Aquel día de los enamorados de un febrero especialmente soleado fue el elegido para visitar quizás el monumento más tétrico de nuestra visita a la ciudad de Londres. No quisimos correr el riesgo de quedarnos sin poder entrar, por lo que nos metimos en una de esas excursiones de medio día en la que tienes la ventaja de entrar sin ningún tipo de trámite y con el acceso asegurado. En caso contrario, las colas se hacen interminables y puede darse el caso, muy corriente, de que te quedes sin poder entrar. Pensando así, decidimos inscribirnos en esta excursión en el mismo hotel.
El día catorce de febrero a medio día el autobús, con esa puntualidad británica tan típica, estaba en las puertas de nuestro hotel y de allí nos dirigimos a la City y más tarde desembocamos a lo que es la entrada del complejo de la Torre. La guía nos dio una serie de instrucciones para la visita en caso que una vez dentro, nos fuésemos a nuestro aire. Así que con los pases para las dependencias especiales que hay dentro de la Torre a la que puedes acceder o no, según tengas la correspondiente entrada, nos fuímos en grupo hacía ese invento moderno que han situado en las misma narices de la enorme fortaleza, formado por puertas giratorias que se nos antoja fuera de lugar. Los trámites de acceso estaban formalizados. Ya estamos dentro del complejo de la Torre.
Naturalmente mi mirada se fija en esa Torre Blanca central, punto culminante del macabro complejo; pero también miro con curiosidad a esos cuervos (8 por aquella época) que señoriales se pasean por todos lados, teniendo sus casitas de madera individuales y curiosamente con nombre propio cada uno. Mi curiosidad me lleva a preguntar como se les cuida y me asombro del mimo con que son tratados estos bichitos que tienen que estar presente en la Torre por razones más que de adorno; el día que no haya cuervos en Torre, el Imperio Británico desaparecerá. Dada esta leyenda es comprensible que se les trate con tanta veneración. De todos modos mi curiosidad me lleva hasta ofrecerle un poco de pan a Darry, pero el orgulloso pajarraco negro ni se digna mirarme; no así lo hacen los gorriones, verdaderos dueños del lugar que sin vergüenza alguna me quitan el pan de las manos.
No puedo evitar también la curiosidad de llegarme hasta la puerta de los condenados o de los traidores. Quizás sería bueno que la entrada en este monumento se hiciese por esa puerta; no sé, el morbo sería mayor… sentirte como lo se sintieron todos aquellos que entraban allí con una condena de muerte colgada al cuello.
También me dejo fascinar por los uniformes militares, ese día la guardia escocesa tiene turno en la Torre, cada quince días se cambia el cuerpo de guardia… Realmente es encantador poderse burlar de un militar sin que se le muevan los ojos… cosas de la picaresca.
En el patio el patíbulo; los nombres más conocidos de los que “perdieron la cabeza en el lugar” y un hacha de pego que adorna este lugar tan especial. Dos vueltas doy alrededor del casi cuadrado sitio; no puedo evitar sentir las voces del gentío, pero también la angustia del condenado.
Visita a la Torre Blanca, estrella cumbre del complejo, levantada por Guillermo el Conquistador en 1066. Sin embargo su edificación como fortaleza, levantada sobre un cerro y visible desde el río por todos los lados de la antigua Londres pronto se convirtió en un monumento a la crueldad. Prisión real (en sus calabozos han tenido sus momentos amargos personajes célebres: Thomas Moro, Ana Bolena y Rudolf Hess, por nombrar algunos). Su terror se extendió durante 900 largos años, todos aquellos que ofendían al rey tenían aquí su morada. Los más afortunados podemos decir que vivían de una manera más o menos cómoda; pero los desdichados que tenían condenas más penosas podían morir en sus calabozos de la manera más impensable, o ajusticiados públicamente.
En la actualidad la Torre está custodiada por 42 guardianes, más los medios electrónicos vanguardistas de nuestro época, no en vano el tesoro de la corona se encuentra expuesto aquí. Recuerdo que durante mi primera visita en el 78, las joyas de la corona estaban en una cámara acorazada, a la que se accedía por unas escaleras hasta las entrañas de la tierra. Allí lucían todo su esplendor tras unas puertas que a la menor alarma se cerraban automáticamente. Hoy nos paseamos ante ellas en un pasillo automático que hace que el público no permanezca por mucho tiempo dentro del recinto. Naturalmente las coronas nos deslumbran sobre todo la de la reina con el diamante más grande del mundo. Para poder ver el resto del tesoro real nos vamos hasta la Torre de Martín donde se expone el resto de baratijas reales de menor valor.
Es prudente ver también un resto importante en la torre Blanca, la capilla de San Juan, normanda del 1087, que da un ambiente especial al recinto. Quizás en ella se ahogaron muchos lamentos de los condenados. Realmente sobrecoge. Abajo los calabozos nos amargan la vista y sobremodo sabiendo que no todo el mundo puede llegar a ellos. Tiene un número límite de visitantes y nos sentimos lamentablemente afortunados por poder bajar. La prohibición de hacer fotos me es agradecida. No creo que nadie tenga ganas de llevarse un recuerdo de este lugar.
Y fuera de la gran Torre, visitamos las otras torres, que aunque menos conocidas no son ni mucho menos desconocida para quien estudia la historia de este país quizás con pasión desmesurada. La torre de Beauchamp, sobrecoge por la historia que la presenta: lugar donde permanecieron presos muchos personajes de cierto grado social acompañados de sus sirvientes. Curiosamente se les aplicaba el mismo grados de traición que a sus amos.
La Capilla St. Peter ad Vincula con su tenebroso contenido: aquí están enterrados muchos de los ejecutados en la Torre (se estima que en total fueron unas 2.000 personas).
La Torre Verde donde se ejecutaban a los “presos distinguidos”, ironías del destino. La ejecución se hacía en privado, lejos de la plebe y de los siete ejecutados, curiosamente tres son esposas del Enrique IV.
La Torre Sangrienta recibe su bien merecido nombre debido a que en este lugar fueron asesinados los hijos y herederos del rey Enrique IV por su tío Ricardo III, en 1483.
El Palacio Medieval, la única construcción que digamos no está relacionada con la sangre (por lo menos derramada en ejecución), en ella moraban los reyes de Inglaterra y ahora es la residencia del Guardian de la Torre o Gobernador, esta estancia está cerrada al público.
Y después de hacer la visita reglamentaria, intentamos ponernos en comunicación con un curioso cuervo que intenta hacerse ver a mi lado, guardando las distancias eso sí; pero la comunicación no es posible, de nuevo los gorriones con sus cantos alegres y su desparpajo vuelven a ser los dueños de mis miradas y de mi sonrisa….. al fin y al cabo son los benditos de Dios.
Horarios:
Diario: de 9 a 17 h. (lun-sab) y de 10 a 17 h. (dom), sólo de marzo a octubre.
Precio: 13,5 libras (20 €). La visita dura 2 ó 3 horas. (descuento a grupos, con excursión programada y acceso directo)
Metro: Tower Hill.
DAMADENEGRO
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Datos de registro
Identificador: 0907304181063
Título: torre
Fecha de registro: 30-jul-2009 16:03 UTC
Autor: damadenegro
Tipo de obra: Literaria, Narrativa, Ensayo