Decepcionada. No quiero ir a trabajar
Levantarse cada día con el optimismo y la positividad de llegar al lugar de trabajo y tener en mente una nueva pregunta:
¿Con qué nuevo reto voy a encontrarme hoy? aunque no quiera ir a tabajar.
Encontrarnos en la puerta, mirarnos y sonreír.
– “Venga chicas” esto está chupao. -Comenta siempre una de ellas.
Cambiarnos y comenzar la jornada, casi sin pensar.
En la peluquería, cinco personas esperando y otras cuatro siendo atendidas.
Nos organizamos y el trabajo va saliendo. Nos miramos cómplices, con una sonrisa, transmitiendo buen rollo. Entre bromas, comentamos ¿qué hará Matilde hoy cuando llegue? ¿Estará de buen humor? Quizá nos sorprenda. Seguro que sí.
La música suena de fondo e intentamos no escuchar reggaetón. No lo soportamos ninguna de las cuatro. Es más, cuando comienza a sonar, nos miramos y con esa cara de “no puede ser, otra vez”, la primera que deja lo que está haciendo cambia la lista de Spotify y seguimos a la vez que las cuatro nos volvemos a mirar con cara de aprobación y una mueca en la cara de satisfacción.
Horas interminables
Así transcurren las horas, sin parar, compartiendo nuestro trabajo con el resto, enseñando y aprendiendo unas de otras.
Los clientes se van satisfechos. Solo protestan si llegan en el horario de la comida y alguna salimos si podemos a comer. Quizá deban esperar algo más, pero en realidad trabajamos sin cita previa.
Pero ¿sabéis? Muchos días no hemos comido. No ha habido un hueco para marcharnos y dejar a los clientes sin atender o a nuestras compañeras con nuestro trabajo empezado y sin terminar. De nuevo me siento decepcionada.
Compañerismo y equipo
De eso hablo. Compañerismo y trabajo en equipo. Buena conexión.
Cada una con nuestras propias batallas, llegando a trabajar dispuestas y entregadas.
Quizá alguien tenía el día de bajón, pero allí estábamos el resto y con un abrazo, un toque en el hombro, un pastel con nueces de pecán, o un café, seguía la jornada interminable rebasando con creces las horas para las que estábamos contratadas.
Entre historias que escuchar a los clientes, con actitud paciente y sin parar de mover los cepillos o las tijeras, de repente alguien entra por la puerta con aire altivo, seguro, con actitud dominante.
Presión y sometimiento
Ni siquiera sé quién es, pero parece controlarlo todo. Se pone al frente y su día consiste en hablarnos sin titubeos y sin conocernos de nada juzgar nuestro trabajo, sin duda de forma equivocada, incoherente, despechada y sin sentido. Su misión es presionar, sin dilación y de forma contundente.
Con aire prepotente y desmedido maneja los hilos a su antojo, paseándose sin importarle nada los demás. Poniendo la música a un volumen incalificable, donde las personas allí presentes se ven sobresaltadas y casi sin entendernos, intentamos hablar o escuchar de forma que se hace absolutamente imposible.
Nos miramos y no entendemos nada. Intentamos seguir haciendo bien nuestro trabajo. Bajo aquellas circunstancias, todo se hace más difícil.
A cada momento, alguna de nosotras es llamada de forma privada y tras recibir un comentario de esta persona, vemos como se nos cambia el semblante. Nuestro día se hace tedioso y agotador, sintiéndonos observadas y tratadas como meras máquinas de hacer clientes y caja únicamente.
Se trata de un componente del equipo de la franquicia y cuya misión es esa, presionar y hacer entender que lo que ha de hacerse debe ser muy rápido y ya. Sin miramientos, sin entretenerse. La conversación con los clientes ha de estar enfocada a la venta y nada más. Vendiendo supuestamente a partir de un mínimo, se cobra una comisión. Comisión qué, por alguna razón, se decidió dejar de abonarnos sin previo aviso y cambiando la cuantía por la cual habíamos comisionado anteriormente. Otra vez, decepcionada.
Consecuencias
Tras una jornada desconcertante lo único que me pregunto es por qué estoy ahí y termino el día con un herpes labial provocado por el estrés que me dura dos semanas. No quiero ir a trabajar.
Continúa…