Del verbo ruere, la palabra ruina significa lo que se ha venido abajo, lo caído, cadente o decadente, su condición es la fragmentación, la incompletud y el deterioro. Resto de una historia perdida, vestigio que se arroja como una idea dudosa de lo que fue, como una copia o falsificación de si misma. Y sin embargo, es imposible no sucumbir ante ella pues en su agonía se niega a fenecer y por ello es tan imponente, melancólica y sugerente. Caminar entre las columnas decapitadas, los arcos resquebrajados, las torres agonizantes, los escalones ulcerados y los muros carcominados de, por ejemplo, algún sitio sagrado, es una experiencia intensa e inquietante. Tal se vive en el exconvento de Santiago en Tecali, Puebla.
Desplantado en un antiguo e importante asentamiento prehispánico en el valle de Tepeaca, a 46 kilómetros de la capital del Estado, habitado en la época prehispánica por vecinos de Teotimehuacan y Cuauhtinchán, este edificio sobrevive los estertores de la degradación como testigo inquebrantable de la acción infatigable de los franciscanos en esta zona durante la por ellos considerada cruzada contra la idolatría y la ignorancia. Aunque no se sabe con certeza cuándo se levantó, se considera que fue en la década de los 70 del siglo XVI y se dedicó a Santiago Apóstol quien, según las propias crónicas de los conquistadores, ayudó a los españoles en sus batallas de expulsión y de conquista; las primeras contra los moros en España y las segundas de los naturales americanos.
Monumental, como toda construcción que pretendía competir con los antiguos templos para presentarse como fortaleza de la fe y figura de la Jerusalén celeste, su iglesia conserva parte de su antiguo atrio aunque perdió la cruz atrial y las capillas pozas, tan útiles a los frailes para la evangelización y sus predicaciones, enseñanzas, cultos y procesiones masivas al aire libre. Su sobria y simétrica fachada concuerda con el austero espíritu franciscano; por la pureza de su estilo renacentista, el destacado historiador Manuel Toussaint la atribuyó sin más fundamento a Claudio de Arciniega, uno de los primeros arquitectos de la catedral de la Ciudad de México. Un par de robustas columnas corintias flanquean cada lado del arco del acceso principal cuya decoración consiste en puntas piramidales intercaladas con conchas o vieiras que representan también a Santiago en su faceta de peregrino. En la clave, una ménsula moldurada es sostenida por las cenefas de dos ángeles pintados que sorprendentemente bien conservados en las enjutas, dan una encantadora bienvenida a los fieles al espacio sagrado y con ello al conocimiento de Dios. En los nichos ubicados en el intercolumnio, se cuenta, antiguamente asomaban las imágenes de los apóstoles Pedro y Pablo (los fundadores de la iglesia católica), Juan y Santiago (el patrono de Tecali). Su única torre se levanta aún monumental y vigilante a pesar de haber sido silenciada al vaciarla de campanas.
Al interior, la planta basílical, atípica para el s. XVI, está conformada por tres naves paralelas, divididas por dos filas simétricas de columnas toscanas que sirven como soporte a seis arcos. Los gruesos muros laterales ostentan líneas perforadas que hoy se encuentran desnudas de cristales. En este espacio sagrado, el tapete de pasto y la cubierta de cielo estrechan el vínculo entre el mundo natural y el ámbito divino.
Las urnas funerarias en el antiguo presbiterio y la profusa ornamentación vegetal de los nichos donde anteriormente se resguardaba la imagen del santo que los velaban son posteriores y atestiguan la azarosa vida de la iglesia que una vez abandonada se transformó en cementerio (y se dice, también en toreo). Los magníficos retablos que otrora adornaran sus paredes, actualmente se encuentran en la nueva parroquia de Tecali.
Sin duda, una de las joyas del convento es la pila bautismal que, visiblemente tallada por artesanos indígenas, ostenta anagramas de Jesús (sostenido por dos figuras arrodilladas que posiblemente aludan a los fieles o los frailes) y de María, el escudo franciscano, emblemas como cruces franciscanas (también llamadas tau) y hojas de acanto que representan la inmortalidad para los bautizados. Originalmente estuvo colocada frente a la puerta principal de la parroquia, debajo del coro, en la sección de los catecúmenos, o seguidores del cristianismo, al ser imprescindible en el rito de iniciación a la vida cristiana.
A lo que queda del claustro se accede desde el exterior por el portal de peregrinos, espacio destinado a albergar viajeros y al cual se daba paso a través de una portería porticada con arquería adornada con diversas flores simbólicas y otros elementos vegetales y que en este caso ostenta en la clave el escudo de la orden franciscana con los cinco estigmas sangrantes de Jesucristo (en cada una de las manos y de los pies ocasionadas por los clavos de la cruz y en el costado inflingido por una lanza para asegurar su muerte) que San Francisco de Asís recibió en el Monte Avernia. Adentro, espacios laberínticos van revelando la portentosa ruina que aún concentra las voces, pasos, oraciones, pensamientos y deseos de aquellos que con objetivos mesiánicos e imperialistas impusieron a los indígenas del lugar una nueva forma de vida y de ver el mundo.
La vida de este edificio conventual, como el de muchos otros en la Nueva España, fue efímera, aproximadamente de un siglo. Disputas entre los franciscanos y la autoridad episcopal provocaron su abandono. Según Manuel Toussaint el espléndido techo artesonado de madera fue desmantelado para hacer una plaza de toros. Así el reciclaje de nuestro patrimonio histórico.
Y para quien se anime, en Tecali, cuyo nombre significa “casa de piedra”, abundan los talleres y las tiendas de ónix o alabastro.
Bibliografía
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