Al mirar su reloj se sorprendió de la hora que era, había comido demasiado pronto y aún tenía tiempo para dar un paseo antes de que su jefe la llamara. Recorrer las calles del viejo París le hacía feliz.
En la Place du Tertre sacó la guía de París que llevaba en el bolso. Era unos de los pocos libros que se había llevado cuando se marchó de su casa, esa pequeña guía que tanto había utilizado con él.
Miró cómo llegar al Moulin Rouge, recordaba que no estaba muy lejos de allí. Salió de la plaza por la Rue Norvins y en un poco más de diez minutos ya estaba en su destino. Cuando estuvo por última vez allí fue cuando celebraba su 120 aniversario.
Estaba contemplando la fachada y recordando lo pequeño que le había parecido la primera vez que lo vio. Ahora sabía que no se olvidaría jamás de ese rojo edificio tan carismático de la ciudad.
En ese momento volvió a sentir de nuevo que la observaban. Miró a su alrededor, pero con tanto turista admirando y haciendo fotos al molino no distinguía a nadie que se saliera de lo normal.
Sonó el móvil. Era su jefe, se verían en la Place des Abbesses. Estaba cerca y en esta ocasión no necesitaba la guía para orientarse, era un camino que conocía bien. Subió por Rue Lepic y giró por Rue des Abbesses y en la plaza estaba su jefe esperando.
— Bonsoir!
— Bonsoir!
— ¿Dónde está Léa?
— Se quedará a dormir con su abuela que desde hace unos días está en París visitando a su hermana. Así, mañana por la mañana podrá venir conmigo al último lugar del que tuve noticias de Chloé.
Ella no dijo nada, solo asintió con la cabeza.