El bunker de Hitler – Berlin

Ubicación del Führerbunker en la actualidad
Ubicación del Führerbunker en la actualidad

El Búnker de Hitler a través de la historia

El Führerbunker es el lugar en el que murió el III Reich en Berlín hace ya siete décadas. Al acabar la Segunda Guerra Mundial se intentó borrar cualquier vestigio de la existencia del refugio antiaéreo de Adolf Hitler. Durante todo el conflicto se especuló sobre su verdadero emplazamiento. Unos decían que estaba bajo el mismo Reichstag, mientras que otros lo ubicaban bajo la Puerta de Brandemburgo o lo que posteriormente sería el Monumento del Holocausto. Sin embargo, la respuesta al enigma era mucho más obvia y en realidad se encontraba muy próximo a la Nueva Cancillería del Reich, el centro neurálgico del Estado alemán. Hoy en día los escombros están sepultados bajo un parking de coches y los vecinos pasean indiferentes a sus perros, que orinan despreocupados sobre las jardineras.

Berlín, 16 de enero de 1945. La guerra esta perdida desde hace mucho tiempo y Hitler lo sabe, pero en su cabeza el delirio de una salvación milagrosa de Berlín, acometida por unas fuerzas militares inexistentes, lucha contra la resignación de la caída. En cualquier caso sus instrucciones siguen siendo igual de enérgicas. Continúa planificando estrategias de ataque y defensa junto a los altos mandos del Estado, que se miran los unos a los otros sin atreverse a rebatirle y que, en muchas ocasiones, intentan evitar comunicarle las malas noticias. Los ataques aéreos sobre la capital cada vez son más frecuentes y permanecer en la Cancillería es muy peligroso, de modo que ese día se organiza su traslado al Führerbunker, acompañado por su secretario personal, Martin Bormann, su perra Blondi y su séquito de secretarias, guardaespaldas y personal doméstico. Más tarde llegarán Eva Braun y Joseph Goebbels, que también estará acompañado por su esposa Magda y sus seis hijos.

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El primer búnker destinado a la cúpula del Reich fue construido en 1936 por la multinacional Hochtief AG, que a día de hoy sigue siendo la mayor empresa de construcción de Alemania, y que también construiría el Führerbunker final. Durante la Segunda Guerra Mundial fue asimismo la responsable de la construcción de la residencia Berghof de Hitler en el Obersalzberg de los Alpes Bávaros y de la Guarida del Lobo, el principal cuartel militar del Führer, ubicado en la antigua Prusia Oriental. Desde 1939 hasta 1945, se sirvieron de sus vínculos con el gobierno nazi para utilizar mano de obra esclava, del mismo modo que hicieron la mayoría de empresas alemanas en la época. Tras la guerra, la mayoría de sus sucursales y fábricas fueron destruidas, o bien pasaron a ser propiedad de los rusos. Sin embargo, sólo cinco años después la empresa resurgió de las cenizas y comenzó su imparable expansión internacional.

El que posteriormente se llamaría Vorbunker (o Antebunker) fue construido bajo los jardines de la Vieja Cancillería en 1936, y fue utilizado por Hitler durante los primeros bombardeos británicos en 1940. Cuatro años después, durante el tramo final de la guerra, se inauguraría el búnker definitivo, aunque ya en 1934 Hitler encargó la planificación preliminar de la Nueva Cancillería al arquitecto Albert Speer, que posteriormente se convertiría en Ministro de Armamento. El Führer consideraba que la Antigua Cancillería era apta para una empresa de jabones, pero no como sede del Reich Alemán. El lugar escogido para edificar el palacio por el número 6 de Voßstraße y fue construido sobre una serie de antiguos edificios, como varias embajadas en Prusia de los desaparecidos Estados alemanes de Baviera, Sajonia y Baden.

Las cifras de la Nueva Cancillería son impresionantes. Más de 4500 obreros colocaron más de 20 millones de ladrillos durante un año: de enero de 1938 a enero de 1939. Todo un logro si tenemos en cuenta que estamos hablando de 16.300 metros cuadrados de palacio, una fachada de 421 metros de longitud y 420 estancias y habitaciones. De hecho, Speer logró acabarlo el 9 de enero, 48 horas antes de lo previsto, por lo que se ganó la admiración y respeto de Hitler. Sin embargo, el presupuesto inicial de 28 millones de Reichsmark acabó siendo de más de 70 millones. A esto hay que sumarle el millón y medio de Reichsmark que costaría posteriormente la obra que nos ocupa: el Führerbunker.

Este contó con las mismas dimensiones internas de la estructura precedente, pero incrementó el espesor de sus muros de hormigón armado en unos 4 metros, así como su profundidad, que llegó a los 15 metros bajo tierra. La ejecución de los trabajos corrió a cargo del arquitecto Carl Piepenburg y las obras del llamado Proyecto de Construcción B-207 finalizaron el 23 de octubre de 1944. En la planta inferior se ubicaron las habitaciones de Hitler y Eva Braun, las oficinas de Goebbels y Bormann, la sala de conferencias, la central de comunicaciones, la enfermería y el consultorio médico, así como la sala de máquinas y el cuerpo de guardia. Una escalera comunicaba con la planta superior, en la que estaban los servicios, las cocinas, los almacenes y las habitaciones de la familia Goebbels.

La construcción se encontraba bajo el nivel freático, por lo que era necesario que estuviesen funcionando continuamente las bombas destinadas a evacuar el agua. Este zumbido se juntaba al de los generadores de corriente y el sistema de ventilación, por lo que el ambiente dentro del búnker estaba acústicamente muy enrarecido. A pesar de la tensión de aquellos momentos, en su interior se respiraba cierta quietud. Incluso según los testigos que han contado sus experiencias, como la secretaria o el guardaespaldas de Hitler, han asegurado que allí dentro todo el mundo hablaba en susurros.

29 de abril de 1945. El Estado Mayor de la zona norte emite el comunicado de que el punto álgido de la Batalla de Berlín se encuentra en pleno centro. Los alemanes lo han perdido todo, excepto el sector de los edificios gubernamentales, parte del Tiergarten, una estrecha franja dirección oeste que se encuentra entre el Zoo y el Havel, y alguna que otra base aislada. Hitler hace llamar al jefe de brigada de las SS, Wilhelm Mohnke, nombrado jefe de operaciones de la ciudadela gubernamental, para que le haga un informe sobre la línea de frente. La situación no puede ser más desesperada. Tras señalarle la proximidad de los rusos en el plano de la ciudad, Hitler le pregunta cuánto tiempo más puede resistir. La respuesta es contundente: “un máximo de veinte o veinticinco horas, mi Führer. Más no“

Había llegado la hora de afrontar el trágico final. La noche pasada ya había contraído matrimonio con Eva Braun en la Sala de los Mapas, junto a la Sala de Conferencias. El notario Walter Wagner, un conocido de Goebbels, fue el encargado de oficiar la ceremonia. Para ello fue llevado al búnker en un vehículo blindado desde su unidad emplazada cerca de la Cancillería. Los testigos fueron Bormann y Goebbels y, tras confirmar su origen ario, fueron declarados marido y mujer. Acto seguido, los dos testigos, Magda Goebbels, el jefe de las Juventudes Hitlerianas, Arthur Axmann, las dos secretarias, la cocinera y los generales Heinz Linge, Krebs, Burgdorf y Von Below, brindaron con champán. Un brindis sobrio y triste como colofón de los doce años del Reich.

Un rato después, en mitad de la madrugada, Hitler dictó sus últimas voluntades y testamento político a la secretaria Traudl Junge. En primer lugar expulsó del partido y despojó de todos sus derechos a sus dos máximos traidores: el Mariscal Herman Goering y el Reichfuhrer y Ministro del Interior, Heinrich Himmler. Al primero lo sustituyó por el Almirante Karl Dönitz, nuevo Presidente del Reich y Supremo Comandante de las Fuerzas Armadas. Los puestos del segundo los ocuparon Karl Hanke como Jefe de la Policía Alemana y Paul Giesler como Ministro del Interior. Por su parte, Goebbels ocupó el puesto de Canciller y Bormann el de Ministro del Partido.

La noticia del asesinato y escarnio público de Mussolini y Clara Petacci ocurrido dos días antes llegó hasta el búnker. Hitler dio instrucciones precisas a Otto Günsche de lo que debía hacer con su cuerpo y el de Eva tras su suicidio. Ambos debían ser incinerados para que no cayeran en manos de los rusos y fueran sometidos a una exhibición similar.

A las tres y media de la tarde del 30 de abril de 1945 Hitler y Eva se suicidaron en la sala de estar. Cada uno de ellos ingirió una cápsula de cianuro potásico en la sala de estar contigua a los dormitorios de la pareja. El plan era que acto seguido se dispararan, pero sólo Hitler fue capaz de hacerlo con una Walther de 7,65 mm. El motivo era asegurarse la muerte, dado que muchos cargamentos de este veneno fueron adulterados a consecuencia de un boicot llevado a cabo por los presos de los campos. Sin embargo, su eficacia ya fue probada un rato antes con Blondi, la fiel perra de Führer.

Tras escuchar la detonación, Heinz Linge fue el primero en entrar en la habitación para comprobar que ya estaban muertos. El doctor Ludwig Stumpfegger verificó segundos después su muerte. Tras cubrir el cadáver ensangrentado de Hitler con una manta ambos le sacaron de allí. Bornmann se encargó del cuerpo de Eva hasta que lo traspasó a Erich Kempka y este al robusto Günsche. El complejo fúnebre hasta el exterior lo completaron Goebbels, Krebs y Burgdorf.

Los cuerpos de Hitler y Eva fueron depositados en el socavón provocado por un obús. Tras hacerlo, Kempka y Günsche vaciaron varios bidones de gasolina sobre los cuerpos. Después, este último encendió un trapo empapado y lo arrojó en la improvisada pira funeraria. Mientras los cuerpos ardían todos ellos permanecieron congelados, con la mirada puesta en las llamas de más de dos metros y el brazo en alto. Horas después la emisora de radio de Hamburgo transmitió la solemne ópera de Wagner El ocaso de los dioses.

Después de la improvisada ceremonia nadie habló de ello dentro del búnker. Había cosas más importantes en las que pensar, como por ejemplo en ellos mismos. Goebbels no tardó en demandar un alto el juego al comandante supremo ruso en Berlín, el Mariscal Zhukov. Éste se puso en contacto con Stalin y obtuvo la respuesta obvia: una negativa y la exigencia de una capitulación sin condiciones. No había nada que hacer, salvo una cosa

Veinticuatro horas después de la muerte de su venerado Führer, Goebbels llevó a cabo el plan previsto con su mujer Magda. Ésta se dirigió a la habitación en la que estaban sus seis hijos: Hildegard, Hedwig, Helmut, Holdine, Heidrun y Helga. Dada su fidelidad y obsesión por su jefe, todos ellos fueron llamados con nombres que empezaban por la letra hache en homenaje a Hitler. Magda se dirigió a ellos y haciendo gala de una mediocre actuación les dijo: “Ahora que se ha ido tío Adolf, volveremos a nuestra casa de Schwanenwerder. () El doctor nos dormirá y al despertar, ya estaremos en casa”. Sin embargo, Helga, la mayor, sospechó de las intenciones de su madre y comenzó a gritar que no quería morir. Una súplica igual de desgarrada que la que había hecho Magda un día antes a Hitler para rogarle que no se quitara la vida. De igual modo fue en vano. Tras un forcejeo, fue reducida en la habitación contigua. Ella fue la primera en caer. Minutos después los otros seis fueron dormidos con un somnífero y una vez dormidos, su madre vertió una cápsula de cianuro en cada una de sus gargantas. Para justificar su atrocidad dijo “nuestros hijos no tienen sitio en una Alemania como la que habrá después de la guerra”.

Tras asesinar a su descendencia, Magda cogió una baraja de cartas y se puso a jugar al Solitario en estado de shock. Un rato después el matrimonio abandonó el búnker que había sido su última vivienda y la tumba de sus hijos. Una vez en el jardín de la Cancillería, iluminados por las llamas de los edificios que lo rodeaban, echaron mano del cianuro y cayeron sobre el mismo lugar en el que el día anterior lo habían hecho Hitler y Eva Braun. Acto seguido los soldados de las SS quemaron sus cuerpos, con la diferencia de que en este sepelio nadie se quedó para seguir avivando las llamas.

El 1 de mayo Karl Dönitz recibió dos radiogramas desde el Führerbunker. El remitente era Bormann. En el primero se expresaba que el testamento de Hitler estaba vigente y que Dönitz y Goebbels habían sido designados Presidente y Canciller del Reich, respectivamente. En el segundo radiograma se anunció que el Führer había fallecido un día antes. A esa hora la bandera de la Unión Soviética ya ondeaba sobre el Reichstag y prácticamente todos los supervivientes del búnker emprendieron su huida con la esperanza de estar todavía a tiempo de traspasar camuflados las líneas soviéticas. Un día después fue tomado por el Ejército Rojo.

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Según los informes de la KGB, tanto los cadáveres de Hitler y Eva Braun, como de Joseph y Magda Goebbels y sus hijos, fueron enterrados en diversos lugares antes de ser destruidos por completo y arrojados al Elba. Desde el jardín de la Cancillería fueron trasladados al distrito de Buch en Berlín, después a Finow y más tarde a Rathenow. Finalmente, a mediados de enero de 1946 los restos de todos ellos fueron sepultados en el jardín del cuartel general de la KGB de Magdeburgo, ubicado en el número 36 de la calle Westendstrasse. Allí permanecieron durante cinco lustros, hasta que un equipo operativo de los servicios de inteligencia exhumó sus restos el 4 de abril de 1970 por orden del director de la KGB, Yuri Andrópov. Un día después fueron quemados nuevamente en un descampado en las proximidades de una aldea llamada Schönebeck. Finalmente, las cenizas fueron arrojadas al río Ehle, un afluente del Elba, desde un puente próximo a Biederitz. Irónicamente, este puente se llama “El Puente del Cerdo”. Lo único que se conserva de los Hitler y los Goebbels son fragmentos de sus mandíbulas y dientes por los que se les identificaron. En 1948 fueron enviados al Ministerio de Seguridad del Estado de Moscú y en 1954 pasaron a formar parte de su archivo.

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En cuanto al resto de habitantes del Führerbunker, muchos lograron sobrevivir al final de la Batalla de Berlín y la posguerra, y tras cumplir diversas condenas impuestas por los soviéticos fueron liberados. Uno de esos casos es el de la secretaria de Hitler, Junge, que intentó escapar, pero fue capturada por los soviéticos. Tras sufrir diversos abusos, fue entregada a los americanos y liberada en 1947. A los 81 años publicó el libro Hasta la hora final, en el que relató sus experiencias durante el nazismo. Un año después murió y dos años más tarde se estrenó la película El Hundimiento, de Oliver Hirschbiegel, cuyo guión está basado en gran medida en sus vivencias. Sin embargo otros no tuvieron tanta suerte como ella, como por ejemplo Stumpfegger y Bormann que, según varios testimonios, cayeron en el puente de Weidendamm. En cuanto a Himmler y Goering, el primero se suicidó con cianuro tras ser capturado por los británicos, mientras que el segundo lo hizo en prisión, tras los Juicios de Nuremberg, dos horas antes de ser ajusticiado en la horca.

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Tras la Capitulación de Alemania todo el mundo quiso visitar la Cancillería y el Führerbunker, hasta el punto de que incluso Winston Churchill y Gueorgui Zhúkov, mariscal del Ejército Rojo, se sacaron varias fotos en las ruinas del despacho de Hitler o el mismo búnker. Además, su interior fue saqueado, los soldados rusos llenaron las paredes con inscripciones y firmas y numerosos periodistas documentaron lo que vieron en su interior. Unos meses después, las fuerzas soviéticas de ocupación ordenaron la demolición, tanto del Palacio como del refugio subterráneo, aunque se tardarían catorce años en convertir todo el complejo en un solar vacío.

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A finales de 1947 se terminaron de desmontar todos los elementos exteriores del Führerbunker: desde las torretas de ventilación a las de vigilancia, o los distintos accesos. Después se dinamitó el interior y paredes enteras fueron destruidas mientras que el techo se desplazó medio metro por efecto de la explosión. Pocos días antes de que una nube de polvo tiñera las calles aledañas de gris, el 25 de noviembre de 1947, un periodista del diario Telegraph se coló en su interior para después escribir el artículo 40 escalones bajo la cubierta de hormigón – ésto fue lo que quedó: lavamanos despedazados en el sólido Führerbunker. Lo reproducimos a continuación:

Cuarenta escalones conducen al búnker de 4,20 metros de espesor en su estructura, ubicado a ocho metros de profundidad. Sin ser experto, uno se da cuenta que aún las bombas de más grueso calibre no hubieran surtido el menor efecto aquí. Las pegajosas y brumosas aguas se encuentran a una altura de 20 centímetros. Dos opacas linternas apenas sí iluminan las dependencias. Botas de caucho de caña alta protegen contra el agua. Tropezando y resbalando, a tientas, avanzamos inseguramente a lo largo de las resbalosas paredes. Suciedad, filamentos y cachivaches se encuentran por doquier bajo el agua. Las botas de caucho de uno de los soldadores se han rasgado y éste ha ido a parar en el agua.

Aquí también hallamos nombres inscritos en las paredes, en ruso, mayormente. En uno de los extremos del Bunker de 30 x 30 metros, los soldadores empiezan a desmantelar un aparato de ventilación que obstaculiza el trabajo de los bomberos en su afán por bombear el agua fuera de la estructura. En las habitaciones, en donde en contra de todas las expectativas, el aire es bastante bueno a pesar de que todo ha sido completamente removido; incluso los lavamanos e interruptores de luz se han extraído. Unos cuantos filtros de máscaras antigás flotan por doquier.

Puertas blindadas acechan como peligrosas trampas por debajo de las turbias aguas. A izquierda y derecha del corredor central, pequeñas habitaciones desprovistas de puertas se amontonan a ambos lados. El cuarto en donde Hitler pasó sus últimos días se reconoce a través de una puerta corrediza ya arrancada que dividía el espacio en dos dependencias. Un lavamanos despedazado se encuentra en una de las esquinas. En la central de teléfonos todavía quedan un par de armarios de hojalata. Una solitaria percha se yergue en un rincón.

La puerta que conducía hacia afuera, doblemente recubierta de óxido y moho, está obstruida. Casi comprimido al lado de la entrada principal, un ducto vertical con una escalinata de hierro termina en el puntiagudo torreón de vigilancia (en realidad, torre de salida de aire). Vuelvo a ascender las escaleras Por debajo de las palabras “¡Que viva el Führer!” alguien más garabateó: ¡completamente histérico!. Cuánta razón tenía.

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En el verano de 1959 los trabajos de demolición lograron terraplenar todo el área y las ruinas de hormigón fueron convertidas en un montículo situado junto a la zona fronteriza del Muro de Berlín. Catorce años después, le picó la curiosidad sobre la Reichskanzlei y los búnkers soterrados al servicio secreto de Alemania Oriental de modo que en 1973 volvieron a ponerse al descubierto para medirlos y fotografiarlos una vez más, antes de volverlos a sellar.

Una década más tarde, en 1986, en la entonces Otto-Grottewohl-Straße, hoy nuevamente Wilhelmstraße, la RDA decidió erigir nuevos bloques de viviendas que obligaron a los constructores a remover los escombros hasta una profundidad de siete metros. De esta forma comenzó la construcción de los edificios residenciales que hoy se levantan sobre lo que un día fue la Nueva Cancillería y el Führerbunker. Entonces volvió a quedar a la vista y un año después el fotógrafo alemán Robert Conrad aprovechó la ocasión para colarse en su interior y hacer las últimas fotografías de la historia de esta emblemática construcción.

Según declaró en una entrevista publicada por Bild Zeitung, “fue como un viaje en el tiempo”. El mayor riesgo de su proeza no fue colarse en el interior de la bestia de hormigón, sino que le acusaran de intento de fuga del lado oriental, al encontrarle atravesando los túneles del búnker subterráneo. Al encontrarse cerca del Muro, la zona estaba estrictamente vigilada por las fuerzas del orden de la RDA, pero aún así Conrad logro colarse hasta treinta veces en el interior del búnker disfrazado de obrero. De esta forma y armado con una cámara Praktika logró documentar este testimonio histórico del búnker de Hitler.

En la misma entrevista, el fotógrafo declaró: “no era un cazador de reliquias nazis, sino que mi motivación era meramente histórica. Estoy convencido de que las pruebas documentales son importantes para luchar contra el olvido”. En la última de sus incursiones fue descubierto, la policía encontró los carretes y fue interrogado. Sorprendentemente no pasó nada. Simplemente no entendieron qué hacía ahí abajo y le dijeron que “dejara de hacer tonterías”. Aún así se asustó demasiado como para publicar las fotografías y decidió archivarlas hasta el año 2013.

En 1988 se removió por completo la cubierta del techo, pero permanecieron allí los cimientos y las paredes debido a los elevados costes de demolición. Los trabajos de desescombro del búnker terminaron en 1989, pocos meses antes de la caída del Muro. El espacio vacío resultante fue rellenado con grava, arena y hierros oxidados. Todo ello se enterró y poco después comenzó a crecer el césped. Desde entonces, un parque y un área verde cubren los restos del búnker.

El 8 de julio de 2006, la asociación Berlin-Unterwelten, junto a la Administración General del Senado de Berlín, colocó un tablero informativo con la historia del Führerbunker en la calle actualmente llamada Gertrud-Kolmar-Straße.

Según las últimas estadísticas de turismo, la mitad de los visitantes de Berlín quiere conocer el lugar en el que estuvo el búnker de Hitler. Todos los turistas que saben donde encontrarlo, hacen la misma ruta: primero el Monumento al Holocausto, y acto seguido este parque totalmente anodino. Y bajo él, en la imaginación de cada uno, el esqueleto herrumbroso e indestructible del búnker que cobijó al hombre que arrasó Europa hace setenta años.

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