Hanoi es una ciudad compleja. Estresante quizá sería una mejor definición, pero parecería que solo tiene cosas negativas, y no es así. El centro de Hanoi puede con la paciencia de todos. "Wellcome to Hell" nos dijo un alemán en el ascensor de nuestro hotel nada más llegar a Hanoi. Y así es, algunos coches, cientos de motos y decenas de puestos en la acera hacen que caminar por sus calles sea una auténtica odisea. Primero para no morir atropellado, segundo para esquivar la cantidad de puesto callejeros que te vas encontrando por la escondida acera. Es inimaginable el caos y a la vez el orden que existe en las calles de la ciudad. Si te alejas un poco del centro la cosa se relaja, pero sólo un poco.
Tiene su encanto Hanoi, llena de cables enredados y mini sillas y mini mesas que sirven de puestos de comida en la calle. Su olor a "mezclas" se quedó impregnado en mis zapatillas, y no exagero.
Sapa es un pueblo increíble, no tanto por sus calles, aunque también tienen encanto, sino por los preciosos paisajes con los que nos podemos topar si empezamos a caminar por los alrededores del pueblo. Enormes arrozales, con extrañas formas geométricas, más propios de surrealismos de Dalí. El primer día allí creí morir casi literalmente. Hicimos un trekking de a penas 6 kilómetros. Empezó siendo bajada, ibamos a ver una cascada mientras cruzabamos algún que otro "village". Y todo lo que baja, pues sube, o algo así era, no? El caso es que después de ver la bonita cascada, cruzar el puente movedizo y que Enric se tintara las manos de color magenta con una planta, empezamos a subir la cuesta más empinada con la que me he topado en mi vida. No exagero. Al final paré una moto, le pagué 40.000 dongs y me llevó al hotel. Soy una ruina como compañera de senderismo, lo sé, pero al día siguiente nos esperaban 10 kilometros más y mis fuerzas empezaban a flaquear. Además, creo que llevar más de 30 horas sin dormir (sufrí mi primer sleeping bus) tuvieron que ver. El trekking del día siguiente fue aún más duro. Los momentos de subida o cuesta arriba son para mí un auténtico martirio. Caminamos entre arrozales, subimos colinas, bajamos por estrechos caminos de barro, me caí como tres veces gracias a la veloz anciana hmong, que riete tú de la señora y el ritmo que llevaba, que más que ayudarme, arrastraba tanto de mi que me tiraba al suelo, literal. Eso si, 10 kilometros muy duros, pero de una belleza extrema. De los mejores paisajes que uno pueda retener en la retina, y sigo sin exagerar. Un verde precioso, unas líneas curvas perfectas, poder descubrir cómo vive la gente y cómo trabaja...una enriquecedora experiencia.
Halong fue nuestro siguiente destino, y el principal motivo por el cual tantas ganas tenía de ir a Vietnam. De una belleza tan grande que aunque lloviera o hubiera gente alrededor sólo sentía uno silencio. La primera tarde la pasé en la cama, resfriada e intentando controlarlo y que no fuera a mas. Enric fue a ver unas cuevas que le parecieron increibles y así lo pude comprobar en las fotos que luego me enseñó. Al día siguiente hicimos Kayak y visitamos un par de cuevas más. A lo largo de mi vida espero me sorprendan lugares increíbles, pero no puedo negar que el recuerdo de la bahía de Halong estará por mucho tiempo perpetuo en los pelos de mi piel. Ni las fotos, ni los videos pueden acercarte a lo bonito de estar allí. Además que nuestro crucero, locos nosotros, era precioso!
El siguiente pueblo a visitar fue Hué, previa noche en Hanoi de nuevo en el mismo hotel, y con los amables recepcionistas Anne y Tony. Por cierto, Anne nos grabó los fuegos artificiales del día de la independencia que se celebraba mientras nosotros estábamos en Sapa. Que maja! Casi no visitamos la ciudad de Hué en sí, nos centramos en visitar la Ciudadela (muy interesante) y las tumbas imperiales (impresionantes), tres de ellas. El calor de la ciudad hizo mella y se hacía insoportable caminar por las calles.
Hoi An ha sido sin duda el pueblo más bonito de todos. Demasiado hecho para el turista, pero que aún guarda el encanto propio de un bonito pueblo junto al río Perfume. Las luces, las pagodas, los puentes, el río y los fanales... El hotel donde estuvimos era de paraíso, y la búsqueda del restaurante Orivy fue toda una odisea, para no olvidar. La visita a My Son pasada por agua, y repasada por agua, me encantó. A falta de Angkor Wat...My Son.
Ho Chi Mihn fue la siguiente ciudad a visitar. Pasábamos de un pueblo pequeño a una gran ciudad, mucho más cosmopolita que Hanoi. Con muchos más contrastes: a la izquierda Versace, a la derecha la gran Ópera y el gran Hotel Citadelle (preciosas vistas desde su bar-terraza) y enfrente unas viviendas que se caían a trozos. Lástima que el último día no pudimos disfrutar de la feria cerca de nuestro hotel por la lluvia, hubiera sido interesante. Me quedo con la dura visita al Museo de los Horrores de la Guerra. Allí me topé con esta foto que lo empezó todo hace años, que empezó esta pasión por este país, pero también me encontré mucho dolor, mucha angustia y mucha crueldad. Lo mas duro del viaje, difícil no emocionarse.
Los últimos cuatro días los pasamos en la Isla Phu Quoc, lástima que el clima tropical nos jugó mala pasada. Las dos primeras noches dormimos en Mango Bay, sin duda el mejor hotel donde he estado nunca y difícil de superar. Pudimos disfrutar del sol, y de la gran comida de la isla. Las últimas dos noches estuvimos en La Veranda, un hotel mucho más lujoso y quizá demasiado para nuestro gusto y nuestro estilo de vida. El tiempo aquí si que nos jugó en contra, y pasamos los días prácticamente en lluvia. Eso si, lo mejor, la banda vietnamita que amenizó la primera noche cantando todas en español, no sabemos si en honor nuestro, o por pura casualidad (escuchar a Enrique Iglesias cantado por una vietnamita no tiene precio). Y otro gran descubrimiento fue el restaurante justo antes de entrar al recinto del complejo, mariscada a 4 horas riquísima, no digo más. No pudimos descubrir la isla, ni disfrutar de sus playas, nos sirvió para descansar, charlar, y reposar los pies de 17 días de no parar. Apoteósico el momento del hombre con la tabla de surf que se iba contra las rocas, y apoteósico el Mitch Buchannon vietnamita.
Un viaje increíble, lleno de maravillosos recuerdos, grandes risas y mucho mucho cariño. Para mí una experiencia inolvidable, no sólo por el viaje en si y lo vivido, sino porque estar allí representó cumplir muchas cosas.
Besos, Marta
Fuente: este post proviene de El Círculo Polar, donde puedes consultar el contenido original.
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