Pinares frondosos y leyendas en los bosques de Valsaín
© Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego
No hay bosque sin leyendas, como no hay verano sin mosquitos. Son tal para cual. En realidad, las leyendas forman parte del ecosistema de cualquier bosque que se precie: lo mismo que sus árboles, sus arroyos, sus pajaritos, sus setas o sus frutos silvestres. Así que un bosque tan impresionante como el que tapiza las laderas de las montañas de Guadarrama por ambas caras –la norte y la sur- no podía carecer de ellas. De hecho, las tiene a puñados. No tantas como ardillas, pero casi.
Puente sobre el arroyo de Peñalara. Valsaín. Segovia. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego;
Algunas de las más conocidas y repetidas tienen como escenario un singular conjunto de bolos graníticos que, de no ser por las leyendas, pasaría desapercibido como uno más de los sugerentes rincones que tanto abundan entre estos pinares. Es la Cueva del Monje, sobre las laderas del Cerro del Puerco, muy cerca de Valsaín y La Granja. Mientras hay quien discute sobre si se trata de un conjunto dolménico, construido por antepasados prehistóricos como un lugar de enterramientos, o si de un capricho de la naturaleza, mucho más capaz que el hombre a la hora de colocar las gigantescas rocas en posturas de equilibrios imposibles, lo cierto es que este conjunto de rocas de granito preside un ancho rellano de la montaña guadarrameña con una vistas esplendorosas sobre algunas de sus principales cumbres.
Una de las formas de acercarse hasta este rincón, empleando una mañana de sano paseo dominguero por entre la fronda pinariega de Valsaín, es echando pie a tierra en el aparcamiento del Centro Nacional de Educación Medioambiental –CENEAM-, frente a la localidad de Valsaín y junto a la carretera que sube hacia Navacerrada. Los primeros metros del paseo siguen las balizas verdes que pespuntean la Senda Ecológica que arranca frente a las puertas del centro. Es el inicio también de la subida por las laderas del pinar que culminará al llegar la Cueva del Monje. La senda y las balizas siguen, en estos primeros metros, una pista forestal cuya portilla metálica de acceso se alcanza a unos 10 minutos del comienzo. La Senda Ecológica y nuestro paseo comparten trayecto hasta que la señalización obliga a la primera a abandonar la pista, mientras gira hacia la derecha por un sendero.
Pero el camino hacia la Cueva del Monje prosigue sin pérdida recto, hacia arriba y por la pista forestal brindando continuas oportunidades para detenerse y disfrutar de los muchos gozos que ofrecen estos pinares. Uno de ellos, invisible pero persistente, un olor a resinas que se queda tan pegado a los pulmones y las ropas que después hasta sirve como ambientador del coche. Pero hay otros muchos más: está el picoteo incesante y misterioso del picapinos, el aroma fresco de los helechos, el murmullo cantarín de los arroyos que surcan el pinar cuesta abajo, el mugido de las vacas que campan entre los pinos, las componendas caprichosas del granito, que forman torres de gigantescas canicas aquí y allá… y así uno sube distraído hasta que percibe el traqueteo repentino de los locos de la bici que bajan como demonios a tumba abierta por la pista, desafiando todas las leyes de la física, al tiempo que desperdician las oportunidades de todos esos disfrutes.
Frente al CENEAM se localiza el arranque de una Senda Ecológica que recorre el entorno del centro. Valsaín. Segovia. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego;
Un kilómetro más arriba de la portilla, o sea, unos 20 minutos después, la pista alcanza un claro del bosque en el que un puente de madera permite el paso sobre el arroyo de Peñalara. Pero el paseo prosigue por donde venía, sin desviarse hacia el puente ni saltar el arroyo, en una suave cuesta arriba que tiene el siguiente alto al llegar a la fuente del Ratón, con un banco y una mesa donde plantar la tortilla. Repuesto el sudor, queda por atacar el último tramo del repecho, que termina diez minutos más arriba, al enlazar con una pista forestal asfaltada. Desde aquí hasta el final de la excursión todo será ya cuesta abajo.
Leyendas
Ahora toca girar por la pista hacia la izquierda e iniciar el suave descenso que en unos 600 metros bordea el claro del bosque donde se localizan los bloques de granito que forman la Cueva del Monje. Mucho más refugio de pastores que cueva, hay dos leyendas que hacen de este lugar uno de los enclaves mágicos de la sierra. Una de ellas cuenta la historia de un tal Tomás Segura, vecino de la zona que vagaba por estos lares pensando en suicidarse tras perder a su amada esposa, cuando tuvo un fatídico encuentro con el diablo. Como suele acontecer en estos casos, Satanás se las apañó para devolverle dinero, riquezas y alegría de vivir a cambio de un alma que tendría que entregarle –sí o sí- pasados 30 años. Pero el bueno de Tomás, pasados los años, cayó en un punto tal de arrepentimiento por sus días de desenfreno e impudicia que alcanzó a vivir sus últimos años retirado en estos pinares, refugiado bajo la visera que forman estas mismas peñas, haciendo el bien a los gabarreros a la espera de que su cambio de rumbo vital invalidara el trato con Lucifer. Cosa que, al parecer, sucedió, aunque en este punto hay versiones que discrepan: para unos el diablo tuvo que renunciar al cobro, para otros el alma de Tomás aún anda por aquí en pena.
La Cueva del Monje preside una amplia pradera en la que crecen cuatro guindons. Bosques de Valsaín. Segovia. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego;
La otra leyenda cuenta la historia del caballero templario Hugo de Marignac, llegado de Francia hasta estos bosques para esconder un gran tesoro entre los serrijones de la cumbre de Siete Picos. Cumplida su misión, el templario se quedó a vivir al rebufo de los cortesanos que frecuentaban el palacio de Valsaín. Y prendose de tal manera de Blanca, una condesa, que, tuvo que recurrir a las artes oscuras de un ermitaño, Oriel, para ganarla. El caso es que Oriel, que tenía estas mismas peñas por casa, pidió a cambio el tesoro escondido. Y en eso fue cuando el templario intentó jugársela al ermitaño y este, en venganza, hizo desaparecer, por un despeñadero, al templario y la condesa. Y parece que también el templario anda por ahí vagando en noches de luna llena.
Con el alma aún sobrecogida por tanto espectro vagabundo, toca retornar hasta la pista asfaltada y continuar por ella cuesta abajo. Eso sí, sin dejarse embobar tanto por las delicias del pinar que un ciclista termine por montarnos en su bici sin permiso.
Un ciclista desciende por las pistas del pinar de Valsaín. Segovia. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego;
Mientras se siguen bordeando las faldas del Cerro del Puerco, hasta el que un día subiremos para visitar los restos de fortificaciones de la Guerra Civil, se pasa junto a la fuente del Milano –en una pronunciada curva-. Más abajo, en el puente del Vado de los Tres Maderos hay que proseguir de frente y tomar los ramales de la izquierda en las siguientes bifurcaciones. La mayor presencia del robledal y los espectaculares cargaderos de madera apilados junto a la pista asfaltada anuncian la inminencia de la Pradera de Navalhorno, pueblecito surgido a finales del siglo XIX cuando la Corona decidió ordenar el batiburrillo de casas y talleres que daban servicio al aserradero. Se vivió entonces una pequeña revolución industrial al sustituirse la vieja maquinaria y utilizar el vapor como nueva fuente de energía en el nuevo Real Taller de Aserrío. Aquella ordenación urbana reglamentó también la estética y forma de las casas de los trabajadores y artesanos dando lugar a las peculiares construcciones que se ven hoy día, caracterizadas por el uso de la madera. El color oscuro de las fachadas era consecuencia de la grasa procedente de la fábrica con la que se protegían de la humedad, y el rojo de las vigas recuerda como quedaban al embadurnarlas con sangre de toro.
Arquitectura tradicional en la Pradera de Navalhorno. Valsaín. Segovia. Castilla y León. España, 2011 © Javier Prieto Gallego;
Unos metros más arriba, por la carretera que sube al puerto, se alcanza, de nuevo, el CENEAM.
EN MARCHA. Al CENEAM, punto de partida del paseo, se llega desde Segovia por la CL-601 en 16 kilómetros.
EL PASEO. Con inicio y final en el aparcamiento del CENEAM, este paseo hasta la Cueva del Monje tiene 8,5 kilómetros de recorrido. No está señalizado pero es fácil de seguir, pues discurre por pistas forestales con y sin asfalto. Pueden brindar buena información del recorrido en el CENEAM (
Tel, 921 47 17 11). También en la web de la Asociación para el desarrollo rural de Segovia sur: www.segoviasur.com.
Croquis
croquis del paseo hasta la Cueva del Monje. Segovia.