"Llegaron a Quito a las 5 de la mañana. Hacía poco que el viejo Domingo se había despedido de ellos, para volver a la montaña. El cielo estaba todo rojo y el Sol, muerto de frío, empezaba a subir despacito amarilleando el paisaje. No había una sola nube. Quito parecía una joya cuidada por muchos volcanes: a su alrededor brillaban el Cotopaxi, Cayambe, el Antisana y Pichincha con nieve sólo en la punta, como para decir que él también tenía.
- ¡Qué ciudad tan bonita! - dijo Manuela.
- ¡No hay cieeelo como el de Quito! - cantó alegre Mateo. - Por eso es que el abuelo cada vez que habla de Quito suspira.
Poco a poco, el cielo pasó del púrpura al violeta y luego a un azul brillante.
Recostada sobre el Pichincha, Quito, la amable ciudad - que según sus admiradores es la más luminosa del mundo - recibía los visitantes con su mejor traje.
Miguel, un niño que iba a encontrarse con otros amigos para elevar cometas, se cruzó con ellos. Entonces, recordó lo que un güiracchuro - pajarito cantor negriamarillo - le había contado sobre los viajeros y decidió acompañarlos. Los llevó por las calles que subían y bajaban, como si estuvieran en un carrusel de caballitos y pasaron por el Panecillo, un pequeño monte metido en la mitad de la ciudad.
Cuando el sol calentaba fuerte llegaron a San Francisco. La enorme plaza estaba llena de personas que cruzaban apuradas de un lado a otro.
Subieron por el hermosos atrio y, siguieron a la gente que llevaba velas e incienso, entraron a la iglesia.
- Mira el altar, ¡es de oro! - exclamó Manuela.
- El techo está todo pintado- dijo Mateo.- Y qué cantidad de cuadros y esculturas hay.
- Con una casa tan bonita, Dios debe estar agusto aquí dentro - dijo Manuela.
Mientras recorrían la iglesia y el convento, llenos de tesoros coloniales, Miguel les contó las historia de Cantuña.
<<Esto pasó hace muchísimos años. Estaba recién terminada de construir la iglesia, pero faltaba el atrio de entrada. Para hacer este trabajo, se contrató a Cantuña, un indígena bueno para todo, quien se comprometió a construirlo en muy poco tiempo. El plazo llegó a su fin y la obra no iba ni siquiera por la mitad. Cantuña se puso a sufrir, porque el castigo que le esperaba era la cárcel o tal vez la horca. En eso, se le apareció el diablo y le ofreció terminar el atrio esa misma noche a cambio de su alma. Cantuña aceptó, pero puso una condición: si el atrio no estaba acabado cuando tocaran las campanas del alba, sin que faltara una sola piedra en su sitio, su alma se salvaría, miles de diablitos trabajaron toda la noche y cuando las cuatro campanas sonaron, el atrio estaba terminado. Cuando Satanás se acercó a reclamar su recompensa Cantuña sacó de su poncho una enorme piedra y le dijo:
- Perdiste, esta no fue colocada en su lugar.
El diablo tuvo que reconocer su derrota y se hundió con sus miles de diablitos en lo más profundo de la Tierra. De esa forma, Cantuña salvó su alma y la ciudad tuvo el más hermoso atrio.>>
A los niños le gustó mucho la historia, tanto que quisieron conocer la capilla que llevaba su nombre.
Al salir Mateo le susurró a Manuela:
- Ya tengo algo de Quito. Mientras estuvimos en la capilla un viejecito se me acercó y me dijo: <<Este es un pedazo de la piedra, guárdala así el diablo nunca podrá venceros>>.
- ¿Qué es el diablo? - le pregunté.
- Es la ignorancia - me dijo.
Antes de que oscureciera, Manuel y Mateo, acompañados de Paco, fueron al Panecillo. Eran las 6 de la tarde y desde el pequeño monte vieron encenderse uno a uno los focos de la ciudad, hasta que estuvieron envueltos en un mar de luz. En medio sobresalía el Centro Histórico con sus muchas iglesias iluminadas de diferentes colores que hacían resaltar sus cúpulas y campanarios. Casa Iglesia con sus respectiva plaza, a esa hora ya casi sin gente y descansando de la misión que tenían, parecían contarse historias y chismes sobre el día que habían vivido.
- ¡Parece el nacimiento que hace la abuelita Conchi! . dijo Manuela.
- Es lindo mi Quito ¿verdad? les preguntó Paco. - Por eso fue la primera ciudad en el mundo nombrada patrimonio cultural de la humanidad."
Espero que os haya gustado el relato, a mí me encantó cuando lo leí, ya que las vivencias de esos tres niños conociendo Quito, fue muy similar a las nuestras.
Nada más llegar a la ciudad contratamos a un taxista que fue el que nos llevó a conocer la ciudad, nos contaba las historias y tradiciones y es el que nos hacía las fotos. Al principio nos resultaba extraño, pero luego estábamos encantados con el hombre.
No puedo dejar de comentaros que, este mismo día quedamos con Arturo, el primo de nuestro amigo Alfonso, que nos llevó a la mitad del mundo donde, por fin probamos el Cuy asado.
Antes de abandonar la ciudad visitamos a unas tías de Irene, la mujer de Alfonso. Al entrar en su casa, decorada ya para la Navidad, con el árbol, velas, adornos, manteles,... y ese olor a dulce... me sentí tan acogida, tan cómoda,... fue el momento hogareño del viaje, creo que es imposible describirlo con palabras.
Arturo nos llevó al aeropuerto y abandonamos esta bellísima ciudad, de la que me llevo muchos recuerdos y el haber conocido a tres personas maravillosas.
Os detallo cámaras y carretes utilizados:
Cámara: Colorsplash
Película: Lomography X-Pro Chrome 100 35mm
Cámara: Fisheye One
Película: Lomography Color Negative 400 35mm
¡¡Próxima parada Guayaquil!!