Un nuevo día para ver cosas más cosas. Aunque os parezca mentira, seguía haciendo mucho, mucho calor.
Salimos hacia Triberg. Íbamos a hacer parte de la ruta de los relojes de cuco! De repente, yendo por la carretera, entre abetos, se abrió un claro, con un parking y la casa de los 1000 relojes. Oooohh! la había visto mil veces buscando información de todo lo que íbamos a ver, y ahora la tenía delante! Y si, seguramente será turístico total, pero debíamos ser los primeros porque no había nadie dentro.
Alberto decía que a él no le gustaban nada, Gorka flipaba y quería uno y yo no sabía donde mirar. Había verdaderas obras de arte. Es una pasada lo bien tallados que están. Me devané los sesos pensando dónde podía poner uno en casa, pero de los modernos, eh?, que estos no me pegan nada. Claro que aunque los modernos me hubieran quedado bien en cualquier pared, mi bolsillo no estuvo dispuesto a soltar toda la pasta que pedían (queeee caaaaarooooos!!!).
Este estaba en la puerta, fijaros cuánto detalle!
Una vez en Triberg fuimos directamente a las cascadas. Se supone que son las más altas de Alemania, aunque he visto saltos de agua mucho más impresionantes. Si que es verdad que aunque no había mucha altura de caída, había muchas cascadas.
Llega la hora de revelar el gran secreto. En Triberg está la cafetería que asegura tener la auténtica receta de la tarta selva negra. Se la han ido pasando de padres a hijos durante varias generaciones. Es la cafetería Schaefer. Sabéis que es lo que pasó, no? Pues si! que evidentemente no podía dejar pasar la ocasión de probar un dulce mundialmente conocido "in situ".
Estaba convencida de que no me iba a gustar. Pensaba que el chocolate sería demasiado fuerte, que llevaría mucho licor o que sería extremadamente dulce la nata.
Entramos en la cafetería y con solo mirar el expositor se nos hizo la boca agua. Había 6 o 7 tartas distintas. La primera la que íbamos a probar y luego otras con igual pinta. Que pena no tener cuatro estómagos cómo las vacas!
Pedimos un trozo para los dos, porque acabábamos de comer. Probé la nata. Mi paladar se puso a investigar. El licor estaba en la nata. Mientras Alberto había cogido un trozo de bizcocho y me miraba con una sonrisa de oreja a oreja: -Prueba esto! - Está bueno?- Tú pruébalo!
Y lo probé. Y no os lo creeréis, pero ahora mismo tengo la boca salivando. Un bizcocho delicado, con el aroma del licor que le aportaba la nata, y de repente, una cereza que explota en mi boca, llenándola de sabor y llevándome a otro mundo instantáneamente.
Que exagero? Sabéis que es lo que le dije a mi marido después de ese bocado celestial? Donde esté esta tarta que se quite el mejor orgasmo del mundo! Os lo juro por lo que queráis. Es lo mejor que he probado en años!
Casi lloro cuando la acabamos, pero teníamos que seguir con nuestra ruta. Fuimos hacia Titisee. Un lago precioso, al que llegamos después de estar viendo desde la carretera uno de los trampolines de salto de esquí (que impresionantes!)
En el lago alquilamos una barquita. La gente se estaba bañando y haciendo deportes acuáticos. Las casas de los alrededores eran más palacetes que casas. Y los alrededores del lago eran un hervidero de turistas comprando en las numerosas tiendas.
Yo también piqué. Crema de kirsch y licor de chocolate y kirsch. Dos botes de mermeladas... Ah! y muchas fotos de detalles de Navidad para copiar cuando llegara a casa.
Como llego la hora de merendar y no habíamos tenido bastante con la tarta, compramos un bretzel dulce. Mmmmm! Otra cosa rica, rica!
De ahí salimos hacia Sankt Blasien. Llegamos sobre las 20h, pero como todo lo cierran a las 18h nos encontramos la catedral cerrada. Eso si, no me discutiréis que es preciosa por fuera.
Sankt Blasien es un pueblecito pequeño. Lo cruza un riachuelo llenito de truchas. Y tiene un parque un poco peculiar: -Mama, que es eso? - Mmm, no se...
Cuando nos acercamos vimos lo que era. La cabeza del obispo al que hicieron mártir y pasó a ser San Blas. Evidentemente era una estatua, pero es un poco tétrico, no?
Ejem, ejem, tengo que deciros, que también cenamos. Estas son las fotos de lo que nos pusieron
Y después de esto, sólo nos quedaba irnos para el hotel. Al día siguiente tocaba ruta larga de coche porque nos íbamos hacia la ruta romántica.
La primera parada fue en Villingen. Muy bonito, aunque a mi me gustó más Gengenbach.
No quisimos demorarnos mucho porque queríamos parar en Konstanz. La verdad es que se nos hizo un poco largo el trayecto. Constanza es una ciudad grande a orillas del lago que le da nombre, de la que disfrutamos muy poco porque entre que comimos y no, nos dio la hora de irnos.
Y menos mal que salimos pronto de la ciudad. Nos quedaba un largo trecho hasta Bad Kohlbrug, donde teníamos el nuevo hotel, y además cogimos bastante caravana. Menos mal que al llegar tuvimos la agradabilísima sorpresa del hotel. Prácticamente nuevo. Con un recepcionista de nuevo muy amable que nos explico que podíamos usar la piscina cubierta y la sauna ( a Gorka le hacían chiribitas los ojos) y que nos había puesto en la habitación más grande que tenían. Habitación???? Sólo le faltaba cocina para ser apartamento! Y además con claraboya en nuestra habitación (ahora Gorka rabiaba, pero le dijimos que podría estar un ratito por la noche y se le pasó)
Repuestos del viaje bajamos a cenar al restaurante anexo al hotel y luego fuimos a dar un pequeño paseo por los alrededores. Nos paramos en un cartel y fue cuando nos enteramos de que estábamos en un hotel a pie de pistas de esquí. Buf! imaginarse como debe ser en invierno nos alteró. Que pena no tener dinero para poder volver en esa estación!
Notas:
Reitero lo de la tarta Selva Negra. El mayor placer de los que he conocido hasta ahora! ;-)