París siempre queda. No como en última instancia, ni hablando en futuro, ni pensando en pasado. No como una postal que pegas en la nevera, ni como ese recuerdo que flota dentro de tu cabeza a la espera de ser revivido con una nueva (y ansiada) visita. París no es una despedida en Casablanca —que también, pero… — es mucho más. París no es solo comer macarons y pasear en boina con los labios pintados de rojo por los Champs Elysees. París no es ir de la mano con un amor, ni darse un beso en la Torre Eiffel, a París no le hacen falta actores ni decorados, porque por si sola desprende magia, actos, telones que se bajan, créditos que anuncian que no es la ciudad del amor, sino que es el amor en sí.
París es actitud, estado mental, café hirviendo en silla de forja a las cuatro en punto en cualquier lugar, en cualquier melodía, en cualquier historia escrita a lápiz para estar a tiempo de borrar y reescribir algo mejor. Porque en París, en cada esquina puede suceder algo maravilloso que te obligue a modificar tu propio guión, tu propia vida.
París es un ser, no un estar. Uno es parisino aunque sea un españolito de pura cepa. Yo misma, me siento un poco francesa y eso que no sé ni pronunciar merci beaucoup. Pero me siento parisina cuando me hago un moño alto despeinado y me pongo unas bailarinas y un pitillo. Me siento parisina cuando ando como flotando en las mil historias que me brotan del corazón. Y sobre todo, me siento parisina cuando escribo. Y me imagino en el Palacio de Versalles, con un portátil y una libreta, pensando en todas las vidas que por allí caminaron con sus problemas y sueños cargados a las espaldas. Y me siento (muy) parisina cuando, perdida por Montmartre, encuentro el famoso café donde mi querida Amélie trabajaba. Eso es algo inevitable. Y aunque ya sabéis que son tiempos malos para los soñadores, aquí una servidora no se cansa de soñar.
Y, por último, me siento parisina cuando veo de fondo el Louvre y me quedo impactada por tanto arte, por tanto amor compactado en un maravilloso espacio dedicado a la eternidad (definición de museo by lachicadelosjueves).
París es un algo que se lleva por dentro o no se lleva. Como la elegancia, que dicen que no la da el dinero, sino algo innato que viene con el ADN, se ve. París es imaginar, ver flores donde no las hay, sentir la niebla, besar el frío y notar la primavera brotar con cada paso que das por sus calles. Callejear. París es callejear. Está hecha para valientes que no temen perderse, que no temen dar vueltas y elegir el camino largo sin saber que es el largo… y disfrutarlo sin quejarse del dolor de pies y esas cosas, ya sabéis. París está hecha para aventurarse sin miedo, para sentir sin límites, para amar sin medidas.
París es como ese libro del que te han hablado pero que hasta que no empiezas a leer no comprendes de verdad a qué se están refiriendo. Es un cuento sin acabar. Es una novela para releer, para guardar en la mesita de noche y para subrayar. Todo eso es París. Y yo siento que mi cuerpo nació aquí, pero que parte de mi alma nació allí. Supongo que son cosas de ser escritora. O tal vez, de ser un poco París.
Por eso a veces me da por entrar aquí :reservar hoteles en París con Expedia a imaginar que vuelvo a ir o en el mejor de los casos… a reservar si es que tengo la gran suerte de volver de verdad. Mientras tanto, seguiré por aquí con mis canciones francesas escribiendo sobre el amor que desprenden cada una de sus calles.
Au revoir!
M.
Archivado en: Diario de Viaje Tagged: Expedia, París, viajes