Siempre vino acompañada de esos aires normandos, una región única llena de historia y de historias que abarrotan los códices medievales y leyendas antiguas. Caballeros, reyes y religiosos que a su vez engrandecieron lo que la naturaleza hizo de por si bella; pero tenía un valor estratégico ya por aquel entonces que no debía caer en el olvido de quienes cuidan su territorio con celo y saña. Reyes que levantaban en cólera ante cualquier provocación y que eran asesorados por hombres de la iglesia metidos en rincones para cuidar del gran patrimonio que se atesoraba años tras años.
La historia de sitúa en el siglo VII como lugar elegido por los anacoretas para velar las creencias y pulgar sus pecados. Son conocidas muchas grutas dentro de este levantamiento natural de tierra metido en el mar; grutas pequeñas que a modo de capillas hacían de estos hombres santos en tierra. Más tarde los reyes se dieron cuenta que la Normandía era lugar especial por su geografía y por tener dentro de su terreno a un vigilante natural que permitía saber cuándo se movía el vecino del norte. De modo que lo dudaron poco y allí donde los pobres hombres de oración tenían sus asentamiento llevaron a los benedictinos para convertir el lugar en una capilla que poco a poco se fue engrandeciendo con continuas reformas y como lugar de peregrinación de muchos fieles en busca de cumplir sus promesas. Quizás el hecho de que ser como elegida del cielo, hizo que estos hombres piadosos se quedara en el lugar dando forma al pueblo que rodea la iglesia o catedral e incluso a la ermita primaria que hoy se vuelve remolona ante la invasión de los turistas que en cantidades asombrosas hacen la visita a la Isla del Arcángel San Miguel y a ese lugar precioso y perfecto que en invierno adquiere una belleza singular y una soledad más agradable. Hay que tener en cuenta que su raíz religiosa está presente por todos lados y que debemos dejar algo de nuestra materialidad para entrar en este lugar por el camino de tierra que ahora la une a la Normandía y que antaño era atravesada en barca cuando estaba la marea alta o a pie cuando estaba baja y hacía el camino del peregrino aún más penoso en su último tramo.
Nos vamos a encontrar lugares preciosos, la Abadía con un claustro que en la soledad adquiere su verdadero fin: la meditación. Es sencilla e invita al recogimiento, cosa que agradezco y busco en estos lugares. La huella de su pasado podemos encontrarlo en un rincón de su estructura que nos muestra el trozo de muro que ha quedado de la ermita pequeña y piadosa, adorada y venerada por los peregrinos de fe. La leyenda del obispo al que se considera primer fundador del monasterio o basílica tiene su presente más lóbrego en el pedazo de cráneo que se guarda como recuerdo de no haber entendido al Arcángel en sus tres mensajes: un círculo perfectamente limitado en su hueso estando aún en vida y que también tiene su leyenda como precursor del peinado que los monjes adquirieron después.
Monjes y peregrinos se vieron un día levantados de su tierra para convertir la Isla en un lugar estratégico que vigila al enemigo invasor que se movía por las fronteras. Nada hay que señalar sobre el lugar que ocupa como bastión vigilante y lugar de perfecta visión panorámica de todo el territorio.
Esta unión de religión, fe y militar le dan hoy en día un asombroso poder de seducción. Basta con hacer el recorrido desde la playa próxima, en donde en verano es imposible estar por considerarse precisamente un lugar de veraneo y baño especial. En invierno en cambio, adquiere ese reflejo mediático que siempre tuvo acercándonos desde la arena, viéndole desde lo lejos y recorrer el camino que hicieron los primeros peregrinos, su figura es asombrosamente bella y también digamos que tiene tintes esotéricos con la punta de la torre mayor señalando el cielo con la mano del arcángel dorado sobre el cielo purificador.
El camino es bueno hacerlo a pie, aunque muchos llegan en coche actualmente, lo que resta belleza al recinto con el aparcamiento habilitado para tal fin junto a su muralla. Un pecado imperdonable por cierto. La muralla nos da un primer paso para comprender la utilización del lugar como estrategia protectora, como adelantado de vigía, como detector de los movimientos no amistosos que provenían del norte y del otro lado del mar. Sus calles empinadas y de adoquines con multitud de tiendas en la que podemos encontrar muchas curiosidades, tabernas y bares tradicionales y cómo no, religiosos.
Al final encontramos la ermita más antigua que guarda ese sabor pío y casto de los primarios cristianos, es un monumento al hombre ermitaño, su primer ocupante. Y más allá, coronando la altura está la abadía que ocuparon los benedictinos en su época y que ha sido noblemente conservada. A destacar el claustro que conserva algo de militar y religioso en su construcción; quizás sea el templo que mejor conjuga su doble función.
Naturalmente en esta visita iremos asomando la nariz por todos los miradores habilitados para darnos fe de la privilegiada situación de la isla en cuestiones militares, nada se escapa de su vigilancia, tanto por tierra como por mar era la avanzada.
Es fácil acostumbrarse a sus cuestas y a sus calles porque una viene de un lugar que tiene sus barrios más antiguos tal cual y con los mismos fines. No puedo añorar mis calles gaditanas con sus estrecheces, pues aquí encontramos las mismas vistas e incluso tengamos más habilidad para acostumbrarnos a sus cortas distancias. Son cosas del destino… simplemente belleza condensada que le llamo yo.
Normandía y su Isla que levanta el vuelo como el arcángel que lleva su nombre es un lugar digno de ser visitado por lo menos una vez en la vida y que ahora adquiere mucha más relevancia sobretodo en invierno por ser un destino de buen precio y mejores prestaciones…. dejemos la playa para los veranos y para los que necesitan el mar pues los gaditanos estamos sobrados de tanta agua salada :).
Declarado monumento histórico en 1862, el Monte Saint-Michel figura desde 1979 en la lista del patrimonio mundial de la Unesco
DAMADENEGRO 25/5/2009
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