Un pasaje hacia el inconsciente y lo trascendente. Apuntes sobre la exposición Adictos a Remedios en el Museo de Arte Moderno.

En una sencilla y pulcra habitación en donde dominan los colores ocre (especie de estudio-taller-laboratorio) una mujer lechuza de ojos cerrados, concentrada en sí misma y en su labor, pinta sobre el papel unos pájaros que cobran vida gracias a la materia con la que son trazados: luz estelar (filtrada y dispersa gracias a una especie de lupa triangular que el personaje sostiene con su mano izquierda), el pincel que sale de sus entrañas a través de una especie de violín/ukulele que trae atado al cuello y los pigmentos realizados con polvo de estrellas que un extraño artefacto condensa y transforma en su interior. La protagonista, entonces, es maga y alquimista; creadora, artesana y científica; pintora, música y astrónoma. Gracias a su amplio conocimiento y a su sabiduría interior logra dotar de vida a su obra. Sin duda, este óleo es un homenaje a la creación artística pero es también un autorretrato de su autora: Remedios Varo Uranga.

Española de nacimiento pero mexicana por adopción, Remedios estaba convencida que la producción alquímica y la elaboración de un cuadro eran actividades paralelas puesto que su principio y fin eran trazar un camino de conocimiento espiritual y coadyuvar en el proceso de superación de la materia en su viaje hacia la trascendencia.

Se sabe que Remedios, como muchos de los de su generación, fue una mujer sumamente interesada por el esoterismo, la cábala, la alquimia, el ocultismo, el gnosticismo y las religiones y culturas ancestrales. En Creación de las aves hay múltiples citas a estas referencias: el mecanismo que produce el pigmento reproduce uno citado y dibujado por Sherwood Taylor en su libro Los aquimistas de 1952 que versaba sobre la historia de la alquimia; la mesa octogonal y el pequeño violín hacen referencia a la teoría de las octavas del místico ruso Georges Gurdieff, quien planteó que, a partir del estudio de la música, de las frecuencias e intervalos que componen una octava, es posible estudiar el universo y sus leyes; y la lechuza hace referencia a Atenea, diosa griega de la sabiduría y patrona de los artesanos, de manera que en su ser se integran la alquimia, la ciencia y el arte en una sola actividad creadora. Su búsqueda dentro de las ciencias, filosofías y religiones orientales y occidentales, reconocidas y ocultas, se debían a su deseo de comprender el mundo, los seres, las cosas y los procesos que las relacionan, cuando el positivismo parecía estar llevando al hombre a la autodestrucción. Su vida la dedicó a encontrar el sentido de su propia existencia y por ello sus obras pueden considerarse como viajes secretos hacia el autoconocimiento y la iluminación.

Nacida en Barcelona el 16 de diciembre de 1908 (hace un mes hubiera cumplido 110 años), Remedios se formó como artista en la Academia de San Fernando de Madrid, tal y como lo hicieran Picasso y Dalí quien, por cierto, fue su compañero. Ahí conoció la pintura moderna y se fascinó por el surrealismo. Terminando su carrera, a la edad de veinte años, se casó con el también artista Gerardo Lizárraga y juntos se fueron a vivir a París, donde establecieron contacto con las vanguardias, y después a Barcelona, en ese entonces centro artístico más importante que la capital. Ahí, Remedios fundó en 1936, junto con otros artistas y escritores, el grupo Logicofobista, que perseguía una síntesis entre el espiritualismo y el surrealismo. Separada ya de Lizárraga, inició ese mismo año una relación sentimental con Benjamín Péret, quien un año mas tarde, ya establecidos ambos en París, le presentó a los fundadores del movimiento surrealista: André Bretón, Max Ernst, Joan Miró, Paul Eluard y Marcel Duchamp, entre otros.

Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, tras la invasión del ejército alemán a la capital francesa en 1941, Remedios emigró junto con Péret a México, donde se hizo de una nueva familia formada por casi puro exiliado. Recurrentemente, el mismo Gerardo Lizárraga y su esposa Ikerne, Esteban Frances (quien hubiera sido su compañero de taller y amante en Barcelona), Leonora Carrington, los fotógrafos Kati y José Horna y Gunther Gerzso, por mencionar sólo a algunos, se reunían para discutir sobre arte, política y de sus experiencias como refugiados. Aquí, en un principio sobrevivía de hacer carteles publicitarios y del tráfico de piezas mesoamericanas.

En 1947, decidió no acompañar a Péret en su regreso a París y pocos meses después se incorporó a una expedición científica de dos años en Venezuela organizada por el Instituto Francés de América Latina; allí se reunió con su madre y su hermano Rodrigo. Esperando encontrar una regeneración emocional y física emprendió una expedición al Orinoco –tradicionalmente el agua ha sido considerada un elemento purificador. En 1952, ya de vuelta en México, se casó con Walter Gruen, un fotógrafo judío austriaco refugiado quien acababa de quedar viudo y que entonces trabajaba en una de las tiendas de música más prestigiosas de la ciudad de México, la Sala Margolín, de la que después fue dueño. Él había salido de los campos de concentración alemanes y llegó a México en el año 42. Gracias a su apoyo emocional y económico ella pudo dedicarse de lleno a la pintura, lo cual le dio mucha estabilidad pues desde que huyó de su casa al lado de Eduardo Lizárraga, su vida había sido un continuo batallar por la supervivencia. Tras montar varias exposiciones individuales o colectivas y de gozar (o padecer) de un éxito rotundo durante aproximadamente ocho años, falleció repentinamente el 18 de octubre de 1863, dejando un legado fascinante que ahora se puede contemplar, en parte y temporalmente, en la exposición Adictos a Remedios en el Museo de Arte Moderno.

Remedios Varo
El vagabundo, 1957.

Si seguimos la trayectoria de los personajes creados por Remedios veremos que, como se ha comentado en repetidas ocasiones, se trata de viajantes (muchos incluso traen ruedas), pero no de cualquiera. Son en realidad o peregrinos en trance trasladándose por rutas difíciles o alquimistas emprendiendo un camino iniciático rudo, penoso, lleno de imprevistos y de peligro, una ruta larga y agotadora en su búsqueda de lo oculto, lo maravilloso y de su yo interior. Los viajes emprendidos por estos personajes aluden tanto a la travesía por la vida terrena como al trayecto de búsqueda espiritual o “cuarto camino”, con un propósito específico de evolución. El fin de sus protagonistas es alcanzar la independencia y el conocimiento último que llevará a la revelación, iluminación y trascendencia. Si el tránsito no es físico es porque realizan experimentos de laboratorio, pero también están encaminados a descubrir las profundidades del Yo.

Sin embargo, el viaje no es en todo momento gozoso, trae implícitos la incertidumbre, la duda, la separación. Su obra Vagabundo de 1957, presenta a un personaje que viaja decidido y solitario revelando cierta independencia pero que en su ropaje-habitación lleva un retrato, una sartén, una maceta, todo aquello que le retiene a su lugar de origen, a su “hogar”. Remedios lo describió así:

“Este cuadro es a mi juicio, uno de los mejores que he pintado. Es un modelo de traje de vagabundo, pero se trata de un vagabundo no liberado, es un traje muy práctico y cómodo, como locomoción tiene tracción delantera, si levanta el bastón se detiene; el traje se puede cerrar herméticamente por la noche, tiene una puertecilla que se puede cerrar con llave, algunas partes del traje son de madera, pero como digo, el hombre no está liberado: en un lado del traje hay un recoveco que equivale a la sala, allí hay un retrato colgado y tres libros, en el pecho lleva una maceta donde cultiva una rosa, planta más fina y delicada que las que encuentra por esos bosques, pero necesita el retrato, la rosa (añoranza de un jardincito de una casa) y su gato; no es verdaderamente libre”.

Como vemos, su rostro es totalmente inexpresivo, como casi todos los de los personajes que Remedios pinta, lo cual hace resaltar toda la parafernalia de alrededor e indican que el viaje que realiza no es sólo un viaje físico sino también psicológico, un trayecto interior en la búsqueda del autoconocimiento. Realmente el vagabundo es ella, en constante búsqueda de sí misma, libre e itinerante pero, a su vez, vinculada estrechamente a sus apegos.

La insistencia en su obra por el motivo del viaje esta vinculada a su propia inquietud por la teoría del “cuarto camino”. Éste, según el filósofo y místico ruso George Gurdieff, era un viaje de desarrollo de la conciencia y de transformación interior mediante un trabajo de introspección y autoconocimiento que, a su vez, sólo era posible a partir del estudio del funcionamiento de la mente humana, sobre todo de la naturaleza del inconsciente y de los sueños que de él emanan. Por ello, la artista también mostró un genuino y profundo interés en las obras de Sigmund Freud y, sobre todo, de Carl G. Jung. Su biblioteca personal (parte de la cual se encuentra expuesta en el Museo) nos revela que además de la psicología, el ocultismo, el esoterismo, el misticismo, la magia o la alquimia, también se nutrió de otros campos del conocimiento como la filosofía, la historia, la ciencia, la poesía, la literatura fantástica, la ciencia ficción, la astrología, la astronomía, el tantrismo, el budismo zen, la kabbalah, el tarot, etc. En su obra pueden encontrarse citas de filosofías orientales, los arquetipos de Jung, los evangelios apócrifos, la literatura fantástica de Julio Verne, Edgar Allan Poe, H. G. Wells o de los cuentos de los hermanos Grimm. Todas estas fuentes dieron como resultado una obra alucinante donde sueños, fantasías, recuerdos, vivencias, temores, horrores, y profundas reflexiones se funden en una desesperada búsqueda del autoconocimiento y del desarrollo de la conciencia pues, junto con Gurdieff y Jung, estaba convencida de que el conocimiento de uno mismo, sin prejuicios ni limitaciones, es indispensable para ubicarnos dentro del cosmos y para la comprensión del mundo.

Remedios Varo
Insomnio I, 1947.

Uno de los cuadros que mejor refleja su interés por la psicología Jungiana es Insomnio I, realizado por encargo de los laboratorios farmacéuticos Bayer para anuncia píldoras para dormir. En esta obra pueden verse plasmadas algunas de las ideas de la autora sobre el inconsciente, los arquetipos y los sueños. Pintada en 1949, la obra muestra tres pares de ojos que parecen cruzar un trío de puertas que funcionan como umbrales de una sucesión de habitaciones que culminan en la que está en primer plano, donde, gracias a su hábil manejo de la perspectiva, se ubica el espectador. De este último cuarto, aparentemente el más grande de todos, sólo puede observarse una pequeña ventana cuadrada que da a un afuera muy oscuro, suspendido en el espacio y en el tiempo, y al centro una pequeña mesa circular sobre la que se apoya una gran vela que ilumina el ambiente. Encima de ésta, dos insectos o aves de alas cristalinas revolotean rodeando la fuente de luz. La imagen era explicada por un pequeño texto que pretendía describir la enfermedad del insomnio: “Siente la impresión de que alguien los está observando y son ellos quienes abren cansados párpados, escrutadores, de las sombras nocturnales. Indefinida angustia llena la soledad de esos cuartos oscuros, secos, huérfanos de calor… Insomnio… ¡¡Padre de inquietud; forjador de preocupaciones…!! Artista que pincela con tonos morados ojeras de fatiga.”

Aunque el dibujo parece ilustrar la explicación, un análisis más profundo pudiera revelarnos el significado que para Remedios tenía esta obra e, incluso, la función que la pintora le otorgaba a sus obras de arte. Si tomáramos las teorías de Jung como punto de partida, podríamos interpretar las tres habitaciones y los tres pares de ojos como los tres estados en los que el psicólogo dividía la psique humana: el yo (o vida consciente de las personas), el inconsciente personal (la memoria individual que ha sido olvidada o reprimida) y, la capa más profunda o inconsciente colectivo. Según Jung, en este último se almacenan símbolos y conceptos comunes a varios individuos (incluso algunos afines a toda la especie humana), llamados “arquetipos” que suelen emerger en los sueños y que se relacionan tanto con los instintos como con los mitos, la cultura y las religiones. Entre ellos destacan la luz, el círculo, las aves, las personas, las sombras, los magos, etc., elementos todos recurrentes en la obra de Remedios Varo. En esta pintura la vela puede ser interpretada como la representación arquetípica de la divinidad, la creación cósmica o logos, al interior de cada individuo, mientras que las figuras aladas podrían simbolizar al alma (por su capacidad de volar y estar en contacto con la divinidad) que en Jung toma dos formas distintas: el animus o energía masculina que nos empuja a ser racionales y el ánima o energía femenina que incita al uso de la intuición y la imaginación. Ambas estarían relacionadas con la liberación y la necesidad de trascendencia. Las alas azules y rosadas de estas aves/insectos apoyarían esta interpretación.

Remedios Varo
Mujer saliendo del psicoanalista, 1960

Sin duda, para Remedios Varo la obra de arte, como el psicoanálisis, era un vehículo para desahogar el inconsciente, tal y como lo demostró con estupendo humor en Mujer saliendo del psicoanalista. En él, una figura femenina, tras visitar a su terapeuta, el Dr Von FJA (en alusión a Freud, Jung y Adler), se deshace de una serie de “desperdicios psicológicos” en la cesta que lleva en la mano (un reloj, una llave, un huso y una media luna, en alusión al tiempo, al espacio y a su “condición femenina”) y de la cabeza de su padre, que para la mujer de su tiempo, sujeta a los prejuicios machistas, podría ser no sólo su progenitor, sino también su marido, sus hijos, su propio terapeuta o cualquier otra figura que implicara autoridad o dependencia. Con ello Varo insinuaba que la liberación de la figura masculina y de su encasillamiento en cierto rol social era crucial para el descubrimiento íntimo y el desenvolvimiento creativo de las mujeres. En este caso se ha señalado que la cabeza que arroja esta enigmática mujer tiene los rasgos de su ex pareja Benjamín Peret, con quien nunca perdería el contacto y que muriera un año antes de pintar el cuadro. La cara que se dibuja en su vestido reproduce la de la propia mujer y tal vez refiera al descubrimiento que de si misma ha hecho durante su sesión en el consultorio.

Remedios Varo
La llamada, 1966.

Muy vinculado a esta obra está La llamada, de 1966. En ella vemos también un único personaje femenino en un estado de introspección, clarividencia o, tal vez, trance que, conectada al astro lunar, cruza pausadamente un pasillo de cuyas paredes emergen figuras fantasmagóricas. Son presencias ocultas que, al parecer, se encuentran siempre ahí pero que sólo ella puede ver, tal vez gracias a que ha ingerido el líquido alquímico que lleva en el frasco que sostiene con su mano derecha. Parece como si este misterioso ser femenino hubiera emprendido, como lo hizo la autora, una búsqueda personal de una sabiduría perdida, un despertar de la conciencia y un entendimiento del universo. Aquí, Varo repite ciertos recursos que aparecen en otras obras: calles angostas de las que emergen seres adormecidos y cielos nebulosos, tal como el anterior, que producen atmósferas oscuras y tenebrosas y remiten a un estado de ensoñación. Mujeres como ella o la que sale del psicoanalista reflejan la búsqueda personal del conocimiento interior y espiritual que Varo misma había emprendido gracias a la lectura de Freud y Jung, pero también de Gurdieff. En la exposición sólo se presenta uno de sus espléndidos dibujos preparatorios, interesante no sólo porque revela su proceso creativo sino también porque demuestra su impecable dominio del dibujo. Se trata de una obra maestra en sí mismo.

Remedios Varo
El alquimista, 1958.

La creación artística era para Remedios un proceso terapéutico y una vía de acceso para conectar con lo trascendente. En este proceso de autoconocimiento y de búsqueda de lo espiritual tanto Jung como nuestra artista recurrieron también a la alquimia, tal y como lo veíamos en Creación de las aves, pues ambos consideraban que ésta, en su búsqueda de transformar los metales en oro (símbolo de luz y superioridad) o de encontrar el elixir de la eterna juventud, lo que pretendía era la perfección moral y la iluminación espiritual de los individuos, objetivos que compartía con la psicología y con el arte. Por ello, en su libro Psicología y Alquimia de 1944, Jung advirtió que los arquetipos surgidos en los sueños y visiones eran semejantes a los símbolos alquímicos. En el cuadro La ciencia inútil o El alquimista, Remedios cuestionó el desprestigio en el que había caído ésta, pues consideraba que la ciencia había olvidado su compromiso con el crecimiento espiritual. En él podemos ver a un personaje a partir de un sofisticado sistema de ruedas y poleas cuyo movimiento hace girar unas campanas que con su repique condensan el vapor de agua que circula en el aire, recogiendo el líquido en unos filtros que lo depositan en unas botellas (¿será el mismo líquido que sostiene la mujer del cuadro anterior?). Aquí, el encargado de obtener la pócima aparece como un ser meticuloso y solitario, comprometido con su tarea y conectado íntimamente con todas las cosas del universo material, tal y como lo demuestra la capa que lo cubre extraída del propio suelo ajedrezado que no pisa. Su actitud, como la de La Lechuza de La creación de las aves, recuerda a la del artista que en la soledad de su estudio no sólo manipula su materia prima, sino que transforma la realidad para convertirla en una obra de arte que apela al espíritu humano. El artista, para Remedios, sería una especie de alquimista en constante búsqueda por el origen y razón de ser de las cosas.

Remedios Varo
Los ancestros o Poema, 1956.

En su dibujo Los ancestros o Poema de 1956, una mujer, como la lechuza de Creación de las aves o el propio Alquimista, se encuentra en actividad en una habitación que aquí mas bien remite al espacio doméstico. Tal vez en una reivindicación de lo femenino, se encuentra tejiendo a un ser extraño, fantasmal con una madeja que sale de una cenefa pergamino que proviene de un cofre al fondo de la habitación y que, si se mira, trae escrito garabatos ilegibles. Sugiero que la protagonista, tal vez la propia Remedios, esta construyéndose a si misma con todo ese conocimiento acumulado a lo largo de los años. El individuo creado posee en su interior las mismas habitaciones consecutivas de Insomnio, en clara referencia a los tres estados de la psique humana. Mientras todo esto sucede, alrededor tienen lugar cosas fantásticas: el tapete se anima al surgirle pequeñas flores mientras que por la puerta salen extrañas criaturas entre animales y vegetales, hojas-pájaro en búsqueda de libertad. El espejo tras la mujer está roto y no refleja lo que está sucediendo como si la escena fuera invisible a la mirada objetiva. Aquí la mujer tejedora no sólo da origen a la vida, como la lechuza que vimos al principio, sino que crea su propia vida basada en el conocimiento profundo de las cosas y en su conexión con todo lo existente.

Psicóloga, alquimista, mística, científica y hechicera, Remedios Varo logra envolver al espectador de su obra en una atmósfera fascinante; sin embargo, a 110 años de su nacimiento, celebrado el 16 de diciembre pasado, las lecturas y análisis de su trabajo siguen siendo insuficientes. Sirvan estos modestos apuntes como invitación para acercarnos a esta extraordinaria artista y para iniciar un propio camino introspectivo.

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