Pero ¿te cuento algo? Como mujer que fue una niña como tú y que también quiso escribir cuentos, déjame decirte algo: lo mejor de las historias no es escribirlas, es vivirlas. Lo mejor de lo que inventas es esa parte que dejas que se convierta en realidad.
Ninguna ficción es solo ficción. Quien escribe una frase vive para siempre en ella. Su alma, sus recuerdos, sus miedos y deseos quedan ahí para siempre. Sentados, quietos, tranquilos. Todo lo que anhela está impregnado en cada vocal escrita. Y tú lo sabrás. Lo sabrás cuando las horas te enseñen el valor de las flores y de las olas del mar, cuando alguien provoque que no puedas parar de hablar, cuando alguien te haga plantearte motivos, razones, porqués. Algún día —hazme caso— querrás sacar a alguien de tus pensamientos con tantas fuerzas que no te quedará otra que materializarlo en forma de palabras. Y sabrás que ni todo es fácil, ni todo es cuento. Lo sabrás cuando aprendas que las caricias a veces rompen y que los golpes a veces sellan.
Te sellan por dentro, te cierran con llave.
Querrás escribir cuando algo se cierre, pero sobre todo cuando te cierres tú misma. Querrás escribir cuando necesites hacer de algo un sentimiento eterno, cuando el olvido comience a amenazar algo que no debas perder de vista… o cuando la felicidad sea tal que tengas que hacerla palpable de algún modo.
Cuando seas mayor… verás la escritura desde otro punto de vista. Entenderás que crear otros mundos no es más que una de las formas más primitivas de escapar. Que ningún cuento nace sin un drama y que ningún drama acaba sin moraleja. Que todo comienzo lleva detrás un final… y un nuevo comienzo. Comprenderás —con el tiempo— que cuando sientas eso que te haga escribir, ya no querrás vivir nada que no sea ni parecido. Querrás mantenerte siempre en ese estado en el que vive quien suspira a todas horas, quien siente, quien quiere, quien tiene el corazón en un puño y el alma libre volando. Y te enfadarás cuando las palabras no lleguen, cuando no seas capaz de llenar con ellas una hoja en blanco. Y te plantearás si vale la pena vivir una vida que no haga que quieras expresar toda la magia que llevas dentro. Hazme caso: lo harás. Porque quien escribe de corazón, siente que algo muere con cada palabra que no sale, que no nace, que no está.
Busca que esté, busca que salga, busca que cuente. Porque quien no escriba tal vez no comprenda, pero tú sabrás, como yo sé ahora que lo que no se ha escrito, no existe, no importa, no queda. Haz que quede, haz que importe, haz que exista.
Aunque más de una vez te comas la cabeza innecesariamente. Aunque te digan que para qué pensar tanto, que para qué escribir tanto, que para qué soñar tanto, nunca les hagas caso. Escribe, piensa, sueña, siente. Vive intensamente. Habrá gente que te diga que es mejor la tranquilidad, la falta de letras, la falta de motivos para escribir. Te dirán que uno solo escribe cuando está mal. Pues bien: eso no es verdad. Pero ¿y si así fuera, qué más daría? Hay quien pone cara de perro o da golpes en la pared, o que habla mal a los demás cuando está con el morro torcido. En cambio, quien escribe, no solo no hace daño a los demás; también consigue estar bien, y de paso tal vez, logra que otros también lo estén.
Nunca te guíes por quien trate de desviarte del camino. Nunca oigas consejos en cuanto a lo que te salga de dentro. Nada que salga del corazón debería ser modificado por ninguna opinión. Nada.
Sé que ahora eres pequeña, pero lee esto cuando seas más mayor, cuando yo sea mucho más mayor de lo que soy ahora y tenga edad para hablar como hablo ahora (tu madre ya sabe que soy un vejestorio precoz, ya te lo contará… ). Lee esto cuando no entiendas por qué te da por escribir sin más, cuando pienses que nadie en el mundo puede entender el amor que sientes por las libretas y los teclados, cuando creas que estás loca.
Y nunca te rindas. Si de verdad tus ganas se mantienen, lucha por ello. Llama a puertas, da patadas, grita al viento. Haz todo lo posible por llegar a ello. Y si no lo lograras, y si cayeras en el intento, ten el valor para empezar de cero, otra vez, como si nunca lo hubieras hecho. Y sobre todo, hazme caso: vive lo que escribes. No te encierres. No te bloquees. Haz de tus cuentos una novela de carne y hueso, una historia irrepetible, inimitable, inexplicable con nada que no sea el corazón.
Espero que algún día leas esto, A. Mientras tanto, crece, haz tonterías, llega tarde a casa, haz muchas amigas y besa varios sapos, que al final, alguno de esos
Y escribe.
Siempre que haya algo que…
Ya sabes.
De M. para Aitana.
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