Esta es la historia del día del fin del mundo contada por el propio Smithee. Sin mentiras ni omisiones. La verdad sin pelos en la lengua. Y es que, además de escritor pulp de dudoso éxito, es esa clase de tipo que suele decir cosas como: Yo no soy racista, pero… o: Yo no soy machista, pero…. Mezquino, cobarde y conspiranoico, se verá mezclado con organizaciones criminales dedicadas al tráfico de animales fantásticos y con agencias gubernamentales secretas. Vivirá delirantes persecuciones, secuestros, golpes bajos, tiroteos y explosiones. Descubrirá que los monstruos existen y comprará un perrito muy mono a precio de ganga.
Si todo depende de Alan Smithee, el mundo está condenado.
Reseña: Mi avión de vuelta desde A Coruña se retrasaba como hora y media. Al menos estuve entretenida un rato porque me hicieron pasar un control aleatorio de drogas (una experiencia peculiar) y finalmente me senté en una de esas incómodas sillas verdes a matar el tiempo. Por suerte, llevaba la novela de Sergi Álvarez en la mochila, y lista para pasar un buen rato, empecé a leerla.
Pero no podía ser tan fácil, claro. Un hombre sentado a mi lado me habló en voz baja cuando apenas había llegado al prólogo:
-Yo escribí esa novela, no Sergi.
Habitualmente ignoraría cualquier intento de conversación por parte de un extraño, pero por alguna razón levanté la mirada del libro y le vi observar con curiosidad el libro entre mis manos.
-Ay, pues sí que ha quedado bonito mi manuscrito. Qué bien han captado la esencia de lo que pasó aquel día con esta portada tan llamativa. ¿Me la dejas ver?
Llena de curiosidad, cerré el libro antes de leer siquiera el prólogo, se lo acerqué pidiéndole que me contase por qué no salvó el mundo ese día, tal y como rezaba en el título.
-Eso te va a costar una copa.
Maldije mi mala suerte, pues ya sabemos los precios que rondan los aeropuertos, pero finalmente recogí mi maleta, me despedí de mi último billete de veinte por dos quintos de cerveza y con un ojo atento a la pantalla que anunciaba que mi vuelo cada vez se retrasaba más, Alan Smithee empezó a contarme la historia de cómo (no) salvó el mundo.
Durante dos horas, asistí divertida y escéptica a la narración de cómo nuestro mundo estuvo a punto de colapsar por causa de ese hombre que ahora me gorroneaba las cervezas. De cómo por no querer tener hijos, adquirió una mascota monísima y peculiar en una tienda de dudosa legalidad, y quién le iba a decir a él que ese bicho tan inteligente podía multiplicarse y alcanzar la capacidad destructiva de un ejército de monstruos?
Algo que me hacía sospechar de la veracidad del relato eran las continuas referencias al cine, aunque no podía evitar reír cuando me contaba sus aparatosos encuentros con unos agentes sospechosamente parecidos a actores de cine clásico. También me hicieron reír sus patéticos intentos de supervivencia o sus chistes malos. Pero si algo me quedó claro es que Alan tenía algo de suerte de su parte; los hechos que le sucedieron aquella noche, si es que eran verdad claro, daban para perder la cordura como mínimo. Y aún así, sus ocurrencias me hicieron olvidar el retraso de mi vuelo hasta que por fin, justo cuando nos acercábamos al final de la historia, una voz enlatada anunció por megafonia el embarque de mi vuelo a Barcelona, interrumpiendo la narración. Me giré para escuchar el final de la historia, pero Alan habia desaparecido misteriosamente.
En realidad no tan misteriosamente, puesto que su intento de esconderse tras el puesto de snacks no había surtido demasiado efecto. Por suerte, miré sonriente mi libro sobre la mesa llena de migas de anteriores clientes y pensé que, pasase lo que pasase, iba a tener un buen vuelo. La no-despedida, por tanto, no fue dolorosa; en unos minutos iba a reencontrarme con la historia de Alan.
En resumen: Tras leerla acompañada de un niño hiperactivo que no paró de darme codazos intentando ver por la ventanilla, puedo afirmar que “Alan Smithee no salvó el mundo” es una novela divertida y necesaria. Porque necesitamos reír, necesitamos “desdramatizar” la realidad, necesitamos a más personajes literarios como Alan, de los que a veces te caen mal pero el autor logra que incluso así empaticemos con él en su periplo. Necesitamos tener el humor necesario para no hacer tragar este libro a un niño de 8 años cuando nos saca de quicio. Puntuación: 4/5
Puedes hacerte con la novela en la web de la editorial Orciny.