Me gustaría dedicar esta entrada a la crónica del descanso en familia...disfrutando del aire libre y la naturaleza. Quisiera decirles que en estos casi dos meses pude relajarme, sin urgencias ni estrecheces horarias. Pero lo cierto es que las últimas semanas fueron agotadoras. Al ritmo de una rutina distorsionada por visitas inmobiliarias, decenas de horas de limpieza y algunas otras en diferentes consultorios médicos. Descubrí en el proceso de venta de una casa y reforma de otras dos, el verdadero significado de la somatización.
Con apenas tiempo de responder correos de trabajo, aproveché cada oportunidad para a visitar los blogs que extrañaba. Mientras tanto, se acumulaban las palabras propias y las imágenes en la memoria de la cámara sin que llegara el día de su migración definitiva a la computadora.
Más repuesta de ánimo y con los proyectos encaminados, el re-encuentro con la desmesura era inevitable. Y es un re-encuentro feliz! Elegí volver compartiendo un viernes frugal de "Colorín Colorado" como excusa para enseñarles nuestra pérgola "reciclada". Todo un esfuerzo en conjunto con mi no-marido, que supervisó, lijó y pintó. Es un verdadero placer verlo involucrado en los proyectos de construcción, aunque todavía me cuesta ceder decisiones estéticas a la concordia de la pareja -ese no era mi territorio?
Todo el proceso fue de idas y vueltas. Nos costó bastante decidir el material para el techo y finalmente, resolvimos una solución provisoria. La idea era disfrutar de un espacio al aire libre, protegido del sol y respetando el presupuesto original. Sin mucha convicción, elegimos tela sombra porque es económica y podemos cambiarla cuando sea conveniente. No es estéticamente agradable (al menos para mí) pero realmente hace que podamos usar la pérgola aún en pleno mediodía.
Limpiar y ordenar el caos de materiales posterior a la construcción, no fue una tarea menor.
Eliminar a pico y pala los restos de cemento acumulados que no dejaban crecer el césped, tampoco.
Como recompensa, ahora tenemos 20 metros más de superficie que podemos usar durante todo el día y también durante la noche (los mosquitos fueron crueles en enero, pero igual tuvimos una que otra trasnochada. Espiral por medio)
Mientras esperamos a que avancen los brotes de gramilla, ésta es la vista del ranchito con su nueva pérgola. En este momento me asaltan dudas semánticas y no sé si es estrictamente una pérgola, una baranda o un patio. En fin...
Camilo decidió inaugurar este espacio -se llame como se llame- a su manera: haciendo un hermoso agujero en la cerámica con un tronco para el asado. Bien visible, por las dudas. En ese momento, descubrí que no soy una mamá zen. Habría preferido que me quebrara el pie antes con el tronco antes que vivir con el ingrato agujero que el susodicho decidió ocultar con un libro de cuentos. Como consuelo, compré dos sillas de hierro que están esperando que las recupere del olvido y el óxido.
Ah, si se están preguntando qué pasó cuando levanté el libro, no se preocupen: el niño resultó ileso. Pero tuve que contar hasta cincuenta mil...