Cuando Boris Izcovich dijo la palabra «pausa», Mia Fredricksen, de cincuenta y cinco años, enloqueció. Porque lo que deseaba su marido era una pausa en su matrimonio, después de treinta años sin adulterios y una hija encantadora. Hay que decir que la «pausa» de Boris es francesa, compañera de trabajo, joven y con buenas tetas. Pero la locura de Mia no fue más que una breve psicosis, y ese verano regresa a Bonden, la ciudad de su infancia, donde aún vive su madre en una residencia para ancianas activas e independientes. Mia alquila una casa, se relaciona con sus vecinos, una joven recién casada con dos niños y un marido que le despierta sospechas de maltrato, y visita a su madre y a su grupo de amigas. Recupera los recuerdos de su infancia, y descubre algunos secretos de la femineidad de otras generaciones. También dirige un taller de poesía con un grupo de estudiantes. Y con todos estos incidentes, historias y vidas, Mia urde esta veloz, brillante comedia feminista, de inesperado final...
Reseña
Debe ser difícil para la autora quitarse el título de "la mujer de Paul Auster". Tras una novela realmente interesante, "Elegía para un americano", me lancé sin dudar a leer "El verano sin hombres", su última novela y me encontré con algo ligeramente diferente a lo que esperaba.
Hay que destacar que la novela empieza de manera más que correcta e interesante. La autora trata de combinar muchas líneas argumentales en una sola novela (la madre y sus amigas en la residencia, sus alumnas de poesía, un anónimo, la vecina y demás actores secundarios) y sale del reto bastante airosa. Aunque tanta mezcla termina por resultar algo inconsistente, y no ayuda la falta de línea temporal en algunos trozos, lo cual dificulta bastante la tarea de avanzar en la historia.
La protagonista, Mia, nos habla en primera persona tal y como si estuviéramos frente a ella, y en ocasiones se dirige así al lector, reclamando su atención. Su novela, entre sus tramas, recoge los aspectos más importantes del ciclo de la vida. Nacimientos, infancia, adolescencia, amor (y desamor) vejez y muerte se suceden y se entrecruzan con una prosa más que correcta.
El final no tiene nada de inesperado, como anuncian en la sinopsis, pero no vamos a caer en destripes. Simplemente, el lector a medida que avanza en la historia ve acercarse el final, correcto sin más, pero nada sorprendente.
En definitiva, en mi opinión, es un libro un tanto alejado de su último trabajo y que puede llegar a decepcionar. O por el contrario, podemos sentarnos junto a Mia en la habitación del Buda y permitirle que divague contándonos su historia, entre poesia y otras interrupciones como las de Los Cisnes, la pequeña Flora y su peluca y otros personajes que harán de su vida un tapiz lleno de matices.