Hoy quiero hablaros de algo que está muy ligado con el que siempre fue mi mayor hobbie, escribir.
El primer gran libro que me animó a narrar mis pequeñas historias en un trozo de papel y que me condicionó mucho a la hora de estudiar periodismo: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Para algunos, la obra más ambiciosa de la historia de la literatura contemporánea. Para otros, un pestiño de 3000 páginas que cuesta una vida acabarse...
No sé si estáis conmigo en que, a veces decidimos leer o no un libro, en función de la ilusión con la que nos lo recomiendan. Y si se trata de una persona cercana a la que tienes en alto estima o a quien admiras profundamente, más. Eso me ocurrió con uno de mis profesores de bachillerato. Cuando en una redacción sobre nuestro hobbie preferido, en inglés, leyó que el mio era escribir historias, me devolvió la hoja con al menos 40 titulos diferentes de En busca del tiempo perdido, que según él, ''debía leer, en esta vida.''
Es cierto que cuesta leerlo. Más cuando tienes 17 años y estás preparándote para la selectividad. Es el típico libro que 'odias y amas'. Una narrativa muy particular, llena de adjetivación, muy realista y descriptiva, pero que juega con la ficción. Muchos creen que se trata de la biografía del autor. Y otros, más morbosos, que una de las sirvientas a la que Proust le otorga el sexo femenino, era en realidad el chófer, del que él estaba perdidamente enamorado en la vida real.
A mi, lo que más me gustó, fue quizá lo más básico del libro. La asociación que Marcel plasma sobre dos conceptos aparentemente diferentes. Los sabores y los recuerdos.
¿Cuántas veces hemos rememorado instantes gloriosos de nuestra vida gracias a un olor concreto, o a un sabor? No os digo más, sólamente quedáos con esta frase: nunca se debe subestimar una magdalena mojada en té. Ah, y nunca, nunca, dejéis de hacer eso que más os gusta, ya sea pintar cuadros, o salir a correr todos los días. Todos necesitamos esas motivaciones.
¿ Sabéis? Marcel Proust padeció de fuertes crisis asmáticas desde los 9 años hasta que murió, y se cuenta que nunca dejó de escribir. En busca del tiempo perdido fue lo único que hizo durante años, además de aspirar su ventolín.
¿Qué os parece? ¿Os apetece leerlo?
Fuente. Diario 16