Si os gustan las historias con misterio no os perdáis mis dos libros de relatos: Relatos inquietantes de la nube, Relatos inquietantes de la nube (II).-
Menfis, 2435 a C.-
El banquete en honor del recién nacido Cheneterka se hallaba preparado. La feliz Meresanj se encargó de organizar el evento. Era un honor dar al faraón otro hijo varón. En aquellos días una gran cantidad de infantes no sobrepasaban los cinco años de vida y era sustancial que el número de posibles sucesores fuera lo más abundante posible. En los últimos cinco años Jafra había tomado dos concubinas, pasando a engrosar, junto con sus neófitos, el número de habitantes de la Casa Jeneret o de las bellezas ─lugar donde vivían todas las esposas y concubinas con sus hijos─. Los hijos del rey eran educados en esas importantes dependencias bajo la supervisión de Meresanj, convirtiéndose de ese modo en una de las mejores consejeras y administradoras que poseía el reino.
En una zona del frondoso jardín que englobaba a los edificios de la Casa Jeneret se instalaron toldos de lino blanco para impedir que el sol del atardecer deslumbrara a los invitados. Las mesas fueron colocadas cubriendo una amplia zona, engalanadas con flores y mostrando alrededor un número de sillas de madera, con cojines de lana, para hacer más cómoda la estancia de los convidados. El olor de los asados recién hechos llegaba ya desde las cocinas haciendo que los huéspedes comenzaran a salivar. Jafra todavía no había hecho acto de presencia y el banquete no podía comenzar hasta que llegara. Los músicos se hallaban preparados para interpretar los toques característicos que anunciaban al faraón.
Meresanj había recuperado su grácil figura en pocos días después del parto, gracias a los ejercicios de natación, que practicaba todos los días, y a los masajes de su esclava siria; se hallaba bellamente ataviada con una sutil y vaporosa falda de lino en tonos turquesa que subía a los hombros en dos anchos tirantes bordados en oro y piedras preciosas, que cubrían someramente la rotundidad de sus senos. Un grueso collar de plata y esmeraldas escondía parte de su escote. Las sandalias, de cuero trenzado y piedras preciosas, hacían juego con la gargantilla, dejando ver unas uñas pintadas en henna en un intrincado dibujo que se extendía a la parte visible de sus pies. Una peluca trenzada con perlas y conos de perfume ponía el colofón a tan magnífica indumentaria. El bebé se hallaba a su lado, envuelto en suave lino, dormido en un canasto de fibra vegetal forrado de plumas, a la espera de la máxima autoridad de las dos tierras.
Los tambores retumbaron, así como los gongs, anunciando la inminente llegada del rey. Meresanj le recibió con una graciosa reverencia y le condujo hasta una silla lacada en oro y convenientemente acolchada en la que tomó asiento. La mujer le presentó al neófito y el faraón lo tomó en sus brazos para observar con todo detenimiento su rostro. Ya le había aceptado como hijo suyo en el momento del nacimiento pero ahora lo hacía en presencia de la nobleza y los escasos sacerdotes que asistían al evento. El faraón, ante la escasez de alimentos que sufría el pueblo, había mandado cerrar los templos, y repartir los almacenes de los mismos. Los lugares de culto se habían convertidos en pozos sin fondo en el gasto público, y en algunos casos parecían estados satélites que funcionaban con total autonomía sin hacer caso de muchas de las leyes. El dios viviente no podía consentir tal tropelía y había mandado clausurar una inmensa mayoría de ellos, siguiendo el ejemplo de su hermano Jufu, que en su reinado hizo lo mismo. Uno de los que se habían salvado de esta medida, por amor a Meresanj, fue el de Hator y Tot, ya que su esposa era suma sacerdotisa de estas deidades.
─Hoy veo perfectamente los rasgos de mi estirpe real en esta minúscula faz. Le acepto como sucesor al trono después de sus tres hermanos mayores.
Declamó estas palabras poniéndose en pie y exhibiendo al bebé con los brazos en alto. Los súbditos se postraron ante Cheneterka que emitió un grito de disgusto al verse en posición tan vulnerable. La nodriza se hizo cargo del bebé y al sonido de un gong dio comienzo la celebración. Las mesas fueron servidas con bandejas de carne: buey, cordero, hipopótamo y erizos. Estos últimos salían envueltos en una costra de arcilla que los esclavos quitaban con suma destreza, antes de repartirlos, y en la que quedaban atrapadas las púas, dejando a la vista la blanquísima y gustosa carne. No faltaron las aves que incluían perdices, codornices, pichones, palomas, patos, ocas e incluso garzas, grullas y cigüeñas. Se acompañaban con huevos de todo tipo incluso de avestruz. En las fuentes de pescados no faltaban bagre, carpas, percas, siluros y mújoles, unos frescos y otros ahumados o en salazón.
El pan se amontonaba en grandes cestos que los esclavos y personal de la Casa Jeneret iban repartiendo a medida de su consumición. Los pastelillos de dátiles, almendras y frutas se servían al mismo tiempo que los demás alimentos. Toda la comida se regaba con cerveza y vino al gusto.
Jafra y Meresanj compartían mesa, siendo cuidados por un séquito de criados que les atendían en todo momento. En ese instante fue llevado ante el rey una gigantesca fuente en la que se veía el espinazo de un buey, asado con cebollas, del que se desprendía un delicioso aroma de hierbas aromáticas. Lo cierto es que esta pieza era la más codiciada de todos los festines, quedando reservada para los más altos cargos que asistieran al evento. No tenía mucha carne, algunos restos pegados al espinazo, pero resultaba la más sabrosa. Las vértebras habían sido convenientemente golpeadas para dejar al aire la médula, que el faraón iba extrayendo cómodamente con un pequeño tridente de oro. Meresanj, a su vez, comía un guiso de verduras con ave mientras sus ojos no perdían de vista la cara de su amado. En pocos días se iría hacia la frontera para imponer cierto orden entre los que se atrevían a pisar sus dominios, una escaramuza de poca importancia, pero la separación física y el peligro al que estaría expuesto la intranquilizaban.
─Te dejo a cargo de las joyas más preciada que tiene el país, mis hijos; cuida especialmente de mi sucesor Menkaura, que nada ni nadie le dañen. ─Comentó en voz queda y cariñosa Jafra.
─Me encargaré de que así sea esposo mío. Estaré vigilante para que ningún obstáculo se interponga en el futuro de ese muchacho.
Sería muy fácil llegar hasta el adolescente con una golosina envenenada o tal vez fuera atacado por alguna fiera salvaje descontrolada… Meresanj tiró de las riendas de su mente que se movían igual que un caballo desbocado. Aunque le hubiera gustado que uno de sus hijos llegara a ser faraón, no conspiraría para hacer desaparecer una vida tan querida por su esposo. El futuro era quien tenía la última palabra.
En ese instante aparecieron los animales que constituían el plato sorpresa con el que Meresanj agasajaba a sus invitados: cuatro hienas asadas con grasa de oca, que la reina había mandado cebar durante cinco meses con aves y cereales; fueron servidas calientes a la multitud de invitados que se chuparon los dedos con aquel exquisito manjar. El primero en probar el asado fue el faraón que repitió plato de tan gustosa carne.
La reina había tomado sus medidas para que el viaje de su consorte resultara exitoso. El día anterior se había hecho conducir al templo de Hator y Tot vistiendo una túnica amarilla, tal era el color preferido por los dioses, y llevando multitud de ofrendas en alimentos y en conos de incienso, olor que a las divinidades agradaba sobremanera. Ante los pies de las estatuas había quemado el incienso y había ofrecido carne, pasteles y pescado, esperando pacientemente a que los dioses se alimentaran de la esencia de las ofrendas. Después de muchas horas oyó la voz atronadora de Tot preguntar:
─¿Qué deseas reina Meresanj, protegida de los dioses?
─Que mi esposo no sufra ningún daño durante su viaje a las fronteras del reino.
─Así será Meresanj. Volverá sano a salvo a tus brazos.
La promesa de los dioses siempre se cumplía, de eso podía dar fe a lo largo de su vida. Además de cuidar de los príncipes y princesas el faraón le encomendó la tarea de supervisar los trabajos realizados en la pirámide que se estaba erigiendo al lado de la de su hermano Jufu.
El día de la partida las esposas y los hijos se reunieron para ver marchar al rey. Cuando los últimos soldados de la comitiva del faraón se perdieron en la lejanía, el joven Menkaura se dirigió a Meresanj con estas palabras:
─¿Si algo le pasara al faraón y falleciera, yo mandaría sobre Egipto?
─Sí, eres su sucesor directo, ya lo sabes. ─Contestó la reina.
─¿Y podría hacer lo que quisiera?
─Serías un dios viviente y tu voluntad, sagrada. Todos obedeceríamos tus decisiones.
─¿Y tú no lo impedirías?
─¡Por supuesto que no! ¡He prometido a tu padre que cuidaría de ti y así lo haré!
En el rostro del adolescente se dibujó una sonrisa de triunfo. Meresanj retornó a sus habitaciones visiblemente preocupada. ¿Qué clase de rey resultaría este joven que tenía tanta prisa por reinar?
Londres, 1883.-
El doctor Kensington se encontraba al fin en su hogar. Con una copa de brandy se hallaba sentado en la biblioteca oyendo a las criadas moverse por la casa, embebido en los tranquilizadores sonidos y crujidos de una casa que había pertenecido a sus padres. Los tomos de su progenitor se confundían con los suyos propios, propiciando una colección de libros que eran la envidia de muchos eruditos.
Recordó con pánico su último trabajo con una momia esa misma tarde. El terror más absoluto se había desatado cuando se encontraba en los aseos del Museo de Historia Natural. Estaba convencido de que una presencia no humana intentaba atacarle, habiendo escuchado el roce de los dedos de esa criatura tratando de empujar la puerta del baño en el que se escondía. Esta horrible actividad se había interrumpido cuando la voz de uno de sus ayudantes le preguntó:
─¿Se encuentra bien, doctor?
─Ya tenemos a la momia preparada. Puede comenzar cuando guste.
Había salido del retrete como alma que lleva el diablo caminando a grandes zancadas, pasando por delante del subordinado sin decir una palabra, hasta alcanzar el gran salón en el que estaba el objeto a estudio. Después de beber un gran vaso de agua y lograr que los latidos de su corazón se acompasasen a sus deseos, se acercó a la momia que ya había sido sacada de su sarcófago y se hallaba dispuesta en una gran mesa de cirugía. Escalpelos, tijeras, tenazas, pinzas y demás instrumentos se colocaban en una mesita adosada, preparados para su utilización.
─Los difuntos egipcios se envolvían en vendas de lino tal y como pueden observar, con una cantidad exacta de 147 metros para enrollar todo el cuerpo, número que consideraban mágico, la misma altura que tiene la pirámide de Jufu (Keops).
Comenzó la ardua tarea de quitar el lino viejo y duro partiéndolo con un alicate; aparecieron restos de papiro entre las vendas en los que estarían escritas oraciones de protección; enseguida se desintegraron al entrar en contacto con el aire. Por fin el cadáver de la princesa Sitamón se hizo visible. El doctor Kensington, fue señalando los amuletos que presentaba la momia entre capa y capa de vendas:
─En el tórax, a la altura del corazón encontramos este precioso escarabeo alado, un escarabajo pelotero que es símbolo del sol naciente y representa la resurrección. A este lado del pecho vemos el ojo de Horus, el amuleto protector por antonomasia, en este caso fabricado con oro y lapislázuli; el Anj o cruz ansada símbolo de la vida colocada un poco más arriba del ojo; a la derecha del abdomen en orden descendente vemos el Shen u órbita solar asociado con la vida eterna y un montón de nudos de Isis, asegurando la protección de la diosa; el ieb o corazón, hecho de cornalina, colocado exactamente donde está el corazón; por último observamos que cerrando la incisión del costado por donde se procedía a sacar las vísceras del difunto, vemos un tyet o nudo de Isis mucho más grande que los anteriores, y presenta una pequeña escultura de la cara de la diosa. En el libro de los muertos se le menciona así: “Posee su sangre, Isis, posee su poder, Isis, posee su magia, Isis. El amuleto es una protección para este Único Gran Ser, que llevará fuera a cualquiera que pudiera realizar un acto contra él”.
Al terminar de pronunciar esta frase, tantas veces mencionada en anteriores espectáculos, un escalofrío le recorrió la espina dorsal quedándose con los ojos muy abiertos mirando a la audiencia, siendo consciente por primera vez de que había infringido muchas veces aquella protección. Obligándose a seguir con la exposición, pasó a hacer lo que todo el mundo estaba deseando que realizara y no era otra cosa que abrir la incisión del costado, para la que se ayudó de un escalpelo, y por la misma comenzó a sacar lino teñido con resinas, que habían impregnado todo de un tono amarronado, así como bolsas de mirra, canela y serrín que todavía se adivinaban de un simple vistazo pues estaban admirablemente conservadas. Los allí reunidos se adelantaron en sus asiento para atisbar mejor los elementos escondidos en el interior del cadáver respondiendo a una curiosidad malsana.
Los rasgos de la cara eran armoniosos y se podía adivinar que la momia había sido una joven bellísima. En un lado de la cabeza se veía un agujero en forma de estrella irregular rellenado con vendas negruzcas. Una vida segada en plena juventud.
─Nuestra bella joven murió de un golpe en la cabeza, como pueden apreciar por la forma en la que se astilló el hueso del cráneo.
No fue capaz de decir una palabra más, tal era su estado de ánimo e indicó con un ademán que había llegado el fin del espectáculo. Cuando todos abandonaron la sala, los operarios procedieron a guardar los restos de la momia. Los amuletos fueron recogidos menos el ieb que se donaba a la colección particular del doctor Kensington. De todas sus momias guardaba ese amuleto en particular, unas veces hecho de cornalina, o de jaspe rojo; otras de cerámica o de pasta encarnada. Le conmovía tener el “corazón” en la mano de aquellos seres de hacía más de mil años. Lo guardó en el bolsillo.
─¿No vienes a ver la momia de tu reina? Está ahí embalada. Debes estar muy nervioso por tan extraordinaria adquisición. Si quieres te dejo a solas con ella para que disfrutes de su tacto.
─¡No!─ La negativa rotunda fue dicha en un tono de histerismo y temor tal que el director de la institución se volvió para mirarle muy alarmado. ─Perdona por el grito. Estoy muy cansado, han sido muchas emociones juntas, la momia, la gente… Comprenderás que me vaya cuanto antes a casa. Mi reina puede esperar.
Y había salido a la carrera sin esperar a que contestara su interlocutor. Mientras apuraba la segunda copa de brandy en su estudio, metió la mano en el bolsillo para tomar el ieb. El amuleto pareció crecer por momentos y sintió las palpitaciones de aquel corazón de una princesa. El latido fue en aumento haciendo que los cristales de las ventanas vibraran como si fueran a romperse. El corazón emitió una exudación parecida a la sangre manchándole la palma de la mano. Arrojó aquella cosa lejos de sí y chilló de terror…CONTINUARÁ