Hacía ocho minutos el auxiliar Alache había tocado el timbre de inicio de labores en las aulas, todos los profesores estaban ante su expectante grupo de estudiantes: Unos colocando el papelote en la pizarra, otros generando la clásica lluvia de ideas; quizás los más experimentados iniciaban con un diálogo sobre algún tema motivador de nuestra actualidad. Todos, sí, todos menos yo.
Esa misma mañana me encontraba en el patio del colegio moviendo cables, conectando enchufes y despertando la curiosidad de algún alumno que cruzaba el patio para ir al baño. Por fin todo estaba listo, fui por los alumnos quienes al salir del aula no podían ocultar una gran sonrisa y el brillo de sus ojos al ver los parlantes, la consola, el micro, la laptop y al DJ esperándolos para pinchar los discos.
Días antes había intentado realizar la clase de "El programa radial", no resultó. Entonces el escenario era desolador y la experiencia frustrante: Unos jugaban, otros hacían la tarea de Historia, pero sobretodo, Ramos C?, era el caso más preocupante para el área de comunicación y "el mantequilla" de muchos cursos; Ramos C?, este chico estaba durmiendo. Dudo que alguno de los profesores supiera como era realmente, se sabía que sus padres se divorciaron y se disputaban la tenencia.
¿Cómo lo saco de su ensimismamiento?, ¿Cómo lo motivo a hablar frente a sus compañeros? "Él no habla profesor", dicen sus compañeros; "Él es bien callado profesor", dice su preocupada madre.
La mañana era fría, nublada y silenciosa, era como Ramos. El éxito de mi clase dependía de la efectividad de la estrategia y debo reconocer que hace tiempo no sentía ese nerviosismo previo. Los alumnos se encontraban en el patio central arremolinados alrededor de los equipos y el Dj sorprendió a todos con la música, instantáneamente aparecieron las primeras sonrisas, la chacota y uno que otro bailecito; de pronto, y sin saber de dónde, como es natural en casos de conducta como esta, se acercó la figura baja, marcial y vigilante del profesor Rejas, el encargado de disciplina; con mirada inquisidora, como preguntándose el por qué los alumnos no se encontraban en el aula, rodeo al grupo con el sigilo de un cazador, lo examinó hasta que me reconoció entre ellos y sin mediar palabra se retiró.
El Dj escogió algo de su repertorio y mezcló canciones "in situ" haciendo gala de su talento, mientras los alumnos desataron una tormenta de preguntas, tomé el control de la clase organizando y evaluando los conocimientos. Aquel espacio ventilado se había convertido, salvando las distancias, en el huerto de Academus, se elevaba un bullicio sano, sustancioso, era un ambiente de aprendizaje. Sin embargo, a los pocos minutos volvió a rondar por el patio el profesor Rejas, pero esta vez se le sumó a su constitución un aspecto intranquilo y actitud desesperada, a cualquiera que haya visto un león enjaulado, con el hocico abierto, jadeante y la melena desordenada se le hubiera partido el corazón de igual manera al ver la angustia y desesperación que desdibujaba el rostro de aquel hombre. Al mirar en rededor observé contrariado que alumnos de Educación Física y otros tantos desde las ventanas de las aulas más cercanas, miraban con curiosidad lo que hacíamos.
Esto era algo inusual y por tanto peligroso, la disciplina del colegio estaba sobre una delgada capa de hielo. Me acerqué al profesor Rejas y le expliqué lo mejor que pude y con los mejores argumentos que pude tener a la mano la finalidad de todo aquel montaje, hasta que en un punto de mi discurso el profesor Rejas me miró más aliviado y dijo: "Bien profesor pero póngale el volumen bajito porque los otros salones están en clase".
El trabajo con los estudiantes se realizó de la mejor manera, el DJ daba indicaciones y los alumnos las seguían y mostraban dedicación al hacerlo; en esta clase los alumnos estaban atentos, estaban felices, estaban concentrados y preguntaban con interés. Pero lo mejor de todo, Ramos C?, el chico Ramos como le decíamos los profesores, estaba interesado, parecía que esto le gustaba, y cuando le tocó hablar por el micro, sus compañeros le hacían bromas referidas a su voz áspera y aguardentosa parecida a la del comprador de fierros viejos. Pero en ese momento el cielo se abrió, salió el sol, y Ramos rompió el breve silencio con una extraordinaria voz de locutor de radio, una voz ronca pero firme, grave y sonora. Todos los presentes nos quedamos admirados y no pudimos contener el aplauso.
Debo decir como docente que me sentí muy contento y aprendí que el profesor no debe pretender saberlo todo, es importante que involucremos a los diferentes oficios en la educación; la nuestra debe ser una sociedad que eduque para la vida y pinche corazones.
WILBERT SABASTIZAGAL
ICA - PERU