Adolf Hitler and the Crown Prince of Italy attend the Berlin Olympics in 1936. 1936 Berlin, Germany
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, de cuya inauguración se cumplen mañana ochenta años, fueron una de las obras maestras de la propaganda nazi y contribuyeron a la consolidación del poder de Hitler, que logró lavar su rostro ante la comunidad internacional con una presunta fiesta de la paz.
La organización de los Juegos hizo advertencias de todo tipo para evitar actitudes racistas durante las dos semanas de competición.
Sin embargo hay documentos que muestran que el ministro de Propaganda, Josef Goebbels, se indignó con las cuatro medallas de oro ganadas por el atleta Jesse Owens y que escribió en su diario que era una vergüenza para la raza blanca haber sido derrotada por un negro.
El COI le había otorgado la sede de los Juegos a Alemania en 1931, dos años antes de la llegada de los nazis al poder y en parte como un gesto hacia la joven democracia de la República de Weimar que buscaba encontrar su lugar en la comunidad internacional.
Tras la llegada de Hitler a la Cancillería en 1933 hubo un movimiento en favor del boicot, pero a la postre no tuvo ningún éxito, lo que permitió a los nazis desatar todos sus recursos mediáticos y propagandísticos ante una comunidad internacional que resultó excesivamente crédula.
El historiador Oliver Hilmes, autor de un reciente libro publicado con el título “Berlín 1936. 16 días en agosto”, recuerda que los Juegos se celebraron después de que durante los primeros tres años del régimen nazi se sucedieran las provocaciones.
En octubre de 1933 Alemania había abandonado la Liga de las Naciones y la Conferencia de Desarme de Ginebra. En 1935 había reintroducido el servicio militar obligatorio y aumentado las fuerzas del ejército, en contra de las condiciones del Tratado de Versalles.
En marzo de 1936, como última provocación antes de los Juegos, había marchado sobre Renania, que Alemania se había comprometido a mantener como región desmilitarizada tras la I Guerra Mundial.
“Con ello Hitler le dio a Francia y Alemania una razón de guerra clara y no pasó nada”, sostuvo Hilmes en una reunión con la Asociación de la Prensa Extranjera en Alemania.
Hitler sabía, según Hilmes, que si los franceses hubiesen reaccionado en 1936 el ejército alemán no hubiera tenido posibilidad alguna de resistencia y con la marcha sobre Renania constató la indecisión que había en Europa.
Poco después, a partir del 1 de agosto, aprovechó los Juegos para tratar de borrar esos desafíos, mostrar un presunto rostro amable y protagonizar un despliegue organizativo y técnico que impresionara al mundo.
Ya en la ceremonia de inauguración algunos de los presentes manifestaron su admiración y, también, cierto temor ante las capacidades del régimen nazi.
“Hay que estar alerta ante un país que puede organizar algo así, un movilización militar funcionaría sin problemas”, le dijo el embajador polaco en Berlín, Jósef Lipski, al presidente del COI, Henri de Baillet-Latour.
“Esta gente, plenamente entregada y llena de voluntad, nos hace ver como una nación de tercera clase”, escribió, por su parte, el subsecretario de Exteriores británico, Robert Vansittart.
Goebbels, en un banquete celebrado el 6 de agosto en la Staatsoper, describió la competición deportiva internacional como “algo más importante que muchas conferencias de la postguerra”; los Juegos eran, dijo, un aporte para “conocernos y apreciarnos y crear un puente para que los pueblos de Europa se comprendan”.
Mientras tanto, según documentos de la época, Hitler pensaba que en cuatro años el ejército alemán debía estar en condiciones de iniciar la guerra contra la Unión Soviética y a pocos kilómetros de Berlín se construía el campo de concentración de Sachsenhausen.
En medio de todo el despliegue propagandístico surgió la figura de Jesse Owens, que, según el historiador Hilmes, terminó siendo una especie de héroe trágico.
Al regresar a EEUU, con sus cuatro medallas de oro, se ofreció un banquete en su honor en el hotel Waldorf Astoria al que tuvo que llegar -eran tiempos de la segregación racial- utilizando el ascensor de la servidumbre.
Owens llegó a decir que Hitler lo había tratado mejor que el presidente de EEUU, Franklin Delano Roosevelt. El día en el que el atleta ganó los 100 metros, Hitler había asegurado al jefe de las juventudes nazis, Baldur von Schriach, que no le daría la mano “a ese negro”. Rodrigo Zuleta
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