Me podría acostumbrar a esto. Podría escuchar la música que me salta porque sí y no porque quiera gritarla por la ventanilla del coche. Podría poner las noticias, maldecir a los políticos, temer por la contaminación, llorar por no saber si traer hijos a este mundo tan cruel. Me podría acostumbrar a la vida a medias de cualquier mortal. A la nómina, al plato, a la mesa, al abrazo sin apretar. Podría ver la tele. Sin más. Acurrucarme en el sofá, echarme la manta a la cabeza, la culpa a la espalda y los sueños a los pies, que son los que más abrigan. Podría leer por leer, como quien no se implica en las historias, en los cuentos, en el amor. Como los que se arriman a las piscinas y se mojan los dedos de los pies. Como los que prueban un guiso con una cucharada de postre para ver si tiene mucha o poca sal. Si. Pero no. Casi. Pero no.
Podría ser mayor. Subirme a cualquier vagón y dejar atrás todo cuanto conocí. Los ratos con Jimmy Durante de fondo, las horas con un café eterno entre las manos, los ratos de indecisión, de risas, de flojera, de profunda tontería por algún mendrugo de paso sin pena ni gloria. Podría olvidar lo tarde que se ha hecho y que siempre falta tiempo. Tiempo. Un tiempo que hipotecas mientras creces. Un tiempo que acaba cortado, como la leche. Rancio. Como la leche. Tiempo a medias. Tiempo que no disfrutas porque sabes que pronto acabará… hasta nueva orden.
¿Sabes? Podría acostumbrarme a todo ello. A cumplir años de los que ya no sorprenden, de los que lo mismo te da que haya una vela de más o de menos. Podría ser una señora de tiros largos y emociones cortas. De cartera llena y corazón vacío.
Pero no.
Pero tú sabes que no.
Podría ser esa chica. La que lo tiene todo ordenado, la que no lleva nada arrugado, la que no come Donuts. Podría hablar en voz baja, no reír tanto, hacer más deporte, ser más sana, aceptar la Quinoa. Podría estar más centrada, ser más fría, estar más bronceada. Podría no morderme las uñas, no ser nerviosa, no temer a las alturas, hacer más deporte (ya lo he dicho ¿verdad?). Me gustaría no pensar todo el rato en libros, en letras, en viajes y en libretas. Al menos por un rato.
Los soñadores somos una balanza equilibrada de miedos e ilusiones. Las ilusiones nos provocan ese halo de magia. El miedo, lo que nos impide convertirnos en emprendedores, lo que nos deja en eso… en simples soñadores. Pero cuando se equilibran los dos bandos, un milagro sucede. No importa que no se convierta en material lo inmaterial, no importa que la ilusión se quede contenida por el miedo; al soñador le basta con soñar. Soñando es feliz. Soñando, lo tiene todo. Y si solo consiguiera un sueño sin tan siquiera esperarlo, de tan solo un sueño, de ese sueño, podría alimentarse toda la vida.
Tal vez te cueste entenderlo, pero cuando comprendas eso de mi, lo entenderás todo. Mientras tanto, con que comprendas todo lo que podría ser pero que no quiero ser, te basta. Mientras tanto, con que sepas que por más mundos que imagine ajenos a mi realidad siempre te pinto a ti en todos ellos, me basta. Mientras tanto, hasta que aprendas a distinguir entre la ficción y toda la verdad, con que sepas que desde tu llegada los libros son más bonitos, nos debería bastar.
Tal vez se me olvidó decirlo arriba.
Tal vez creas que solo cumplí un sueño. Pero no.
Y podría acostumbrarme a ello.
M.
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