Me da igual que me mires desde arriba, doblando la cara hacia un lado, hablando con la mirada mientras piensas “pobre chica ñoña”. Porque ya no me creo nada que no sea que todo es posible, hasta lo imposible. Ahora sí que ya me podéis decir misa, que no cuela. Me da lo mismo que me digáis que de escribir uno no vive, que de soñar uno se cansa y que el amor de cine se queda donde debe estar: en los guiones. Se acabaron los límites, las puertas cerradas, las negativas como única respuesta. Se acabó eso de “aprovéchalo, que todo acaba” o “disfrútalo mientras dure”. Se acabó el blanco y negro, la escala de grises, lo tan aburrido como neutro. Porque ahora es todo rosa. Y del chillón.
Así que os digo adiós, gente gris. Fue un placer conoceros, hablaros, incluso quereros. Fue genial ese primer encuentro, ese engaño inconsciente, esa forma de tapar vuestro gris con pinceladas de rojo. Fue estupendo tratar de haceros ver que la vida podía ser un cuento, un camino lleno de rosas tan marchitas como en flor, un rato de luz y otro rato de horror. Pero como un cuento. Nadie dijo que los cuentos fueran siempre dulces. Nadie dijo nunca que todas las historias bonitas siempre tengan un final feliz. Pero la gente gris no entiende eso. Por ello, como me cansé de hacer ver y de agotarme estando, os digo hasta siempre. Jamás. Si no sois capaces de entender que la magia es algo más que una paloma y una chistera, conmigo tenéis poco que hacer.
Porque una se harta de las caras largas, de la poca sangre, de la puntilla y de la pega, de la tara que siempre te sacan, del defecto que siempre te ven. Una al final ha de ponerse seria y decir muy cortante que se acabó. Que los días son tan bellos como la sonrisa que le ponga uno al esperar en el metro, al mirarse al espejo, a la bronca o al problema. Las horas pueden ser algo maravilloso si ponemos los relojes al ritmo de nuestras motivaciones y tratamos de ignorar todo lo malo, aunque sea por un rato. Pero sin motivación, sin una meta ni un camino marcado, ni tan siquiera una mínima ilusión, la vida no es más que la consecución de minutos, uno tras otro. Tic. Tac. Tic. Tac. Y fin. Al hoyo. La gente gris sabe de eso. Y algunas estúpidas personas tenemos la manía absurda de girar la cara ante la evidencia, de pasar de las señales, de pensar que todo es una cruel cuestión de tiempo y que esa luz roja contrarrestará tanto gris y hará que la historia sea de nuevo un folio en blanco con pinceladas rosas. Pero no. Cuando se rozan ciertos límites, ya nunca se vuelve a pintar con rosa.
Una de mis citas favoritas es esta: “Todo dura siempre un poco más de lo que debería” (Cortázar). Eso es problema de la gente como yo, de los corazones de fondant, que alargamos como chicle los momentos buenos para que los malos parezcan minúsculos, que nos acabamos enredando en bucles sin pies ni cabeza solo porque odiamos perder. Pero cuando decidimos que lo que debería ya ha pasado y que ese más ya sobra, nos vamos para nunca volver.
Au Revoir.
Mañana cumplo 29 años. 29. Qué miedo me da ver lo rápido que pasa el tiempo. Por ello, por la velocidad y por el amor a la vida, aunque sea solo como deuda por todo lo bueno que me da, voy a coger este año como se atrapa un tesoro entre las manos. Y voy a tratar de reír mucho más que nunca, de bailar mucho más que nunca, de viajar mucho más que siempre. Y beberé algo menos de café y me morderé menos las uñas. Y me pondré más vestidos y menos jerseys de abuela. Y trataré de fijarme más en lo que me rodea y distinguir más rápido los colores. Y no confundirlos. Nunca. Más.
Porque la vida es un regalo que a veces queremos cambiar aun sin venir con ticket, sí, pero no deja de ser un regalo. Y aunque existan las preocupaciones, el desamor o la decepción, las noches de helado y manta fría y las mañanas sin ganas de levantarse, hay que hacerlo. Hay que intentarlo. Hay que despejar el cielo de nubes y salir en busca del sol. Que está. Que siempre está, a pesar del temporal. Porque ahora que sé que las ilusiones se materializan, no me pidas que me comporte como una adulta gris. Déjame creer en las novelas, en las cintas y las canciones, en las hadas si hiciera falta, en los batidos de chocolate. No me pidas que por rozar los 30 me conforme con creer en el amor como compañía, en la amistad como pasajera o en el matrimonio como única meta. Grrr. No me hagas creer que mi vida será eso, porque sé que no es verdad.
Déjame que te diga, en cambio, que no porque tú seas gris, he de dejar yo de ser rosa. Déjame que te diga que creo en las locuras que se hacen por amor aun sin saber si serán correspondidas. Déjame decirte que la realidad que me rodea me afecta, me quiebra, me duele. Y que lloraré si me sale de las narices. Y que a veces, seguiré sintiendo demasiado aunque tú no puedas o no quieras sentir. Déjame decirte que seguiré haciendo chorradas, bailando hasta las seis de la mañana, haciendo de grupie, saltando en conciertos, cantando en el coche con las ventanillas bajadas. Y que seguiré cagándola seguramente, cayéndome, resbalándome, comiendo macarrones como si no hubiera mañana, bebiendo tinto y haciéndome la tonta, para variar. Enamorándome si se tercia. De la vida, sobre todo. O de algún chico con camisa. O sin ella. Nunca se sabe quien se puede cruzar en tu camino ni qué llevará puesto, claro.
Pero eso, vamos. Que mañana cumplo 29 años y que como primer propósito, voy a mandar al gris a otra parte y a vivir todo el rosa que me sale de los pulmones. Porque si nos lo proponemos, la vida puede ser magia, libro, churros a las 7 de la mañana, billete encontrado en el bolsillo, última talla rebajada de lo que querías, encuentros con gente sin final, finales que resultan ser comienzos. Puede ser todo eso, solo hay que cerrar fuerte los ojos y ver un poco más con el corazón.
Y soñar.
Porque la mecha que prende un sueño no tiene final.
M.
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