Pero conmigo no se puede jugar; así que un día le cogí por banda y entre bromas y veras empezamos a planear un fin de semana en el Sáhara.
Tras informarnos bien de lo que podíamos ver y con quién, empezamos los preparativos. Que si litros de gasolina, más unos 200 euros para el circuito improvisado que queríamos hacer y... todo en marcha.
Quizá agosto no fuera el mejor mes para ir al Sáhara, ya que el calor podía jugarnos una mala pasada por la refrigeración del motor, pero nos arriesgamos y salimos desde el aeropuerto de Tenerife Norte. Nos esperaban 370 kilómetros hasta el destino, a recorrer en 2 horas y a una velocidad de 185 kms hora.
Tras una preparación exhaustiva del aeroplano, salimos hacia África, elevándonos hasta los 2.600 metros y pasando sobre la isla de Gran Canaria y el sur de Fuerteventura. Nos dieron "permiso" para entrar en el espacio aéreo marroquí en vuelo, ya que Stan había intentado pedir autorización semanas antes de la salida sin respuesta.
Pongo "permiso" entre comillas porque una vez allí parece que careció de validez, teniendo que rellenar una cantidad de papeleo inmensa, muy al gusto árabe.
Pero bueno, allí estábamos, sobrevolando la costa marroquí o saharahui, depende de quién lea esto, con el contraste del azul del mar y de la dorada arena.
Aterrizamos muy suavemente, sabiendo que la aventura estaba a punto de empezar....
Lo primero que hicimos al llegar a tierra sahariana, y tras esperar una larga hora en el aeropuerto hasta que nuestro compañero Stan formalizara nuestra entrada en el país, fue encontrarnos con nuestro guía de viaje, Alí Salem, que nos llevaría por el desierto y que resultaría ser una excelente persona y un anfitrión cuidadoso y protector.Salimos del aeropuerto y decidimos comer, puesto que el servicio de a bordo no incluía tres platos y postre, aunque es el mejor donut que he comido a más de 2.000 metros de altura, eso seguro.
El lugar elegido por Alí fue el Omaima, una especie de gran salón donde suelen celebrarse bodas y grandes comilonas post ramadam y que nos gustó tanto que decidimos volver la noche antes de nuestra partida.
Por supuesto que queríamos saborear plenamente la cultura magrebí, así que nos lanzamos a probar platos nuevos.
Después de pedir los principales, llegaron los aperitivos, una aceitunas verdes muy picantes y aderezadas que nos hicieron sudar de lo lindo y beber mucho refresco de cola. Luego llegaron dos Kefta que es carne picada aderezada con piñones, cebolla, ajo, perejil, pimentón picante, cominos y aceite de oliva, que se sirve de diferentes formas y todas están buenísimas, y dos tajines de carne de....¡camello!.
Puedo asegurar que la carne, estaba exquisita, acompañada de pasas, ciruelas, dátiles y huevos duros. Literalmente se deshacía en la boca. Maravillosa y muy, muy sabrosa.
De postre una deliciosa tartaleta de cacahuete y caramelo, con un sabor exacto al de una famosa chocolatina americana.
Para el siguiente día dejamos unos fabulosos pinchitos morunos de cordero, carnero y vaca, acompañados de ensalada, papas y arroz y otra tartaleta, esta vez de higos.
Todo sabroso, con un servicio rápido y amable y a un precio realmente irrisorio. Si hubiera sido por nosotros hubiéramos comido allí todos los días, pero había que seguir ruta y aventuras.
Desde pequeño solía escuchar aquello del banco canario-sahariano. Eran frecuentes los altercados entre España y Marruecos debido a los excesos en la pesca cometidos por unos y otros, llegando incluso a producirse apresamientos por parte de las autoridades marroquíes.
La Corriente de las Islas Canarias, fría y con afloramientos de aguas profundas muy ricas en nutrientes, es hogar y cría de decenas de especies de pescado sabroso y abundante. Esto ya lo sabían fenicios y romanos, que se aventuraban más allá de las Columnas de Hércules para llenar las bodegas de deliciosas capturas con las que llenar las mesas del Mediterráneo y por supuesto, preparar el que era el sumum de las delicias romanas, el garum.
Más adelante los castellanos, para los que las Islas de Realengo ya formaban parte de la Corona, vieron el potencial del banco y lo supieron aprovechar. Posteriormente se sucedieron los tira y afloja entre los dos reinos, con épocas de paz y acuerdos, frente a otras de guerrilla y ametrallamientos.
Por eso nos pareció un poco de ficción llegar a El Marsa y ver la enorme flota pesquera amarrada, con los barcos enganchados unos a otros como pasarelas al mar, mientras se mecían con el suave vaivén de la corriente.
Eran decenas, quizá cientos, los pesqueros que se resguardaban en el sencillo muelle mientras se preparaban para salir a faenar o regresaban de alta mar. El olor a pescado era mareante, el sol implacable, pero había algo hipnótico en aquel lugar que nos hacía mirar hacia los navíos y quedar ensimismados por su decrepitud y su historia.
Decidimos salir despacio del pequeño pueblo que no difiere mucho de los que encontramos en esta zona del norte de África. Nos fuimos con esa sensación de haber conocido al fin algo de lo que siempre habíamos oído hablar.
Cuando planeamos la escapada al Sáhara, pasamos mucho tiempo buscando información sobre empresas que pudieran ofrecernos algún tipo de tour o circuito por la zona. La verdad es que los resultados fueron descorazonadores, ya que el índice de turistas que visitan El Aaiún es casi inestimable, por lo que aparte de políticos y empresarios que de vez en cuando hacen una parada en la ciudad para resolver sus asuntos, hay poca demanda de servicios para intentar conocer la región.
Pero he aquí que el destino puso en nuestro camino Paco Jimenez, un canario que lleva muchos años de relación con Marruecos y que vive a caballo entre Gran Canaria y Marruecos, donde tiene un pequeño pero bien organizado negocio para los pocos viajeros que visitan la zona.
Desde su villa en Aaiún, parten varios circuitos que incluyen visitas a oasis y dunas en 4X4, estancias en jaimas en medio del desierto y dentro de muy poco una experiencia de balneario alimentado con aguas sulfurosas y barro del desierto que seguro que hará las delicias de cualquier visitante por ser una experiencia única e innovadora.
Para nosotros preparó un mini circuito de dos días, que nos proporcionó una visión global bastante completa y satisfactoria de este pequeño rincón del Sáhara.
Nuestro conductor y guía, Ali Salem, nos recogió en el aeropuerto y tras llevarnos a comer y cambiarnos algo de moneda para nuestros gastos, nos condujo directamente al desierto, donde pasaríamos la noche. Tras seguir la carretera hacia el sur, nos desviamos por una pista casi invisible para nosotros hasta llegar a un emplazamiento rodeado de palmeras, arbustos y sobre todo mucha agua. Allí, Paco ha construido una pequeña aldea con servicios básicos, donde pasaríamos la noche. Un pozo donde abrevan caballos, camellos y un perro juguetón, una torre de estilo bereber, y varias construcciones que hacen funciones de cocina, comedor y despensa conforman el lugar donde pasaríamos la noche.
Desgraciadamente el viento no quería dejar de soplar, por lo que la experiencia en la jaima la cambiamos por dormir en la torre, al abrigo del frío del desierto. Cuando cayó la noche nuestro guía y el encargado del campamento nos sirvieron un delicioso tajine de carnero, acompañado de otras especialidades locales realmente deliciosas y a continuación, con el viento ya calmado, pasamos a la media jaima donde asistiríamos a la ceremonia del te beduino mientras hablábamos de la jornada bajo un espectacular dosel de estrellas. Inolvidable.
Al día siguiente, muy temprano, disfrutamos de un completo y sabroso desayuno antes de continuar la jornada que nos llevaría a conocer otros lugares.