Uno de los propósitos que me hago prácticamente cada año, es rascar tiempo para escaparme con el Santo. Parece tarea fácil, pero al final, entre pitos y flautas dejamos pasar el tiempo.
Este año parece que lo vamos consiguiendo, y al menos una vez por trimestre hemos conseguido un fin de semana para nosotros. Primero fue el fin de semana en el Parque Nacional de Monfrague, y esta vez, aprovechando que era nuestro aniversario y que estábamos pasando unos días en Marbella, decidimos ir a conocer Ronda.
Mi marido ha veraneado toda su vida en Marbella y con 37 años no conocía esta bonita localidad, y como yo tenía muchísimas ganas pensé que era la mejor opción.
Con los niños colocados con la abuela y los tíos, nos marchamos en dirección a la Sierra de las Nieves. Tan sólo nos separaban 50Km de casa, pero el camino, lleno de curvas (aunque con una buena carretera) se me hizo largo. Eso sí, el destino merecía la pena.
Sinceramente, siempre me había imaginado Ronda, un poco al estilo de las postales románticas del s.XIX. Un pueblo blanco coronando una montaña. Sin embargo, la ciudad, a día de hoy se ha extendido considerablemente, aunque afortunadamente el casco antiguo, mantiene intacto ese aire renacentista-barroco que tenía en mente.
Nos hospedamos en el Hotel Reina Victoria. Un clásico renovado hace poco con un gusto exquisito. Respetando los elementos clásicos y todos los recuerdos de escritores que por allí pasaron en su día (alberga el Museo de Rilke), cuenta con una decoración moderna y muy muy cuidada. Creo que hace tiempo no había disfrutado de algo así.
Además merece la pena disfrutar de la cena en su restaurante, donde te sirven platos vanguardistas en una preciosa terraza al aire libre con música en directo. Más romántico, imposible.
Por la mañana, después de un pantagruélico buffet, porque desde luego nos dimos un buen homenaje, aprovechamos para conocer la ciudad a pie. El empedrado no es precisamente cómodo, cuando como yo optas por sandalias, pero al final, es tan bonito lo que ves que te da igual.
Ronda está llena de rincones mágicos, fachadas trabajadas y mucha vida. Hay varios museos: el Municipal en el Palacio de Mondragón, el Lara en la calle Armiñán, el Museo de Joaquín Peinado, Museo Taurino de la Real Maestranza, el del Bandolero…en fin gran variedad para una ciudad no muy grande.
El Santo y yo optamos por el Museo de Ronda pensando que sería el más general. Particularmente me llevé una decepción, porque no era lo que tenía pensado. El museo en sí, está muy cuidado, y la idea es muy buena si vas por ejemplo, con niños, para enseñarles a grandes rasgos la evolución de las ciudades, pero no específicamente Ronda. Eso sí, mereció la pena por ver sus patios interiores o los jardines de estilo árabe.
Callejeamos y callejeamos, parando en pequeñas placitas, en bancos excavados en la roca, en el parque de la Alameda del tajo. Para comer, hay un par de calles en la zona nueva donde los restaurantes de todo tipo se suceden uno tras otro y los camareros te abordan ya a las 12 de la mañana con las cartas. Pero te recomiendo que huyas de ahí y busques en el interior del casco antiguo, donde había tascas clásicas, y donde no hay tanta concentración de turistas.
Eso es algo que me llamó mucho la atención. A pesar de la cantidad de gente que pudimos ver en las cercanías de la plaza de toros o el Parador, luego al callejear puedes sentirte solo, escuchar el silencio o el día a día de los interiores de las casas. Por lo que en ningún momento tuvimos sensación de agobio o masificación y se puede pasear muy tranquilamente.
Ronda se puede ver fácilmente en un día, no necesitas más, y luego se puede aprovechar el resto del fin de semana para conocer la Sierra de Grazalema y los pueblos blancos. El plan merece la pena.
Y aunque ahora se nos presenta una época de mucho trabajo a los dos, ya estoy pensando dónde será nuestra próxima escapada. ¿Alguna recomendación?
Besos