Relatos de COSOQUETECOSO (XXXV)

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Entre puntada y puntada
(XXXV)
Gertru nunca había estado tan contenta e ilusionada. La mañana siguiente a su primera salida nocturna, se levantó un poco más tarde de lo habitual, al igual que Reme. La señora Casta, sabedora de que se habrían acostado tarde tarde, dejó dormidas en la cama de matrimonio, que antes compartiera con su marido, a la pareja. En un intento de no hacer ruidos, se bajo pronto a la portería y ni desayunó. Envolvió media docena de retorcidos y salió de casa. Antes de cerrar la puerta, para no dar portazo, introdujo la llave en la cerradura y evitó el golpe del resbalón contra el resto de la cerradura. Las jóvenes aparecieron en el chiscón sobre las diez de la mañana y un tanto asustadas.
—¿Cómo no nos ha llamado, madre?
—Anda que no os he meneao en la cama, pero estabais las dos como troncos. Lo desta lo entiendo, bebería sangría seguro, pero a ti no te vi yo beber na.
—Lo siento mucho señora Casta, no volverá a pasar, se lo juro.
—Y yo espero que sí, hija. Eso querrá decir que has disfrutao una pizca. Y ahora, dejaos de disculpas inútiles y sentaos a desayunar. El café hace un rato questá hecho en el infiernillo, pero ahora tampoco apetece mu caliente. Pero si queréis os caliento una miaja la leche.
—Por mí no.
—Ni por mí.
—Pos venga, comeos esos retorcíos que bajao, y mientras me contáis lo que se pueda contar de anoche, no todo lo que hablasteis vosotras, si no, estaríamos mano sobre mano hasta mañana.
—Lo pasamos muy bien los tres, señora Casta. Y yo estoy muy contenta porque Juanín mabló, me-ha-bló.
—¿Por qué hablas así?
—Porque me-ha-di-cho la señorita Paulita que no junte las palabras al hablar, que quié que hable como ella. ¿Sabe?, el crío me llama Getu.
—¿Y el padre?
—Gertrudis.
—A veces, de puro inocente, paeces boba, Gertru. No pregunto que cómo te llama, ya lhe oído, sino qué tal te fue con él, pavisosa.
—Madre, no sea usté así, a la Gertru la procupa mucho el crío. No sabe si Juanín lacertará.
—Mira, hija, aquí lo que cuenta es que el padre acierte y la quiera, ¿o no?
—Pero eso ya lo sabemos —contestó Reme.
—Pos eso, lo quimporta es lo quimporta.
—Pos el crío va a tener que venir con nosotras a ca la señorita Paulita, a ver si aprende hablar —Gertru se sonrió con ternura.
—Bueno, ¿y el padre?
—No, el padre habla mu-y bi-en.
—Ay, madre, qué pacencia. ¿Qué si bailaste con don Mauro, chiquilla?
—Pos no bailamos. Bueno, sí, pero los tres juntos, Juanín también.
—Entonces, ya sabes, el que sacuesta con niños, mojao se levanta.
—De vuelta a casa el pobrecito se durmió. Era mu-y tar-de y hacía fresco, así que nos tuvimos que tapar con la manta del cochero. Con el traqueteo del coche y calentito…
—Y con la excusa de taparte con la manta, te besó.
—¿Y cómo lo sabe?
—No, hija, no lo sabía, pero ahora sí, aunque me lo figuraba.
—Anda, ¿y por qué? —preguntó Gertru, la inocencia personificada.
—Porque un hombre no invita a bailar a una mujer por la noche y se limita a cumplir la invitación.
—Mau… Don Mauro no es desos, como el Anselmo o el señorito Luis.
—No, hija, gracia a Dios, y que él te libre. Pero un hombre siempre será un hombre, cuando lo es. ¿Cómo te crees que nació Juanín?
—Pu-es como tos los niños.
—Mira, como sigas hablando así, me da algo, Gertru. Habla así cuando estés ahí riba, conmigo habla bien, ¿quieres? Sí, Juanín nació como todos nacemos, y que sepas que empezó con un simple beso.
—No le rebroche nada a Don Mauro, es un señor caballero, madre.
—Sí, rebroche el que le regalará a ésta. Pero los besos no son reprochables, a mí me gustaban mucho los de mi Jesús, que en paz descanse. Los echo de menos,; a él y a sus besos. Y esta tontaina, viene de uno desos besos. Y si el primer beso no te gusta —la señora Casta meneó la cabeza—, malo. ¿A que sí, Reme? —ésta se puso colorada—. Tampoco es pa que te se suban los colores, hija. Aunque está bien ruborizarse por un beso; si es así, es que no has dejao a Venancio ir a mayores. ¿Y sabéis qué es ir a mayores?
—No, bueno… —dudó Gertru.
—Sí, sí que lo sabéis, lo que normalmente no se plantean las mujeres jóvenes es que desos mayores pueden venir los pequeños, como Juanín. ¿Y sabéis de quién son esos peques? Pos de sus madres; de nosotras, de las que parimos. Un padre siempre puede negar serlo, o afirmarlo, que pal caso es lo mesmo. Y eso, tú ya lo has tenío caprender, Gertru. Ya lo has vivido en tus carnes. Y, ahora, recoged. Y tú, Reme, al mercao, judías verdes y lechuga. Y tú, a la escalera. Aunque hoy no las visto, el bailarín se fue temprano porque anoche no le tuvo que contar a nadie sus amoríos nocturnos.
—No, madre, lo duro me toca a mí. Yo hago lascalera.
—Pos yo que tú, miba al mercao. Más que na pa que convenzas al novio ese que tas echao pa que compréis en el Rastro la cama esa que sencoje, si no, no sé donde va a dormir esta noche su hermano.
—¡Es verdá! Entonces, me voy corriendo ques mu tarde.
—¿A ti no ta dicho la señorita Paulita que no te comas las letras, ni las juntes?
—No —contestó Reme que se tropezó al salir del chiscón.
—Ten cuidao, Reme, que no te rematé bien, hija.
Hasta en los comentarios, que podrían parecer malintencionados, la señora Casta escondía el cariño. Y así los recibía Reme, y empezaba a recibirlos Gertru. Ellas no lo sabrían nunca, pero esa forma de enfocar la malformación de la joven, les sirvió para normalizar su posible complejo de inferioridad, su estigma al ser distinta de las otras niñas y jóvenes que corrían por la calle. Y más cuando en los genes de la generación de la señora Casta, las personas diferentes eran ocultadas por vergüenza. Se entendía que no tener un hijo “normal” era un castigo divino, vergonzante o digno de un número circense. De aquella madre, sana y orgullosa de serlo y de su hija, salió una hija orgullosa de su madre con la conciencia de ser diferente, pero no por ello inferior a nadie de su estatus. Por eso, cuando tenía prisa, corría sin pensar que otros la verían moverse como una pelota de rugby al rodar por la hierba. Y así llegó a la plaza de Olavide, algo sofocada, lo que daba un cierto gracejo a esa cara ya de por si graciosa y agraciada. También los había que no veían correr a un pato mareado, sino a una hembra digna de un elogio público y propio del machismo imperante en la época. Como aquel aguador que al verla alejarse le dijo a todo el mundo que quiso oírle: “Ay, si voy, que no iré”. O como su propio novio que al ver esa cara amada y ese cuerpo deseado al llegar al puesto preguntó:
—¿Cómo está la princesa hoy por dentro?
—¿Y por qué por dentro? —preguntó la que se sintió princesa.
—Porque por fuera no hay más que verte.
—Tonto.
—¿Me das un beso?
—No.
—Pues na, no hay más cablar del tema. ¿Y a qué vienen tantas prisas?
—Pos que se nos ha olvidao a tos la cama pa Joselillo.
—¡Es verdá! ¿Y cacemos?
—Mira éste, comprarla. Así que ya estás recogiendo el panderete y nos vamos al Rastro.
—Pero, mujer, podemos ir esta tarde.
—¿Y si no la encontramos? Joselillo tendría que dormir en el suelo.
—No sería la primera vez ni la última, seguro. Y además, Reme, ¿qué vamos hacer con to esto? —abrió los brazos Venancio abarcando con el gesto toda la mercancía expuesta a la venta.
—Es que mi madre…
—Las madres, igual que los hijos y las hijas, a veces no tién razón, Reme.
—Sí, es verdá. Entonces, vamos después de comer.
—Claro, cuando tú quieras. Incluso ahora, puedo regalar todo esto, las manolas se pondrían como locas. Y te puedo llenar la fresquera o la cara a besos. Lo que elijas.
—La fresquera. Pero, no, es una pena. El dinero por poco que sea nunca le viene mal al que no tié, y el que tié mucho, no lace ascos.
—Pues, entonces, esperamos a José, que salga de la escuela, y nos vamos los tres al Rastro. Creo que le voy a decir al Garzo que saga cargo ya de Huerta Baja. Aunque yo no sé cacer, Reme.
—Podrías hablar con don Mauro.
—Bueno, mejor luego hablamos. A ver, dígame, señora, ¿qué le pongo?
—Luego nos vemos, Venancio. Adiós.
—A Dios… le agradezco haberte visto, guapa.
Con la visita de la Reme en la cabeza, Venancio recogió el puesto temprano. Estaba inquieto. Desde luego no tenía la cabeza en la plaza de Olavide. Tampoco en la compra que le había recordado Reme. Le traía de cabeza su posible ociosidad. Salvo en la etapa en la que el humano es inútil total, siempre había ayudado en el campo. Primero como un juego y de ahí hasta hacerse cargo de Huerta Baja se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Y eso que no había tenido un día de lo que llaman vacaciones. Y el hecho de que la única distracción de su vida había sido mamar, le traía por la calle de la amargura, y lo peor, es que no era consciente de ello. A una clienta habitual, la Bernarda, que se le acercó y preguntó por lo temprano de la recogida, le regaló unas acelgas y una coliflor. Bernarda se lo agradeció tan efusivamente que le plantó dos besos, uno en cada mejilla. Venancio sintió cierto pudor pero enseguida se le pasó: “Va, si podía ser mi madre”, y a continuación, le vino a la cabeza el comentario de Joselillo al entrar aquella mañana en la escuela: “¿No me darás aquí otro abrazo?”. Esta vez la sonrisa se le tiñó de cariño y echó en el carro la última tabla del puesto.
—Vamos, perla, a casa de la Reme.
Como si la burra le hubiera entendido comenzó su cansino caminar sin que Venancio necesitara siquiera azuzar con las riendas al animal, porque ni siquiera las había desatado del pescante.
—Hoy llegas más temprano que de costumbre, Venancio.
—Si, quisiera ir a ver a don Mauro. ¿Necesita usté algo de la huerta, señora Casta? Creo que va a ser el último día que baje a Madrí con las verduras.
—Bueno, si acaso unas judías verdes y una lechuga. La Reme debería haberlas traído, pero no sé donde tié la cabeza esa chica.
—Yo sí. ¿Pero, no quiere zanahorias ni cebollas?
—Mu listillo has salido tú. Pero me da pena que se estropeen; la fresquera está a rebosar, no cabe na más.
—Bueno, pues la dejo eso y unos tomates. Los tomates siempre los pué freír. Y también le paso unas cebollas y unos pimientos. El pisto ese que hace usté está riquísmo.
—No pensáis na más quen dar trabajo. Venga, anda, traelo, o si no, mejor, súbelo a casa, ya sabes donde tiés que dejarlo, llama questá la Reme arriba haciendo la casa. Y no tardes, questoy al tanto.
—Venancio —llamó Gertru.
—¿Qué?
—¿Qué hacéis con lo que os sobra?
—Lo questá bien se vende al día siguiente, y lo que no va a engordar cerdos. Pero mañana no pienso poner el puesto.
—¿Y si lo reparto entre nuestros vecinos, les importará mucho a esos cerdos?
—No, nada, claro, no se van a enterar. Al menos yo no se lo voy a decir.
—¿Entonces, me dejas que lo reparta, Venancio?
—Claro, haz lo que quieras. Todos menos que se estropee. Cojo yo lo de la señora Casta y tú haz con el resto lo que quieras.
—¿Le importa que deje de pelar las patatas, señora Casta?
—No. A ver… Pela esa grande y lo dejas. Ya hay suficientes. Creo que el patatero de Joselillo tendrá bastantes, aunque no sé si traerá más hambre de lo normal después de su primer día descuela. Oye, Venancio, le habrás dao algo de fruta pal recreo, ¿no?
—Se ma olvidao. Bueno, es que ni lo he pensao.
—Pues mañana ya le prepararé yo algo. Entonces seguro que viene con mucha hambre el pobre.
—Pero sa desayunao bien, eh.
—Yo no sé donde lo echa ese crío, mira que come y mira qué poco le luce.
—Es ques igual que madre.
—Ya sabes, el que hereda no robaleer más
BARBAD. Cab. punt. fol. 72. No se afrentará de ello, que quien lo heréda no lo hurta ... leer más
». La cita se refiere a Alonso de Salas Barbadillo (1581-1635) en su libro El Caballero Puntual (1614).">(1)
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—Ya está. Vamos, Venancio —se levantó Gertru.
—Antes de irte, lávamelas, anda, hija. Y déjalas escurriendo en la pila. Lacabo de fregar.
Gertru salió con Venancio a la calle pertrechada con una comporta apoyada en la cadera, que había cogido del patio de luces. Venancio se hizo con lo prometido a la señora Casta y dejó a Gertru llenando el cesto. Ya en el portal, frente al chiscón de la portería, Gertru anunció sus intenciones.
—Empezaré por el primero.
—Es natural —ironizó la señora Casta. Gertru, que ya se hacía a los modos de su madre putativa, se dio por aludida.
—Lo dice por…
—No, no lo digo por eso, lo digo porque siempre se empieza por el primero, ¿no?, por el principio. Anda, que el que se picaleer más
Quien se quema, ajos ha comido», cuando diciendo una cosa en general alguno la toma por sí. ... leer más
». Pero es mucho más antiguo y curioso el origen de esta expresión. Marsilio Ficino (1433-1499), sacerdote y filólogo italiano escribió en una de sus obras dedicada a dar consejos médicos sobre ciertos alimentos: «... leer más
et colui che di prurito, l’aglio mangia ... leer más
», que traducido correctamente se entiende como: «y quien [sufre] de picor, ajos come». Pero la traducción que se hizo en aquella época no fue esa, sino que se publicó como «el que se pica, ajos come». Los estudiantes de medicina de Salamanca de la época le dieron popularidad tal y como la entendemos hoy en día. Funte: http://emitologias.com/">(2)…
—No, si ya la voy yo conociendo… —se despidió la joven al comenzar a subir la escalera.
—Pos yo no menterao —anunció Venancio.
—Déjalo, hijo. Los hombres para esto no servís más que de monigotes. Anda, tú súbete las cosas, por favor. Aquí sólo estorban.
Gertru, una vez en el primero, dejó en el suelo la comporta y llamó a la puerta de don Mauro. Abrió Servanda, y le contó lo acaecido, y de donde provenían los productos que le ofrecía. Servanda, se sirvió con prudencia.
—Pues qué bien me vienes, hija mía, así no tengo que salir esta mañana. Habrá que agradecérselo a ese tal Venancio. Creo que le conozco de la plaza dOlavide y de verle por aquí, más últimamente.
—Ahora, él y su hermano comen con nosotras. Son de Pozuelo y huérfanos. Es el novio de la Reme, ¿sabe?
—Mira, al revés que yo. Yablaré yo con ella. Ay, no llevas patatas, qué pena. Uy, perdona, encima pongo peros. Soy una desgradecida.
—Sí, sí que hay, pero están en el carro. Y no, no es usted desagradecida, Servanda. Hay confianza. Cuando baje del tercero se las subo. Es questo ya pesaba lo suyo. ¿Está Juanín?
—Claro, ¿aónda va estar? ¿Quieres que te le traiga?
—Sí. Quiero ver si sacuerda de mí.
—Sí, sí que se acuerda. Anda con el Getu to el día en la boca, le debe sonar bien. Espera.
Servanda, apareció con el crío de la mano. Nada más ver a la joven, se metió detrás de las faldas de su aya, que conociendo al crío, le empujo de forma figurada a que saludara a Gertru.
—¿O sea, questás to el día que si Getu esto y que si Getu lo otro, y ahora que viene a darte un besito te escondes? Pues vaya galán que vas a hacer tú. Claro, como tu padre. Anda, ven aquí mocoso —. Servanda le cogió en brazos con una facilidad que sorprendió a Gertru y se le acercó—. Venga, dale un besito a tu Getu.
—No le fuerce.
—Pero si luego es un mimoso. Es igual que su padre. Lo que hagas con uno, si te funciona, hazlo con el otro, te funcionará.
—Gracias, Servanda. ¿Quieres darme un beso, Juanín? ¿Tacuerdas del baile?
—Anín sí quere —. Y besó a Gertru que se acercó.
—Adiós, Juanín.
—Dila adiós, Juanín —. Éste movió la mano y bajo la vista.
—Adiós, adiós —. Saludó también Gertru que exageró el gesto.
—Adiós, Gertru —dijo Servanda y cerró la puerta.
Gertru, lo pensó mejor, si bajaba a la calle y reponía mercancía del carro, también podía coger patatas y dejárselas a Servanda. Así que, pasó por la portería, donde cogió otro canasto, salió a la calle, le llenó de patatas, rellenó con acelgas y judías verdes el otro cesto y cargada como una Perla se subió. Volvió a llamar al primero y sorprendió a Servanda.
—Hija, qué rapidez.
—Es que así descargo, quiero subir al tercero derecha.
—Bueno, espera que voy a por algo pa coger las patatas.
Una vez servido el pedido del primero, no menos cargada que al inicio, Gertru llegó bastante sofocada al segundo, dejó en el suelo la carga y tomó resuello. En ese momento abrió la puerta don Cirilo y Gertru reaccionó.
—Mire usté, pensaba bajar luego, pero ya que habierto usté le ofrezco verduras de Pozuelo. El novio de la Reme ha traído un carro lleno y estoy repartiendo por la vecindá.
—Buenos días, guapa —saludó el vecino como siempre hacía—. ¿Todo eso lo has subido tú sola?
—Buenos días. Sí.
—Pues engaña tu fisonomía, hija. ¿Y qué quieres que haga yo?
—Quelija lo que quiera, es gratis, pero como dice Venancio, que no se lestropee na.
—Muy bien, iba para el mercado ahora mismo, así que me viene de perlas. A ver… Sí, te cojo acelgas, judías verdes y una lechuga. La lombarda no le gusta a Carmina. Ah, y unos tomates.
—No quiere patatas, aquí hay.
—No, las patatas no me gustan a mí. Gracias. Pero sí voy a coger unos ajos y un par de cebollas. O sea que hay que agradecérselo a ese buen mozo que anda por la portería a media mediodía, ¿no?
—Sí, y a su hermano pequeño.
—Así lo haré, guapa. Y sobre todo, gracias a ti.
—De na.
Y por fin, menos cargada, llegó al tercero. Pero, si lo hubiera sabido, se habría ahorrado el trabajo. Con sólo pensar como eran aquellas dos señoritas hubiera llegado a una conclusión acertada. Pero sus ansias de agradecimiento, la cegaron. Le abrió la puerta la señorita Pepita.
—¿No has tenido bastante esta mañana, Gertru? ¿Quieres otra clase, hija?
—No, es quel novio de la Reme, Venancio, ha traído to esto y más y ma dicho que lo repartiera entre los vecinos —se quitó la autoría Gertru.
—Me ha di-cho —corrigió la anciana.
—Eso, me ha di-cho que lo repartiera —se corrigió la joven.
—Pues mira tú qué bien, qué caritativo ese joven. Aunque deberíais haber pensado en los que tienen menos que dos viejas solteronas y el resto de vecinos. En esta casa, que yo sepa, nadie pasa hambre. Aunque unos van mejor y otros peor. ¿Por qué no se lo lleváis a las Hermanitas de la Caridad?
—Ay, ha tenío usté mu buena idea.
—Ha te-ni-do us-ted mu-y bue-na i-dea.
—Eso.
—Pues, hala, que seguro que les viene bien para dar de comer hoy a los pobres, aunque sea ya un poco tarde.
—Me voy corriendo entonces. Adiós, señorita. Salude usté… us-ted a su hermana.
—Adiós, Gertru. Y ten cuidado, vas muy cargada, y tú y las escaleras no os lleváis muy bien. Despacito, hija, despacito.
En ese momento bajaba Venancio de casa de la señora Casta.
—Mira qué bien me vienes.
—¿Tayudo?
—Se dice te a-yu-do —la alumna se convirtió en maestra ante profesora. Pero claro, por eso lo digo —y la alumna, volvió a serlo—. To el mundo ma dao las gracias pa ti. Y la señorita Pepita también. Éste es Venancio, señorita —le dijo a la anciana, y se volvió hacia el joven—. Ha tenío una mu buena idea. Llevar to lo del carro a las Hermanitas de la Caridá, las monjitas esas que dan de comer a los pobres. Te lo pués quitar del medio en un pispás, y hacer una buena obra, ¿qué te paece?
—Pos me paece mu bien.
—¿Se lo llevamos? Hay tiempo antes de comer —sugirió Gertru.
—Vamos entonces.
—¿Sabéis dónde es? —preguntó la señorita Pepita.
—Yo sí —contesto Gertru—. No se procupe.
—Pre-o-cu-pe.
—Se pre-o-cu-pe.
—Bien. Pues Dios os lo pagará.
—¿Ustedes no quieren na?
—Lo que queremos mi hermana y yo ya lo vais a hacer vosotros, que podéis. Nosotras podemos comprar lo poco que nos comemos. Gracias y que Dios os bendiga y acompañe.
—Adiós, señorita.
Más contenta que unas castañuelas y cogida del brazo de Venancio Gertru bajó las escaleras y le contó a la señora Casta lo que iban a hacer a sugerencia de la señorita Pepita.
—Me parece muy bien, pero más vale que te sueltes del brazo del novio de otra, no sea que aparezca la otra y tengamos fiesta.
—A la Reme no le importa, ¿verdá Venancio?
—Al que no limporta es a él, hija. A ella, tengo mis dudas, y más si ha salido a su madre. Pero, venga, arread, no falta mucho pa que comamos.
Aunque las verduras y las hortalizas no eran suyas, por primera ve en la vida, Gertru sintió la grata sensación de poder regalar a manos llenas, y poder ayudar a los que estaban peor que ella. Dejó el gran cesto y el capazo en el patio y salió con Venancio a la calle. Allí estaba la Perla, al sol. Subieron al pescante del carro y Gertru llevó hasta el convento a la Perla, porque Venancio la dejó las riendas. Gertru llegó exultante al convento. Allí faltó poco para que les hicieran alharacas. La falta de mesura de la hermana portera les sorprendió en un principio, pero cuando empezaron a llegar hermanas a sus gritos, todas se sumaron a la fiesta, incluidos Venancio y Gertru que ayudaron a meter la mercancía en la vacía despensa del convento. Así que, la descarga se realizó en un abrir y cerrar de ojos.

De pascualbernal.es
—Dan ganas de llenar el carro otra vez y traerles otro cargamento. Vaya recibimiento.
—La verdá es que sí. Porque la huerta está en Pozuelo, si no…
—¡Qué bien se siente una regalando! ¿Verdá, Venancio?
—Además, teníamos que vaciar el carro. Esta tarde vamos a ver si encontramos esa cama para José. Y además, quiero que se compre ropa pa ir a la escuela, y mudas. Bueno, y si quiere una cartera desas que llevan los demás chicos también. Aunque quería hablar con don Mauro, no sé si me va a dar tiempo.
—Si quieres, luego te acompaño a su casa.
—Bueno, luego lo vemos, Gertru. Gracias.
———— o O o ————
—Cirilo, por favor —levantó la voz Carmina.
—Sí, Carmina —dijo su marido después de dejar el libro que leía y entrar en el gabinete.
—¿Podrías traer un vaso de agua a Felipa, por favor?
—Claro.
—¿No te importa de verdad?
—En modo alguno, cuando uno juega a la baraja, no se debe interrumpir la partida ni dejar que ningún jugador se levante de la mesa.
—Ah, y ya que vas a la cocina, te traes las pastas que he comprado para merendar. Yo creo que ya es hora.
Una vez en la cocina, Cirilo pensó que las pastas a secas no eran muy adecuadas. Sabía que a su mujer le gustaba el café y a Felipa el té. A las otras dos mujeres no las conocía. Así que decidió hacer las dos infusiones. Por ello, se le fue el santo al cielo y se olvido de la sed de Felisa. Cuando llegó al gabinete donde se jugaba al guiñote(3), en honor a Felisa que era aragonesa, le echaron en cara su mala cabeza y su tardanza.
—Anda, que ya se podía haber muerto de sed Felipa. ¿Qué has estado haciendo, si se puede saber?
—Perdona, Felipa. Me he puesto a haceros café y té para que tomarais las pastas y se me ha olvidado. Lo siento. Ahora mismo te traigo el agua, en cuanto deje esto en la mesita baja.
—¿Y quién te ha pedido café o té? Agua, hombre, agua es lo que te han pedido.
—Y pastas.
—Sí, hijo, eso también. Tienes razón. Como siempre.
—Y tomarse unas pastas a palo seco, no me parecía buena idea. Como ir al zapatero a las dos menos cuarto.
—No, si se muere de sed. ¿Quieres hacer el favor de traer el agua y dejar al zapatero en paz? —Y una vez ido Cirilo a la cocina, Carmina añadió—. No sé qué narices pinta el zapatero aquí, la verdad.
En vez de un vaso de agua, a Cirilo le pareció más oportuno llevar una jarra y cuatro vasos. Y por ello también fue criticado.
—¿Te has ido a por ella al Lozolla, hijo mío?
—No, es que he llenado una jarra y os he traído cuatro vasos.
—¿Y para qué quiere una jarra de agua mi compañera?
—Para verter el agua en el vaso. A lo mejor Felipa se ha muerto de aburrimiento por tus críticas y un despiste del menda, pero a las demás, a lo mejor, os ha entrado sed. Y por cierto, Carmina, si necesitas algo más, te levantas tú. Si una partida de guiñote no se puede interrumpir, he pensado que tampoco se debería interrumpir al que está tranquilamente leyendo un libro. Ya se sirven ustedes, señoras —. Cirilo, muy digno y educado, cerró las puertas de corredera del gabinete y se dispuso a seguir con su lectura. Y dentro, siguieron los reproches y las censuras.
—Hay que ver cómo son los hombres —comentó Bea —. ¿Y a qué ha venido lo del zapatero?
—Cosas de Cirilo. Pero sí, para nada que hacen los hombres se lo echan a una en cara —prosiguió Carmina—. Y para más inri se ponen como un basilisco. En fin, ¿paramos y merendamos?
—Mujer, deberíamos acabar esta partida que es de arrastre y vamos ganando —sugirió Bea con retintín—. Yo tengo muy buenas cartas.

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—Ay, Bea, no le vamos a hacer el feo a Cirilo. Ya que ha tenido el detalle, ¿no? La verdad es que es un cielo, está pendiente de mí, bueno, y de vosotras. Pocos hombres hay así.
—Sí —comentó Felipa, compañera de juego de Carmina—, le digo yo a mi Fermín que me traiga un vaso de agua y me da con el botijo en la cabeza.
—Sí, la verdad es que este hombre es un cielo —presumió de nuevo la anfitriona.
—Pero le tratas, un pelín, no sé, ¿desconsideradamente? —preguntó Amelía, compañera de cartas de Bea.
—Lo que se merece. Mira la sed que le está haciendo pasar a Felipa.
—Hija, anda que no cambias de opinión en un abrir y cerrar de ojos. A ver, ¿tu Cirilo es un cielo, o te tiene en un infierno?
—Es que yo, Bea, soy Géminis.
—No me digas más. Yo soy una enamorada de la astrología y del tarot.
—¿No tirarás las cartas?
—Soy una simple aficionada, no te creas.
—Ay, pues un día tienes que tirármelas, ¿vale?
—Sí, cuando tu quieras.
—A mí es que me encanta que me lean la mano y todo eso.
—Recuerda que luego te dé una tarjeta de mi marido, creo que llevo en el bolso. Así me puedes mandar una nota y quedamos cualquier día de estos.
—Así lo haré, Beatriz.
———— o O o ————
La comida en casa de los padres de Feliciano fue pantagruélica. Antón después del arroz con leche no se podía mover de la silla. Aquellos dos ancianos comieron y bebieron tanto o más que su hijo y él, pero acabaron mejor. Antón necesitó reposar tras lo ingerido, amén de que Feliciano le dijera que la tienda de pertrechos no abría hasta las cinco. Se lo tomaron con calma. Y, al menos a él, le costo arrancar cerca de esa hora. Ya en la calle, pareció revivir un poco.
—Si coméis así todos los días, no me extraña que podáis con la mina o con lo que os echen.
—Home, hoy ha sido un poco especial, pero sólo en cuanto al contenido, no a la cantidad.
—¿Y cómo puedo agradecer a tus padres el ágape?
—Con dinero ni se te ocurra. Sólo te voy a dar una pista. A mi madre le vuelven loca los bombones. A mi padre también, pero no lo reconoce.
—Entonces, me lo pones fácil.
—No te creas. Aquí en Villaviciosa, y más por esta época, no se encuentran.
—Pues eso es lo primero, así que tú mandas. ¿Dónde podemos encontrar esas píldoras dulces de agradecimiento?
—Bien, yo me encargo. Vamos.
Subieron al Ford y Antón volvió a disfrutar del cómodo asiento y del paisaje. Por suerte no les llovió. Y en el protocolo del viaje hicieron un cambio, a pesar de las reticencias del chófer. Antón ocupó el asiento del copiloto.
—He de advertirte que a uno le gustan los bombones de chocolate con leche y a la otra los de chocolate negro, y que a mi padre no se los puedes regalar directamente. Sería como insultarle, jamás reconocerá que son su debilidad. Mi madre ya le ha cogido el tranquillo y no cata los de él, pero las cajas se acaban al mismo tiempo más o menos. Y madre, ni nadie, ha visto jamás comerse uno a padre. Ni sabemos lo que hace con los envoltorios que algunos traen. Madre guarda los suyos en un libro para regalárselos a los nietos, pero él… El quiere ser como el cuélebre(4), fabuloso y asturiano de los pies a la cabeza. Y claro, un dragón no come bombones, eso es cosa de mujeres.
—Bueno, él, al fin y al cabo, lo ve como una debilidad.
—Sí, pero que le gusten las muyeres, no.
—No me digas. ¿Con su edad?
—Es eso ha cambiado poco. Madre cada vez tiene que atarle más corto. Bueno, ya hemos llegado. Tú mismo. También la encantan las sorpresas. Así que te sugiero que lo envuelvan y por separado. Primero le tienes que dar los suyos, luego le dirá a mi padre que abra el otro, y se alegrará más por el segundo. Es como un truco de magia que todo el mundo sabe, pero con el que pretende engañar a todos. Son así, y ahora no les vamos a cambiar.
—Bien, pues vuelvo en seguida con las dos cajas envueltas.
Y así fue, tal como explicó que debía ser Feliciano a Antón. La pastelería ovetense, estaba vacía. Por supuesto el contable pidió el correspondiente recibo de pago, “es una regalo de empresa, ¿sabe?”. Eligió las cajas más grandes que había y aprovechó para dejar una tarjeta de la fábrica de chocolates de don Mauro: El indiano español.
—Llame usted por teléfono, y diga que llama de mi parte. Le atenderán muy bien, se lo aseguro. Adiós y gracias —. Una vez en la calle, Antón se dirigió al Ford—. Menos, mal, los han recibido esta misma mañana. Durante el verano, nosotros no servimos pedidos.
—Acabo de recordar que debo hacer una llamada telefónica, Feliciano.
—Pues aquí en Oviedo mejor que en Villaviciosa. Vamos, le acerco.
Antón pidió la conferencia y no tardó mucho. Habló con don Mauro y le informó de sus progresos y de su pronta partida hacia la casona perdida en los montes, así como de la pastelería donde había comprado los bombones.
—No estaría de más hacerles una llamadita desde Madrí, a ver si se animan. Espere que voy al coche a por un paquete y le doy el número de teléfono.
Una vez cumplimentadas las obligaciones Antón le encargó que Balín dejara recado en su casa de que todo iba bien y de que les echaba de menos, y que, con suerte, tardaría poco en volver a casa. Y ya, más tranquilo se subió al Ford y se dejó llevar.
[Continuará]
(1) [Volver] El que hereda no roba. Diccionario de Autoridades, tomo I, 1716, pág. 111, edición facsímil, ed. Gredos, 2002: «AFRENTARSE. Suele entenderse por correrse, ò avergonzarse. ... leer más
BARBAD. Cab. punt. fol. 72. No se afrentará de ello, que quien lo heréda no lo hurta ... leer más
». La cita se refiere a Alonso de Salas Barbadillo (1581-1635) en su libro El Caballero Puntual (1614).
(2) [Volver] El que se pica, ajos come. Lo trae Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española (1611), edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra, ed. Iberoamericana, Vervuert, 2006 en su entrada «ajo. ... leer más
Quien se quema, ajos ha comido», cuando diciendo una cosa en general alguno la toma por sí. ... leer más
». Pero es mucho más antiguo y curioso el origen de esta expresión. Marsilio Ficino (1433-1499), sacerdote y filólogo italiano escribió en una de sus obras dedicada a dar consejos médicos sobre ciertos alimentos: «... leer más
et colui che di prurito, l’aglio mangia ... leer más
», que traducido correctamente se entiende como: «y quien [sufre] de picor, ajos come». Pero la traducción que se hizo en aquella época no fue esa, sino que se publicó como «el que se pica, ajos come». Los estudiantes de medicina de Salamanca de la época le dieron popularidad tal y como la entendemos hoy en día. Funte: http://emitologias.com/
(3) [Volver] Guiñote. «[…] Juego de naipes típico de Aragón, que suele jugarse mucho también en Navarra y parte de Castilla, pero sobre todo en aquellas ciudades donde hay centro aragonés. Se juega con baraja española de 40 cartas […]. Antiguamente, se llamaba bresca real (brisca). Su actual denominación tiene origen en los guiños que en la bresca real se hacían los compañeros de juego. Las voces altoaragonesas guiñá, guiñada y guiñotada, usadas hace [más de] un siglo en el argot de la brisca aragonesa, completan su etimología […]». Fuente: enciclopedia-aragonesa.com
(4) [Volver] DRAE, 2014, 23ª edición, «cuélebre, m. Ast. Dragón fabuloso de la mitología asturiana».

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