Y lo peor sucede los martes. Los martes trabajo así como desde las 7:00 hasta las 22:30, y he cogido la mala costumbre de ir todo el santo día con el maldito uniforme y un jersey de abuela “oversize” por encima, recogerme el pelo y cruzar los dedos para que los labios rojos embellezcan un poco el pack completo y me salven de la hoguera segura a la que me echarían los de Cámbiame.
Lo peor es que cada martes pasa lo mismo. Cada martes, sólo los malditos martes de horror y destrucción estética masiva, me cruzo con el único chico guapo que debe ir ese día y a esas horas en el metro. Y cada martes pienso…”serás monguer, otro martes más va a pasar sin que se enamore de la belleza que… bueno, que debes tener por ahí escondida bajo el uniforme y el suéter… “. Y nunca me acuerdo de arreglarme. Nunca. Cada martes lo mismo, moño asqueroso y look deprimente. Pero, ¡eh! Labios rojos, mejor eso que nada, nena.
Es una maldita ley, algo que todas sabemos. Cuando vas guapa no ves a nadie, ni a vecinos en el ascensor, vamos. Pero cuando te sientes fea, con pelo sucio y mal vestida, ves a todo el mundo, sobre todo a chicos guapos, o a profesores de la infancia o a gente que hace mil años que no ves. Y siempre piensas…”genial, ahora se van a pensar que en realidad he crecido así de mal, ¿no podemos repetir este encuentro en otro momento, por favor?”
Pero el otro día me pasó algo. Hace un par de martes, algo cambió mi perspectiva de los martes. Una niña de unos cinco años que iba con su madre, hizo que todo cambiara. Y no es que siempre me pasen cosas emocionantes, que al final vais a pensar que me las invento y no, es sólo que veo a mucha gente al día, y eso da para contar miles de historias. Lo que más me gusta es saber que esas personas no tienen ni idea de esto, no saben que la loca del moño va a contarlo en un blog.
El caso, la niña. Yo, con mi look habitual de martes. Ella, con lacitos rojos (bueno… eso sí que me lo he inventado, no me acuerdo). De repente levanta la cabeza y me dice algo increíble: “Me gusta tu pelo”. Por un momento pensé que tanto estrés me había hecho pensar que llevaba un moño
A esa niña le gustaba mi pelo chungo, el pelo que yo tanto odio de los martes y de casi todos los días, últimamente.
Y ahora me diréis. Vale, ¿y?
Pues bien. Esa niña me hizo feliz con una simple frase, con un mensaje directo, limpio, puro, sincero. Subió mi moral hasta las nubes y amplió más si cabe la anchura de mi sonrisa. Casi siempre, sobre todo entre mujeres, es más habitual recalcar los defectos de alguien. El típico “qué mala cara” o el clásico… “estás cansada?” son el pan nuestro de cada día. Pero, ¿cuántas veces os dice alguien de una forma cien por cien espontánea que estáis guapas? ¿Cuántos días a la semana lográis veros guapas de verdad? ¿Cuántas veces os repetís a vosotras mismas lo feuncias que estáis, cuando en realidad no es para tanto? Vale, siempre podemos estar mejor de lo que estamos, ir mejor de lo que vamos, tener épocas de querer arreglarnos más o de estar más desganadas. Pero hay algo que nunca debería decaer por mucho que vayamos con un uniforme, un moño chungo o un jersey de abuela: la autoestima.
Y aunque haya días y días…todas deberíamos sentirnos guapas siempre. Hasta con pijama. Hasta con el maldito grano de la frente. Hasta con las uñas descascarilladas.
Guapas todas, sí.
Por si no tienes la suerte que tuve yo ese martes, y crees que tu pelo estaría mejor si metieras los dedos en un enchufe, y crees que te está saliendo bigote (y hasta pelos en la barba), y que todas están más buenas que tú, desde aquí te digo que no.
La loca del blog te dice que tú eres más guapa que nadie. Y te diré porqué.
Eres más guapa que nadie porque soportas la cera caliente, el rizador de pestañas y los aros del sujetador. Eres más guapa que nadie por tener que aguantar que te piropeen los obreros y cualquier otro tipo con poca gracia con el que te cruces por la calle, y por tener que lidiar con esos comentarios totalmente opuestos que te hacen sentir como un desecho humano. Eres más guapa que nadie por tener que llegar a todo sin tener, a veces, ganas de nada. Eres más guapa que nadie por enfrentarte a los anuncios, a las mentiras y a las dietas. Eres más guapa que nadie por poner buena cara cuando te gustaría llorar, o gritar, o pegar. Eres más guapa que nadie por andar con zapatillas en medio de una sociedad que nos educa para ir sólo con vestidito y tacones. Eres más guapa que nadie por tener que convivir con este boom de los hombres que jamás se comprometen que nos encierra el corazón bajo mil llaves.
Eres muy guapa.
Eres tan guapa, que aunque tú creas que vas hecha un horror, serías capaz de enamorar a cualquier chico del metro, aunque no lo pienses, aunque sólo veas el defecto, aunque sólo te fijes en el fallo. Eres muy guapa. Así que empieza a verlo. Porque no siempre habrá niñas, o blogueras ñoñas que te lo digan, así que grábalo a fuego.
GUAPA.
M.
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