Temprano, instantes después de que mi papá saliera del departamento para ir a trabajar en la remodelación de la casa de mi tío, se podía escuchar los pasitos sigilosos de Roland dirigiéndose a la habitación de mis papás. ¡Era la hora! Coco y yo saltamos de nuestra litera y, cargados con espadas de abrazos y granadas de besos corríamos al abordaje de aquella enorme cama para arrebatarle el monopolio a nuestro hermano menor y acomodarnos alrededor de mamá.
Cada uno conocía bien el procedimiento: Uno de nosotros pescaba la hoja de ruta del gran arca, que era un baúl lleno de tebeos. Coco se ubicaba a la izquierda, yo a la derecha y Roland encima de mamá, con la espalda sobre su pecho y ya estábamos listos para levar anclas e izar velas.
En vivos colores y narrados a través de burbujas de diálogo conocimos el Paris de D"Artagnan, surcamos los siete mares siguiendo las valerosas hazañas del Corsario de Hierro, ansiamos desesperadamente ver el Rayo Verde, sobrevivimos la travesía por el soberbio Orinoco, sufrimos el Londres de Oliver Twist, descubrimos las más inauditas profundidades del mundo a bordo del Nautilus, acompañamos a los pitufos que comían alfalfa y burlaban a Gargamel. Cada domingo, desde el navío firme y seguro que representaba la cama de mis padres en la Wildenbruchstraße 41 de Düsseldorf, surcábamos el globo terráqueo en busca de nuevas aventuras.
Pero un día, sin previo aviso, las hojas de ruta se agotaron? Estuvimos a punto de quedar abatidos, cuando de repente mi mamá decidió guiarnos a un lugar mucho más recóndito, misterioso y distante que todo lo que habíamos visitado hasta entonces. Un lugar, al que ella sabía llegar con los ojos vendados, pero del que ningún autor de la literatura universal podía dar testimonio. A partir de ese día, cambiamos de posiciones sobre la cama, nos pusimos en círculo alrededor de mamá. Entonces comenzó a contarnos la historia del génesis, no el de Adán y Eva que nos explicaban en el cole, sino el de Manco Cápac y Mama Ocllo, que un día surgieron del Titicaca para enseñar la moral, la siembra y la manufactura a los seres humanos. Luego avanzamos siglos y vimos crecer al gran imperio Inca descubriendo su sistema de graneros y su distribución de tareas. Seguimos a Piquichaqui por los intrincados y ultra secretos túneles de mensajeros que atravesaban los andes, y nos enamoramos de la princesa Cusi Coyllur a su vez enamorada del soldado Ollanta. Luego llegaron los oscuros días de batalla entre los dos hermanos y pretendientes a Inca, Huáscar y Atahualpa, y la desafortunada llegada de Pizarro, justo en plena guerra civil. Saltamos siglos y conocimos a nuestra abuela y cómo ella a su vez conoció y se enamoró de nuestro abuelo.
Siguiendo a mamá a través de sus recuerdos recorrimos las calles del diminuto Andahuaylas hacia los años 1930, hacia 1955, hacia 1970. Conocimos el internado en Abancay dónde se educó y la biblioteca dónde con permiso especial, se tiraba horas enteras devorando libros. Y también conocimos Toxama, la hacienda de los Pacheco, dónde invitaban a veranear a la familia y a muchos amigos. Grabamos bien en nuestra memoria que es peligroso silbar en los andes, porque eso atrae al puma, y también aprendimos que con las mulas no se juega, porque son mucho más listas que los caballos y no están para bromas. Nos matábamos de risa con las bromas que gastaba el tío Chino a los pongos (1), a las mitanis, a las primas y hermanas, y conocimos el miedo a las arañas.
- Mami, ¿cómo era el cuento de la araña león?
Y mi madre nos narraba que en una ocasión, en otoño, después de la colecta principal en Toxama, la Sra. Leonor invitó como cada año a algunas amigas a la hacienda. Y en esos tiempos viajar a la hacienda era una hazaña de varios días a caballo y muy agotador. Pues cuando al fin llegó la comitiva, con nuestra abuela, la Sra. Pilar, la tía Margarita y alguna más, todas ellas se fueron rápido al baño. La primera en entrar fue la Sra. Pilar. Esperando en fila india detrás de la puerta las demás escucharon un golpe seco. Cuando llamaron a la puerta para comprobar si la Sra. Pilar estaba bien, no respondió. Entraron y la hallaron en el suelo, desmayada. Rápido empezaron a intentar reanimarla. Nuestra abuela cogió la toalla de manos, la mojó y comenzó a refrescarle la cara, cuando de pronto pegó un grito y se desmayó sobre la Sra. Pilar. Las demás no sabían qué tipo de hechizo era éste. Asustadas, se persignaron y mientras llamaron a los hombres se agarraban las unas a las otras. Al final descubrieron que en la toalla había una araña león. La araña león es amarilla y peluda, del tamaño de mi mano. Así. Porque resulta que en las haciendas se mantenía esas arañas en los baños para que se comieran las moscas...
Fue muchos años después. No sé exactamente cuándo, pero definitivamente demasiado pronto, cuando sentados alrededor de la mesa, comenzamos a intercambiar miradas burlonas entre mis hermanos y yo cada vez que mamá comenzaba a sacar una de estas historias que llegamos a conocer hasta el aborrecimiento. Cada vez, fue más difícil encontrar historias nuevas que nos interesasen, y poco a poco Atahualpa y Manco Cápac fueron dando paso a Bud Spencer y Terence Hill, a Elvis y los Beatles, al equipo A, a Astrid Lindgren, a Son Goku, a Guns N?Roses y los chicos de Sensación de Vivir, a Vargas Llosa y todos los otros narradores y héroes que fueron reemplazando a mamá, a la abuela y a sus amigos.
Traicionamos la bandera bajo la cual descubrimos tanto mundo y tanta aventura. Construimos nuestros propios barcos para navegar otras rutas menos legendarias y mucho más solitarias.
Susanne Semrau
Barcelona - España
(1) Indígena que sirve en una finca a cambio del permiso del propietario para sembrar una porción de tierra.