Un rincón solitario sobre las aguas del Voltoya
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO / Reportaje publicado en EL NORTE DE CASTILLA en mayo de 2002.
Más que de Las Merinas este puente debería llamarse de La Melancolía. Porque ése es el humor que despierta su contemplación. Triste y solitario, casi inútil en mitad de la inmensa estepa desarbolada que es el Campo Azálvaro, pastos abiertos de oeste a este, a caballo entre las provincias de Segovia y Ávila, sobre los que ahora desquitan su apetito un ejército de reses avileñas, mansas y bravas. En el pasado, con un paisaje aproximadamente igual si no se tiene en cuenta la ringla de molinos ventisqueros que coronan el horizonte por el norte y por el sur, los ejércitos que circulaban por estos mismos pastos estaban formados por cientos de miles de merinas.
Puente de las Merinas. Segovia. Castilla y León. España, 2002 © Javier Prieto Gallego;
El puente, que visto ahora parece un espejismo salido de la nada y para la nada, es uno más de los vestigios que por aquí aún dan fe del paso por estas estribaciones montañosas de la Cañada Soriana Occidental, la autopista ganadera que enfilaba a los rebaños desde El Espinar hacia Ávila y luego hacia Extremadura. Un par de veces al año hasta 700.000 ovejas se agolpaban por estas vastas praderas.
El de Las Merinas es un puente triste. Tan hermoso y abandonado a su suerte que dan ganas de montar una ONG para que no se caiga. O de obligar a la gente a que vuelva a pasar por él, aunque sólo sea para que las conversaciones que, a buen seguro, se trae con el chopo solitario que se levanta a su vera vuelvan a tener la alegría de antaño, la alegría de los buenos tiempos. Levantado a la antigua usanza, con bloques de granito y hechuras medievales, tiene dos ojos asimétricos, desiguales. Dos ojos que se alzan sobre el escueto fluir del Voltoya para dibujar en la pradera el característico "lomo de asno" de los puentes viejos. Sobre él una calzada de piedras pulidas por el uso y junturas alfombradas de hierba lleva de una orilla a la otra.
Aspecto que presentaba la calzada que atraviesa el puente de Las Merinas antes de su restauración. Segovia. Castilla y León. España, 2002 © Javier Prieto Gallego;
El paseo
Para empezar el paseo por estos campos de viento y soledades hay que localizar antes la carretera SG-500, que une la localidad Segoviana de El Espinar con Ávila, precisamente atravesando el Campo Azálvaro. A unos 14 kilómetros de El Espinar es fácil localizar las ruinas del caserón de Navalaviga, al pie de la carretera, tras el que se alza una inmediata chopera. El vehículo puede dejarse ya aquí, o bien continuar una decena de metros más hacia Ávila hasta localizar, en la cuneta opuesta, una cancela metálica. Un letrero advirtiendo de la necesidad de volver a dejarla cerrada certifica que es la que se está buscando y que no todo el mundo es igual de cuidadoso cuando sale al campo. El puente, a unos 500 metros de la carretera, ya está a la vista y llegar hasta él no presenta ningún misterio, dificultar ni esfuerzo.
Por eso, si el cuerpo pide algo más de marcha, se echa una buena tarde siguiendo río abajo durante un trecho las aguas del Voltoya. Tras pasar junto al estirado chopo que hace compañía al puente, y salvar de un salto un brazo díscolo del río, enseguida se localiza, junto a la valla de espinos, la vereda a seguir. Mientras el río va y viene entre los prados cercados, se alcanza en un kilómetro la carretera que va hacia Navalperal de Pinares. Ya del otro lado no tarda tampoco en llegarse hasta la cola del embalse del Voltoya. Según la época del año, y la cantidad de agua, será más o menos fácil ?siempre prismático en ojo- identificar los tejemanejes de ánades reales, cercetas, porrones, somormujos o zampullines, además de sisones y otras aves esteparias.
Nota: el aspecto actual del puente de Las Merinas ha cambiado sustancialmente tras su restauración.
EN MARCHA. El puente de Las Merinas se localiza en medio de las praderas situadas a 14 kilómetros de El Espinar, en la SG-500.
EL ESPINAR. El poderío de la Mesta queda de manifiesto en la monumentalidad de muchos de los establecimientos que levantaron para apoyar su desarrollo. Entre los más grandes se cuentan los palacios de esquileo. En el siglo XVIII hubo en Segovia hasta 36 de estos ranchos. Uno de ellos aún puede verse por fuera en El Espinar. Cerca del Ayuntamiento se alza el palacio del Marqués de Perales. Si en ese siglo se esquilaban en el pueblo 74.000 ovejas, 27.000 se pelaban en este palacio. Fue construido en 1728 como casa solariega y de esquileo.
Mapa
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