Con La Gran Belleza todavía reciente, uno no puede evitar pensar en Pasolini, de Abel Ferrara, como una continuación oscura de las historias de Jep Gambardella. El personaje que se nos retrata es también el rey de lo mundano, de otra época menos dada a la apariencia y a la podredumbre del alma que la actual, pero mundana al fin ya al cabo.
Pasolini está plagada de buenos diálogos (la escena de la entrevista es cautivadora), de grandes interpretaciones, y tiene un personaje principal que resulta atractivo, el director de cine y escritor Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975). Por alguna razón Ferrara no aprovecha todo esto, y dentro de un guión que se pierde en la homosexualidad del protagonista, se muestra prudente en el exceso.
Las escenas que tienen lugar como continuación onírica del relato, tienen una sorprendente mezcla de inocencia y escándalo, y son de lo mejor de la cinta. Al igual que ocurre en muchas otras cintas (recuerdo ahora Coriolanus ) se trata de un recurso muy efectivo, el de añadir tramas y situaciones de historias antiguas al día presente, para dejar que el espectador disfrute del anacronismo. Y se consigue.
Pero al final no sabemos quién es Pasolini, ni su obra, no se nos ofrece nada concreto con lo que quedarnos además de un mencionado morbo a medias. Ferrara olvida incluso darle protagonismo a la ciudad, al entorno, a Italia. Y todo queda en nada.
En una frase: la