Cecil, o lo que es lo mismo, la encantadora chica (de solo dieciséis años) que hay detrás de Wednesday 19th, me envió hace semanas dos textos. Uno de ellos me gustó, pero el otro me hizo click.
Se titulaba así: No sé que título ponerle. Qué queréis que os diga…sólo con eso me ganó más que el otro. Cuando no se sabe qué título poner, suele ser porque no sabes cómo sintetizar o explicar con pocas palabras la emoción que te genera el tema del texto. Por ello he decidido que este sería el post, del mismo modo que he decidido jugar con él y darle un giro que espero que guste a su dueña y a vosotros.
Que disfrutéis del paseo.
“Yo tengo una máxima: si crees en los sueños, ellos se crearán. Creer y crear son dos palabras que se parecen y se parecen tanto porque en realidad están cerca, muy cerquita. Tan cerquita como que si crees, se crea. Cree…”
(Albert Espinosa)
Esta mañana me ha dado por hacer limpieza. Ya sabéis, ordenar armarios, cajones y muebles que ni recordaba que existían. Que conste que si no se acercara el frío ni lo habría hecho, pero me daba un poco de vergüenza seguir teniendo bolas de ropa por todas partes y vestidos de verano colgados todavía, aún sabiendo que hasta junio no los volveré a usar.
Y como pasa siempre en estos casos, aparecen cosas de la nada, cosas que creías en la basura (por lo menos). Hoy ha sido como cuando buscas algo y encuentras otra cosa y piensas “Vaya por Dios! No lo buscaba, pero qué alegría haberlo encontrado!”, ya sabéis, cosas que pasan cuando desentierras papeles, cajas y viceversa.
El pasado hecho libreta.
Cuántos recuerdos…
He encontrado esto apuntado en una de mis libretas del instituto, la de matemáticas. Estaba en el baúl de mimbre que tengo a los pies de la cama. Dios. Hacía años que no miraba ahí dentro, y os puedo asegurar que el golpe de recuerdos ha sido como si una ola chocara conmigo y me hundiera en el mar. Tenía dieciséis años y sabía que lo que realmente quería hacer era escribir. Tenía carácter y sueños. Imaginaba cuentos y les daba vida. A veces creo que de adolescente era mucho más madura de lo que soy ahora, tal vez no emocionalmente hablando, pero al menos tenía algunas cosas más claras.
He seguido leyendo mis ensoñaciones pasadas, no sin cierto pudor, pensando que, en el fondo, tampoco se alejaban mucho de las presentes…
Su número. ¿Sería el de aquél? Ay, cuánto creía que le quería. Ahora veo fotos suyas en Facebook y me entran ganas de llorar. El proyecto de príncipe azul, se ha convertido en un tipo con flotador y patas de gallo que juega al dominó los domingos y vende pisos entre semana. Se casó el año pasado con una chica de dudoso gusto por los vestidos de novia (sí, también cotilleé las fotos). Qué agobio me da que todos se empiecen a casar cuando yo ni siquiera consigo encontrar un novio normal. Pero bueno, es lo que hay, y en realidad estoy contenta de no conformarme con lo primero que pillo en el mercado.
Pensándolo bien…es curiosa la forma que tenemos de idealizar a la gente cuando somos unas crías. Para mí, cualquiera era más interesante que yo, cualquiera merecía que yo suspirara por sus huesos, pero no a la inversa. Menuda gilipollez. Era tan insegura como las cuadros que cuelga mi madre con chinchetas. Por suerte ya no tengo esas tonterías en la cabeza….¿o si? Las chicas solemos pensar que todas esas emociones perecen al matricularnos en la Universidad, pero en muchos casos, nada más lejos de la realidad.
La verdad es que creo que nadie termina de perder parte de esa inseguridad característica de la adolescencia. Nadie acaba de encontrarse del todo en el mundo, ni de darse cuenta de lo que vale de verdad. Da igual lo mucho que te lo digan o el buen camino que lleves hacia el éxito, nunca es suficiente porque siempre aspiramos a lo máximo, al cuento de hadas. Si te falta algo, pues ya no lo tienes todo. Y si no lo tienes todo…¿tal vez sea porque no lo merezcas?
La verdad es que creo que nadie deja de soñar con los ojos abiertos imaginando situaciones que nunca tendrán lugar. Todos imaginamos que nos quieren personas que no nos pueden querer, imaginamos que vuelven seres queridos que ya no están, imaginamos que visitamos lugares que quedan fuera de nuestro alcance, imaginamos profesiones complicadas de ejercer…en definitiva: soñamos con imposibles.
Bueno, continúo leyendo, voy a dejar de filosofar…
¿Ya me maquillaba entonces? Se ve que sí. Lo mejor es lo del pelo rubio. ¿Llegué a ser rubia? Pues sí, lo fui: rubia, pelirroja, morena, castaña, con mechas, con dos rastas colgando, con flequillo, sin él, etc. Mi madre siempre me decía que me quedaría calva. Ja. Soy la excepción que confirma la regla: tengo un pelazo envidiable (lo único envidiable, vaya) a pesar de mis atrocidades capilares. Siempre se lo restriego por la cara, no lo puedo evitar, me siento poderosa.
Holanda…vaya, eso sí que lo había olvidado por completo, al igual que su chaqueta vaquera. Se fue a Holanda un verano, ¡el verano más largo de mi vida! ¿Os imagináis? Sin whatsapp, sin Facebook…sólo messenger y de uvas a peras. Me tiraba de los pelos por saber de él. Y nada, ni una mísera postal con un “hola, qué tal”. Pero aún con esas, yo le seguía cual perrillo faldero. Qué lerda.
No lo sé. Supongo que era feliz en mi ignorancia. Estaba…¿enamorada?. Sí, creo que lo estuve. Nunca me ha gustado hacer de menos los sentimientos pasados, como si los nuevos fueran los únicos reales. Lo único que diferencia a los pasados de los presentes, es que los pasados ya no duelen.
Igual que en las pelis.
No he cambiado mucho, la verdad. He emitido un suspiro extraño que más me ha parecido un carraspeo de abuela y me he ido a la cocina.
Eterna adolescente estúpida, a ver cuándo despiertas.
Quería descansar de tanto trabajo físico y mental, de tanto recuerdo. He hecho algo de café y me he distraído haciendo lo que mejor se me da: mirar al infinito. Es como “estar en babia”, pero mucho más productivo.
Veréis, cuando se mira al infinito se visualizan los más profundos deseos, algo te devuelve a la realidad soñada, a lo que realmente te gustaría que sucediese aquí y ahora. Cuando una mira al infinito, en la línea del horizonte se refleja lo que la boca habla, lo que los dedos escriben, lo que el corazón late.
El infinito dicen que es como esas pelis de las que tanto hablamos. Es una señal de humo que cala en los pulmones, una libreta de matemáticas de una chica de dieciséis años, un amor que se ha ido.
El infinito es un ocho tumbado, que siempre fue mi número preferido.
Ahora que lo pienso, ya nunca como Donuts.
Texto: Wednesday 19th y La chica de los jueves.
Imágenes extraídas de Pinterest
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