Levantado en el siglo XI para ser beaterío. el actual edificio sufrió diversas modificaciones, sobre todo en los siglos XV y XVIII, momento en el que alcanzó su mayor tamaño y poder económico. Casi desaparece de mano de los franceses, que lo dejaron en una penosa situación. Mientras se rehabilitaba, funcionó como hospital y albergue de peregrinos, hasta que se terminó y volvió a su función de clausura que mantiene hasta la actualidad.
Por su parte, la Plaza de España o como la conocen los ribadenses, la del Campo, fue un espacio lúdico y militar, ya que a ella acudíase a jugar a los bolos y a hacer maniobras y ejercicios militares. En el XVIII se transformó totalmente y se convirtió en el lugar preferido para paseo y recreo. Curiosamente el paseo central, de piedra, sólo podían usarlo las clases altas, mientras que los laterales, de tierra, eran para el pueblo llano.
Bordeándola encontramos dos interesantes edificios. El primero es el Pazo de Ibáñez, actual sede del ayuntamiento, que fue mandado construir por el Marqués de Sargadelos a finales del siglo XVIII en estilo neoclásico. Posteriormente pasó a los Casas, dueños de la banca del mismo nombre, hasta que llegó su ruina y lo adquirió el ayuntamiento de la ciudad.
A su izquierda se encuentra la Torre de los Moreno, símbolo arquitectónico de la villa y del progreso indiano. Lo levantaron los hermanos Pedro y Juan Moreno a su vuelta de Argentina, con los dineros ganados en el Nuevo Mundo, eligiendo el solar donde se ubicaba la antigua fortaleza.
De estilo ecléctico aunque con toques claramente modernistas, ya que su diseño fue obra de un discípulo de Gaudí, fue construido con materiales nuevos para la época, como el hormigón armado y el hierro forjado. En sus bajos se ubicó el Casino de la ciudad, la Biblioteca Municipal, un banco e incluso una funeraria.
Seguimos callejeando por la villa, mientras sus habitantes nos observan desde los balcones...
Pasamos ante la fuente de los Cuatro Caños, uno de los puntos de abastecimientos de agua dulce de la ciudad, construida en 1849, y que se encuentra en la plazoleta que también albergaba el edificio de la cárcel.
Un poco más abajo, la llamada Casa do Patín, la construcción civil más antigua de Ribadeo, que perteneció a la familia Menéndez Navia, enriquecidos con el comercio de la madera.
Casi llegando al mar nos encontramos con el edificio de la antigua Aduana, que en su origen fue pazo familiar de los Acevedo. Tras su periodo residencial fue alquilada como aduana en el siglo XIX, almacén de sal, fábrica de salazones e incluso refugio de las monjas clarisas e tiempos de la invasión napoleónica. A principios del XX fue colegio hasta la Guerra Civil y hoy se encuentra a la venta por dos millones de euros.
La relación entre Ribadeo y el mar es indiscutible, y se remonta la siglo IX, cuando se hallaban aquí dos aldeas de pescadores que se desarrollaron en la Edad Media gracias a la actividad comercial que proporcionaban los barcos que fondeaban en la Ría.
Cayó en decadencia con los barcos a vapor, pero resurgió con el siglo XX, debido a la explotación de las minas de hierro de la cercana A Pontenova. A todo esto se suma el ferrocarril que hasta aquí traía el mineral extraído que se embarcaba en un muelle desde donde partían los barcos hacia el País Vasco e Inglaterra.
Hoy, la diversificación lo ha puesto de nuevo en boga, con la creación del puerto deportivo de Porcillán, gestionado por el Club Náutico que cuenta con más de 600 amarres y celebra cada agosto la llamada Semana Náutica, que congrega a practicantes de diferentes disciplinas venidos de toda Galicia.
Dejamos atrás Ribadeo pero seguimos la línea del mar, para admirar una joya de la naturaleza, la Playa de las Catedrales. Cuando llegamos, al atardecer, la marea estaba alta, por lo que no pudimos siquiera acercarnos a ella. Para que no hayan sorpresas, recomiendo la magnífica excursión a la Playa de las Catedrales y Ribadeo
Al siguiente día el panorama era totalmente distinto.
También llamada Playa de las Aguas Santas o Carricelas, el nombre por el que todo visitante la conoce viene dado por las formas de la costa, con numerosos aros, cuevas y furnas, que la naturaleza tuvo a bien esculpir en piedra de pizarra y cuarcitas.
500 millones de años fueron necesarios para que la naturaleza esculpiera las formas que hoy podemos visitar, y su obra aún no ha acabado. Viento, mar y lluvia son los artistas a los que la madre tierra ha encargado su obra de arte.
Imaginemos ese continuo azote de los elementos contra la roca durante millones de años, y comprenderemos las formas que aparecen ante nuestros ojos, como los largos pasadizos con suelo de fina arena, cuevas de colores imposibles, arcos de más de 30 metros de altura...
Son 1.400 metros los que mide esta increíble playa en marea baja que no deja de sorprendernos a cada paso que damos por su fina arena. Les dejo con unas imágenes que hablan por sí solas.
Y seguimos nuestro camino hacia Foz.