Estos días de frío me han hecho recordar las temperaturas del lugar más
septentrional que visitamos este verano en nuestro viaje a Noruega, las
Islas Svalbard: seis grados centígrados de máxima en pleno agosto, algo
menos incluso que las temperaturas que nos están haciendo tiritar estos
días por nuestras latitudes.
De todo el archipiélago, lleno de numerosas islas, sólo tres están habitadas con
un total de unos 3000 habitantes de los cuales 2000 viven en Longyearbyen,
la población de mayor tamaño de estas islas y el municipio situado más al
norte del planeta.
Sin embargo, las Islas Svalbard disfrutan de un clima relativamente suave
comparado con otras zonas de la misma latitud, con unas temperaturas
medias que oscilan entre los -14º C en invierno y los 6º C en verano.
La vegetación es polar en invierno y de tundra en verano, destacando entonces
las flores de la hierba de algodón ártico que crece en las zonas más
húmedas y terrenos pantanosos.
Resultan espectaculares estas flores con forma de pompón de suaves
filamentos blancos continuamente movidas por el fuerte viento que azota
la zona.
El pequeño cementerio de Longyearbyen llama la atención a lo lejos con
sus escasas cruces blancas. No es que allí no muera nadie, es que los
enterramientos están prohibidos en estas islas desde hace setenta años
al comprobarse que los cuerpos no se descomponen por mantenerse
congelados.
Históricamente la caza de las ballenas y la caza común fueron actividades muy
practicadas en el archipiélago, pero actualmente la conciencia de sostenibilidad se
ha impuesto en todos los aspectos de la vida en este lugar y casi dos tercios de la
superficie de las Islas Svalbard están protegidos como zonas de especial interés
medioambiental.
Es frecuente, sin embargo, ver cornamentas de reno, pieles de diversos tipos y
productos cárnicos resultado, imagino, de un sistema de caza regulado.
La minería, iniciada a principios del siglo XX, ha constituido la actividad
económica más importante y en los últimos años también la científica,
existiendo un centro universitario con investigadores de más de veinticinco
nacionalidades realizando estudios sobre geología, geofísica, tecnología y
biología.
De este modo esta pequeña comunidad ha pasado de ser un pueblo
a una moderna población con diversos tipos de industrias y negocios, una
sorprendente oferta de actividades culturales (conciertos, exposiciones y
festivales) y una serie de establecimientos tales como restaurantes, hoteles y
bares con un estándar más alto del que podríamos esperar en una lugar tan
pequeño.
Fuera de la población visitamos un campamento dedicado al estudio del oso
polar en el que el guía nos recibió con un rifle colgado.
En estas islas existen más osos que personas, aún y esperemos que por mucho
tiempo. Hay algo más de tres mil y no son infrecuentes las muertes por ataques
de osos por lo que es obligatorio llevar rifle cuando se sale de la ciudad.
La visita incluía una pequeña conferencia sobre el Ursus maritimus, oso
blanco u oso polar: su pasado, presente y futuro, este último no muy
halagüeño con el cambio climático, frente al que estos científicos están
trabajando.
El entorno no podía ser más natural y agradable, en una cabaña circular de
madera, con el fuego encendido, las cafeteras y unos gofres noruegos con
mermelada preparados como tentempié y para aliviar el frío del exterior.
También pudimos disfrutar de los perros de trineo que durante el verano
descansan hasta la época de nieve.
Interesante para visitar es también el Svalbard Museum con completas
explicaciones sobre la fauna y flora del archipiélago, así como su historia
desde los primeros colonos.
Nos encantó la biblioteca y zona de actividades con cojines y pieles para
disfrutar cómodamente sentados en el suelo.
El archipiélago de las Svalbard, un destino cuyo entorno duro, casi hostil, lo
convierten en especialmente auténtico e interesante.