Henri Matisse en su primera etapa como pintor se dedicó a pintar al natural, un estilo tradicional como se puede ver en su obra El tejedor bretón. De ahí pasó a pintar paisajes sobre todo de la Costa Azul y de Córcega con unos aires más impresionistas.
A partir de 1900, Henri Matisse comienza a pintar con el estilo fauve, eliminando detalles innecesarios y tendiendo a la simplificación. Sus cuadros eran una expresión de paz y armonía. De esta época es su famosa obra La alegría de vivir.
Otros de los rasgos peculiares de las obras del francés son la sensualidad a la hora de usar colores y la sensación de bimensionalidad que imprimía en algunos de sus cuadros como La habitación roja o Naturaleza muerta con berenjenas.
En 1912, viajó a Marruecos dónde descubrió una admiración por la luz que plasmó en sus coloridos paisajes mediterráneos. En los años venideros continuó viajando por Europa aprendiendo diferentes corrientes como el cubismo, buscando una mayor simplificación y un concepto más geométrico en sus obras.
Hasta su muerte en 1954, continuó probando distintas técnicas y materiales, llegando a pintar incluso carteles, trabajar el bronce y escribir artículos en revistas especializadas. En 1963, se abrió en Niza un museo que lleva su nombre y recoge gran parte de su obra.