Cinco años. Cinco años cuesta llegar a Júpiter. Lo escuché por la radio mientras me arreglaba para ir al trabajo. Espuma en el pelo, colorete preparado, ropa planchada (dudosamente), zapatos, rimmel, ánimo, móvil, libreta, ordenador, gafas de sol… todo en regla, todo bien. Rutina diaria. Joder, llego tarde. Como me toque correr, fijo que me caigo con lo empanada que me he levantado. Y los cinco años retumbando en mi cabeza. Y el nombre de la sonda, también. Como una de mis películas favoritas, Juno. Y esta canción, que me sigue matando un poco cada vez que la escucho. Cosas de ser una ñoña, supongo.
Cinco años. ¿Cuántas cosas te pueden pasar en cinco años? A la sonda no gran cosa, no deja de ser una sonda. Pero claro, si fueras tú, si se tratara de ti y tuvieras que realizar un viaje de cinco años, ¿qué pasaría? De primeras pensarías en si tendrías suficientes distracciones para aguantar las horas muertas, que si el Ipod, el Kindle, la Cuore y el Vogue… y el cargador que no falte, y… ¿habrá WIFI? Pensarías en qué llevarte de ropa, en si frío o calor, en si botas o chanclas… en ¡madre mía! la de bragas que me harán falta para tantos días. De primeras pensarías que tal vez bien, pero luego… que tal vez mal. Pensarías en no ceder, en rendirte, en enfadarte y decir que te dejen en paz, que haga ese viaje otra tonta a la que engañen. Pensarías en quién echarías de menos. Y en si a ti te echarían en falta… o no. Porque claro ¿quién no teme que le olviden en tanto tiempo?
Pero ¿y si la recompensa a tantas días de tu vida fuera algo tan grande como un planeta? Quién sabe… Tal vez, dependiendo de lo que obtuvieras tras esos cinco años, decidieras embarcarte en tan largo periplo. Y cogerías el mando, el volante, o lo que sea que tuviera tu nave. Y pondrías esa lista de Spotify, la de los viajes en coche, y cantarías tan alto que hasta las estrellas se taparían los oídos de tanto escuchar tus malditos gallos.
Pero claro, han de asegurarte que valdrá la pena hipotecar cinco años.
Pero la verdad es que nadie te puede asegurar que un viaje de cinco años llegará a buen puerto. Tal vez te pierdas por el camino, ya sabes que hay sitios en los que el navegador no va. Tal vez llegues a Júpiter y pienses… ¿y tanto rato para esto? Puede que a pesar de tus miedos iniciales y de tu posterior ilusión, el desenlace termine siendo todo un fraude. Pero puede que no. Tal vez acabe compensando el cansancio, la batería agotada, la acumulación de revistas leídas y los envases de comida vacía. Tal vez, lo que descubras al llegar sea tan maravilloso que empieces a plantearte que tu vida empieza justo ahí, y no antes. Pero claro… no esperes que nadie te asegure que eso pasará. Tendrás que dar un paso a ciegas, firmar un contrato sin la posibilidad de conocer las condiciones, hacer caso a tu voz interna y dejarte llevar por la intuición. Y así… con todo.
El viaje de cinco años me hizo pensar. Pensar mucho. Pensar en esos viajes que emprendí sin saber adónde me llevarían. Y en los viajes que ya no emprendo, que ya no me atrevo a emprender porque me aterran más que un vuelo con Ryanair. Pero siempre hay algo que te hace despertar del letargo, aunque sea momentáneo, aunque sea fugaz. Aunque nadie te asegure que vaya a salir bien.
Porque hay viajes que por mucho que duraran toda una vida no dudaríamos en emprender. Cogeríamos todos los trastos, todos los recuerdos, todas las estupideces que haríamos una y otra vez; todos los sentimientos, todas las tristes ilusiones que se fueron apagando pero que sólo con un soplido serían capaz de revivir y las meteríamos en una sencilla mochila de piel. Y echaríamos a andar los años que hicieran falta, cinco o los que fueran, las vidas que hicieran falta sólo por llegar, sólo por volver a sentir. Sólo por volver a notar cómo tiembla el suelo cuando se abre el universo al escuchar un sí.
Y ahora me pregunto si.
Y ahora te pregunto si.
Como diría el poema de Luis Alberto de Cuenca, pero mezclado con lo que diría yo…
Si también crees que podría viajar a Júpiter,
o al cuarto de la plancha,
pero contigo.
M,
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