En Lapa podrás encontrar grafitis futboleros con motivo de la Copa del Mundo de Brasil 2014.
Lapa, el Arbeloa de los barrios de Rio
En realidad, Lapa es el barrio más polivalente de Rio de Janeiro. Es ese jugador que todos los entrenadores quieren tener en su equipo porque le solventa la papeleta en varias posiciones. Lapa es turístico, bohemio, foodie, nocturno… De día, el alboroto se concentra en una escalera de 215 peldaños y 125 metros de altura ideada por el artista chileno Jorge Selarón que, a base de combinar más de 2.000 azulejos de unos sesenta países, creó una obra de arte: la Escalera de Selarón. Cuando llegues arriba estarás a las puertas del barrio de Santa Teresa. Bohemia en estado puro.
La Catedral Metropolitana de Rio de Janeiro tiene forma cónica y es sencillamente espectacular.
Para devotos futboleros
Al otro lado de los Arcos de Lapa, centro neurálgico del barrio, se encuentra la Catedral Metropolitana de Río, una iglesia que te romperá los esquemas. Es circular, con forma de templo maya, o inca, o vete tú a saber, con aspecto de estar construida de barro y con apenas cuarenta años de vida. Como para que un devoto entre en trance. A mí me va más la fe futbolera. Si eres de los míos, tienes que acercarte a la calle Riachuelo (Tv. Muratori con Rua Silvio Romero, concretamente) a disfrutar con los grafitis futboleros creados para la Copa del Mundo 2014. A pesar de mi devoción por el tema no me entretuve demasiado y apenas saqué la cámara. Tras observar el panorama a mi alrededor me sentí como un delantero entre Pepe y Pablo Alfaro. En cualquier momento se me podían tirar la cuello.
La Escalera de Selarón es el gran atractivo de Lapa. Mide 125 metros y tiene 250 peldaños. Una obra de arte.
Ideal para cenar o ir de copas
Por la noche me sentí mucho más arropado. Diría que demasiado por momentos. La gente se echa a la calle en Lapa como si regalaran algo y la Avenida Mem de Sá se convierte en un hervidero de bares, restaurantes, discotecas sobre ruedas, músicos callejeros y demás sonidos inclasificables. Tardé un par de días en descubrir que aquel lugar se encontraba detrás mi hotel, y rara fue la noche que no me dejé caer por allí. Me aboné a la pizza del restaurante de la esquina (bar Só Kana) y, desde su concurrida terraza, me dediqué a observar a la especie humana y su singular comportamiento con la caída del sol. Mucho mejor que ver la tele, dónde va a parar.
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