver con el inexplicable auge del voto en blanco en varios procesos electorales consecutivos de un mismo país, enlazando con la reflexión de Saramago acerca de la verdadera naturaleza de la democracia y las inconsistencias de los regímenes occidentales actuales.

Para acabar, cabe decir que la fuerza y la brillantez de las imágenes en la obra saramaguiana no han pasado desapercibidas en el terreno del cine. Varias de las novelas nombradas aquí han sido llevadas a ese medio, como puedan ser La balsa de piedra, adaptada bajo el mismo título por el director George Sluizer, o El hombre duplicado, renombrada como Enemy por su autor, Denis Villeneuve. Tal es el caso, también, de Ensayo sobre la ceguera, llevada a la gran pantalla bajo el título A ciegas por el director brasileño Fernando Meirelles, quien abordó con notable maña y acierto la adaptación de un texto remarcablemente difícil de traducir a imágenes. El resultado es una película muy digna, que no decepcionará a los que la vean conociendo de antemano la novela, y sin duda despertará en quienes no la han leído aún grandes deseos de experimentarla, pues logra transmitir buena parte de la fuerza revulsiva y la profundidad moral del original.

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