¿Cómo resumir en tan sólo unas líneas e imágenes 15 kilómetros de interminable e increíble belleza? Pues arduo trabajo se me presenta ante el teclado, ya que no basta decir que ya la Unesco lo definió como una de las más hermosas maravillas de la Naturaleza y por ello lo incluyó en su lista de Patrimonio Mundial en 2005 (tarde me parece), o que la sensación según se entra en él. de camino a su final es la de sentirse minúsculo, casi una mota de polvo entre la grandiosidad de sus montañas y cascadas...Es poco, lo sé.
Puedo dejarme llevar por la emoción y hablar de los mil tonos del azul del agua o del verde de las montañas, de las decenas de granjas abandonadas que salpican las paredes y praderas inclinadas a lo largo del fiordo y que parecen sujetas con chinchetas a la hierba esmeralda o a los árboles centenarios que vigilan la gran grita que conforma el fiordo.
Pero me gustaría contaros una leyenda, una de las muchas que dan color y sabor antiguo a este recorrido acuático que es uno de los más visitados por turistas y por noruegos a partes iguales.
Al parecer, hace muchísimos siglos, vivían en una granja siete hermosas doncellas en edad casadera. Ocurrió que un rico comerciante llegó al fiordo y al verlas se enamoró perdidamente de todas ellas. Probó a pedir matrimonio a la mayor, que se negó en rotundo, luego hizo lo mismo con la hermana que seguí en edad y ocurrió lo mismo, y así con todas ellas hasta llegar a la más pequeña, pero con idénticos resultados.
Así estuvieron durante años, con peticiones por parte del pretendiente y negación por parte de las hermanas, que no querían separarse y mucho menos dejar para siempre el maravilloso entorno del fiordo.
No se sabe si fueron los dioses, los trols o las hadas, pero una mañana, el padre de las muchachas las buscó desesperadamente sin poderlas encontrar. Al llegar, en su búsqueda hasta el borde del fiordo vio frente a sí una cascada que no estaba el día anterior, y a sus pies siete caídas de agua que juró y perjuró que no había visto en toda su vida.
De esta manera, las hermanas consiguieron quedarse para siempre en su adorado fiordo y el pretendiente las admiraría y amaría para el resto de la eternidad. Eso sí, separados por las tranquilas aguas del fiordo de Geiranger.
Geiranger, el pueblo que gana y pierde habitantes.
Al final de esos 15 kilómetros de inabarcable belleza encontramos el pueblo de Geiranger, que si bien en invierno duerme en un letargo frío y solitario, en verano es literalmente asaltado por las hordas de cruceristas que lo toman como puno de partida para excursiones y pierden su tiempo en las enormes tiendas de recuerdos que son uno de los principales motores de ingresos de las cuatro casas que forman el pueblo.
Una iglesia, un camping, varios hoteles y un Museo de los Fiordos ( Norks Fjordsenter), localizado en lo alto del pueblo, completan las estructuras levantadas por el hombre, si exceptuamos la pasarela escalonada que sube siguiendo el curso de un desfiladero que en ocasiones ruge con la fuerza de las aguas y viene a desembocar en el fiordo.
Una vez tomadas las mejores imágenes del pueblo, conviene bajar por la empinada carretera que, sinuosa, nos lleva de nuevo hasta la gigantesca tienda de recuerdos, ya que desde allí suelen salir las cortas pero intensas excursiones que nos permitirán conocer los alrededores del fiordo.
Mirador de Dalsnibba
Gracias a una excursión en autobús que nos sacó del atestado pueblo de Geiranger, pudimos conocer y disfrutar de varios puntos que aquellos que se quedaron en las tiendas de recuerdos jamás podrán compartir ni recordar.Uno de ellos es el espectacular mirador de Dalsnibba, que es poco más que un apartadero en la carretera que sube trabajosamente durante 5 km desde Geiranger. Es simplemente espectacular el cambio de clima y paisaje que se produce durante ese intervalo de apenas 30 minutos, que es lo que tarda el autobús en llegar hasta el punto panorámico. Una vez allí, conviene mirar desde la plataforma aérea que parece apenas mantenerse a ferrada a la roca para ver el nevado interior del collado que conforma el inicio del fiordo y que es fuente de la nieve derretida que baja por él hasta llegar al desfiladero de Geiranger.
Moviéndonos al lado opuesto del mirador, encontremos la vista más espectacular, la que más contrasta por el gris de la piedra, el blanco de la nieve y el verde y azul del fiordo.
Desde aquí es poco visible el pueblo de Geiranger, sin embargo el espectáculo de la vista nos hace darnos cuenta de el impresionante paisaje montañoso que envuelve el fiordo y la inmensidad del paisaje helado, que incluye lagos de un azul imposible como el de Djupvatnet , dunas de nieve y una naturaleza que se niega a ser dominada por el hombre.
Eisdal, donde sólo paramos a tomar un bocadillo.
Si, porque paramos para llenar un poco el estómago y descansar la vista del blanco de las montañas.
Pero la parada fue más que eso. Se convirtió en un deleite para nuestros ojos, que no se cansaban de mirar y admirar la belleza de un campo salpicado de granjas y flores, enormes árboles que ocultaban con sus copas el gris profundo de las montañas que los arropaban, valles, colinas y lagos que prometieron y cumplieron enseñarnos un diminuto rincón de la noruega más natural, más rural y escondida, donde cada mirada captaba una postal, un recuerdo de colores imborrable.No en vano el pueblo y su valle forma parte de la llamada "Ruta Dorada", que junto con otras localidades enseñan al visitante la vida y paisajes del este noruego.
Quizá sea la tranquilidad, el silencio, y cómo no, el verdor de los pastos, lo que hace que la leche de vaca y cabra que se recoge en este fértil valle, sea la de mayor calidad de todo el país. Y la pesca no queda atrás, ya que las frescas aguas procedentes del deshielo, que llenan lagos y fiordos son el hogar ideal para todo tipo de peces de agua dulce, que los avezados pescadores de Eisdal preparan de mil maneras diferentes, ahumándolos, salándolos o simplemente consumiéndolos al momento, capturados casi en la puerta de sus casas.
Un momento de descanso que se convirtió en alimento para nuestros sentidos..
Ørnesvingen
Varios son los miradores que pretenden, casi sin conseguirlo, admirar y llevarnos a casa todas las perspectivas posibles de la belleza del Fiordo de Geiranger. Y digo casi porque es tarea difícil abarcar algo tan grande y hermoso, y mucho más que pueda quedar reflejado en nuestras cámaras.
Pero quizá uno de esos miradores, por espectacular y accesible sea el de Mllsbygda, al que se llega siguiendo la tortuosa carretera del Águila, con sus espectaculares 11 supercurvas, cerradas y estrechas, donde a veces las cabras pastan a sus anchas y que apenas permiten el paso de los vehículos.
Una vez hayamos llegado a la última curva, nuestro autobús se detiene para que podamos bajar y visitar el moderno mirador que nos muestra una de las vistas más hermosas del fiordo y del pueblo que lleva su nombre. Aparte de ese paisaje impresionante que nos apresuramos a fotografiar, debemos valorar también la fabulosa ingeniería de este balcón sobre el fiordo, que incluye una cascada domesticada que pasa por debajo de nuestros pies para rebotar en la pared de roca y finalmente caer sobre las plácidas aguas del collado.
De aquí es desde donde mejor perspectiva se tiene de la "Cascada de las Siete Hermanas" y al mismo tiempo de la entrada del fiordo. Esta última visión nos entristece un poco, ya que sabemos que nuestro tiempo en este maravilloso lugar tiene los minutos contados....