Nuestros días de relax en Tailandia los pasamos en la isla de Phuket, situada
al sur del país y unida al continente por un puente de modo que, por su gran
tamaño, no da la la sensación de ser una isla en el mapa.
Nuestro destino estaba en la costa central occidental de la isla: la playa de
Karon, 2,5 km de playa con una arena finísima y prácticamente sin gente en
esta época del año.
Un auténtico lujo que nos permitió tener la sensación de disfrutar de un
verdadero paraíso para nosotros solos.
Nos alojamos en el Hilton Phuket Arcadia, un resort muy completo con un
inmenso espacio exterior lleno de jardines, lagos e instalaciones que ya os
mostraré en una entrada posterior.
Mi idea inicial al visitar este país era buscar un alojamiento más auténtico tipo
cabaña, al menos en las islas, pero cuando se viaja con un grupo de amigos
hay que hacer concesiones y respetar la opinión de la mayoría: no todo el
mundo está dispuesto a experimentar una estancia más natural en un entorno
de selva tropical donde algunos animalitos y bichitos autóctonos no parecen
nada amigables.
Nuestro hotel estaba a pie de playa, sólo atravesando una pequeña carretera, y
el mar podía verse desde prácticamente todas las instalaciones y habitaciones.
Dependiendo del oleaje, esta playa es buena para surfear y es frecuente la
práctica del parapente.
La vegetación tropical llega hasta la misma playa y tanto los salvavidas como el
personal dedicado a alquilar tablas o parapentes habilitan espacios para estar y
protegerse del calor en la propia vegetación, a modo de cabañas improvisadas.
Una playa cuidadísima y, como os decía, prácticamente vacía en esta época
del año.
El agua a una temperatura ideal: creí que nunca diría ésto porque a mí
el agua del mar siempre me parece fría pero os aseguro que parecía
climatizada.
A pesar del oleaje se trata de una playa segura porque la zona que no
cubre se alarga bastante hacia el interior y, por otro lado, los vigilantes
estaban siempre atentos.
Largos paseos, jugar con las olas, buscar tesoros de costa...
Y conocer otros viajeros interesantes, como Tom, un joven neozelandés que
había iniciado una aventura en solitario pasando por varios países del índico
para recorrer luego media Europa a partir de Madrid. Prácticamente el mismo
recorrido por ciudades europeas que está realizando ahora Javier en su primer
interrail. Aunque parece ser que no coincidían en fechas en las distintas
ciudades, quien sabe, el mundo es un pañuelo.
Como os decía, en un entorno de selva tropical puedes encontrarte con otros
habitantes menos deseados.
Vimos caracoles del tamaño de una mano, ciempiés gordetes de más de
diez centímetros, el mismo tamaño de una especie de babosas de agua
en un color rosa chicle, lagartos gigantes (dragón de Komodo) en el río
del mercado flotante de Amphawa y hasta una serpiente en la playa.
Fue Javier quien la descubrió: ¡eh, mirad un palo que se mueve!
Al salir del agua no era un palo, era una cobra que se dirigía hacia el agua.
Al preguntar al salvavidas nos dijo que no era frecuente pero que a veces
venían para refrescarse, que no atacaban si no se las molestaba pero que
si mordían eran mortales (hizo un gesto pasándose el dedo índice por la
garganta).
Lo dicho, como en el paraíso, con serpiente y todo ;-)
A pesar de los "peligros", ¿quién se puede resistir a disfrutar de un
entorno y atardeceres como los de allí?
Yo, desde luego, repetiría. ¿Y tú?