Antes, solía escribir sobre las cosas especiales que me pasaban. Hace mucho que no lo hago, no sé por qué... Han pasado tantas cosas en mi vida que tal vez he estado ocupada tratando de entenderlas, buscando respuestas o curando heridas de la mejor forma posible.
Hace cuatro años que vivo en otra ciudad, a 300 km de mi familia y los amigos... ¡Sí!, un día recibí una llamada y en menos de cuatro horas decidí dejarlo todo, absolutamente todo... e irme a Lima, a buscar mi lugar, a encontrarme, a crecer desde adentro... Creo que también quería olvidar que había perdido la confianza y la fe en las personas.
No es fácil, por más que seas una "loca" con mucho carácter, que va dándole guantazos a la vida, porque tienes a la mujer más valiente como madre y ella te enseñó que acá nadie se le baja a los problemas, ni a las penas... No, no es fácil estar sola en una ciudad donde no conoces ni confías en nadie, más aún si llegas un poco perdida dentro de ti misma, buscando respuestas... respuestas, que tal vez jamás encuentres, pero eso no lo sabes aún.
Los domingos eran los peores días. Pero yo vine a algo, y sabía que iba a tomar tiempo.
Ese día fue uno de ésos, domingo y gris... aunque era verano para los demás, era uno de ésos días en los que amaneces con esas ganas tormentosas de entender mil cosas y con la obstinada idea de seguir flagelándote la cabeza y el alma y sigues sin encontrar la puta respuesta... Entonces, decides escapar y tienes dos opciones: la música o un libro... son como cables a tierra.
Elegí el libro, y me senté en una banca del parque Kennedy. Mientras leía "Mi planta de naranja Lima", creo que por vigésima vez, cayeron sobre mí los ojos azules más celestiales que vi en mi vida... Nos miramos y fue automático, nuestras almas se sonrieron. Me miró sonriente y me dijo que era un buen libro, que cualquiera lo podía leer, pero no cualquiera entender... Y así empezó nuestra amistad.
Robelio, cubano, 71 años, cabello cano, guayabera blanca... armónica dorada en el bolsillo, maracas en mano... y una sonrisa que ilumina las tardes grises.
Nunca quiso decirme donde vivía, como duerme, donde come... Pero después de ganarnos la confianza mutuamente, me contó en tercera persona y a modo de un cuento que las personas que él engendró, lo abandonaron acá, hace ya unos años y nunca más supo de ellos. "Me dejaron en una casa para que me cuidaran, ellos ya no podían, pero al poco tiempo me botaron de ahí, porque no había quien pague mi cama y no los he vuelto a ver" "... Y es que los hijos son prestados nada más, no pueden cargar con uno" dijo a modo de justificar el abandono, era la única cosa en la que nunca estuvimos de acuerdo.
De Robelio, jamás he escuchado un lamento, una queja, una palabra de rencor o resentimiento, sólo me cuenta cosas buenas de ellos, de sus hijos... como si eso los mantuviera vivos dentro de él, junto a su corazón, solo me cuenta cosas bonitas de Cuba... y cuando habla le brillan los ojos y se le hincha el pecho... Y sus maracas empiezan a sonar, él se pone feliz y nos ponemos a bailar. ¡Sí! Bailamos como si nadie nos estuviera viendo.......
Tú hiciste que volviera a ser yo, me alumbraste el camino otra vez, me demostraste que está bien ser diferente, sentir diferente, me demostraste que mientras estés bien parado y sepas quien eres, nada te derrumba, reafirmaste mi idea de que con música todo es mejor y que tener orgullo y dignidad es fundamental para andar con la frente arriba, pues nunca dejaste que te ayudara ni con un poquito a comprar el pasaje de regreso que tanto querías, nunca vi que recibieras una moneda si no era a cambio de una de tus canciones... me enseñaste a perder el miedo a ser sensible y sentir otra vez, también a que la sabiduría no la dan los años, sino lo vivido, me ayudaste a quitarme la armadura... y es que la verdad, pesaba mucho.
Sin saberlo me diste todas las respuestas a las preguntas que se hacía mi alma, que a veces no necesito saber la respuesta para estar bien ni para entender... Me enseñaste a perdonar de corazón.
Desde que te conocí, ya no tomo desayuno sola los sábados y mis domingos son más divertidos... eso me hace feliz! Me gusta que leamos juntos y me enseñes de música, me divierto cuando bailamos y cantamos donde se nos ocurra y que serenazgo se nos acerque y trate de callar y le hagamos lío y terminen riendo, aunque en el fondo queríamos que nos lleven... siempre es bueno abrazarte y me gusta caminar de tu brazo, porque no he conocido hombre más caballero que tú y porque por ratos te sentía muy frágil y cansado... Mi corazón sonríe cuando me dejas notas en portería, y cuando me dices que te hubiera gustado tener una nieta como yo... Eres una dosis de ternura concentrada, conversar contigo nutre mi alma, por eso y más te quiero!
Te fuiste diciendo: "Ponte más bonita el domingo mi niña que vendré guapo para tomarnos esa foto que me llevaré pronto"... No quise preguntar más valiente Robelio, creo que me daba miedo... pero nunca más volviste por la foto.
Ha pasado ya tiempo, y quiero imaginar que pudiste juntar el dinero y volver a tu Cuba amada, sólo quiero pensar que estás feliz donde estés... Porque hiciste que te prometiera que si un día no nos veíamos más... mi corazón iba a sonreír cuando pensara en ti... porque de eso se trata la verdadera amistad, que aún en la inmensidad del espacio y del tiempo, el recuerdo de esa persona te saque una sonrisa... Aunque debo confesar, casi dos años después, que cuando camino por nuestro parque, sigo buscando en las bancas a ver si te encuentro otra vez...
Gracias por ser mi ángel de la tierra, mi guapo y sabio Robelio, como me dijiste un día: seremos amigos aún después de la muerte y más allá del tiempo...
...Es más que una promesa. Natalia Polanco Mendoza
Lima - Perú