Mi posición frente a la comida es uno de los cambios más radicales que tengo que implementar. Me gustaría decir que todos estos años de mala alimentación (algo así como treinta...) se deben a la falta de información específica sobre el tema. O a la más llana ignorancia de los conceptos básicos de nutrición. Al menos de esa forma podría excusarme y afirmar que al ir incorporando conocimientos sobre el tema -y a medida que los incorpore- mi dieta diaria se va a convertir en un plan alimenticio saludable y equilibrado. Pero no sería verdad, tengo mucha información nutricional desde la adolescencia, cuando comencé a preocuparme por mi peso. Así que la búsqueda de conocimiento no es la que me preocupa. Esto no significa que no pueda o no esté dispuesta a aprender nuevos conceptos sino que lo realmente difícil es encontrar la nunca bien ponderada "fuerza de voluntad". O para ser más precisa, hasta hace algunos días, lo que me faltaba era un propósito firme. Es que los propósitos no crecen en los árboles ni se venden en Mercado Libre (si fuese así, hace tiempo que tenía uno), por lo general son fruto de una larga serie de circunstancias, necesidades, deseos y proyecciones. O sea, para que me llegara el momento del propósito firme, tuve que pasar por mucho: dolor físico, cansancio, angustia, miedo y quién sabe cuántas otras emociones. No crean que soy un hueso fácil de roer por los propósitos nobles, antes de decidirme a hacer algo por mí, pasaron cinco años de sentirme mas o menos, mal, peor, mejorcito, no tan mejorcito y así un largo etcétera de hermosas variedades entre "maso" y "me tiro en la cama y no me levanta ni Cristo".
Y qué pasó?
Pasó que me cansé de sentirme mal. Punto. Y aparte. Cuando son más los días de malestar que los de "bienestar", llega un punto en que establecer el propósito de sentirse bien es una necesidad. Partiendo de la base de que lo que ingerimos es esencial para mejorar -o empeorar- nuestro estado de salud, establecer un plan nutricional equilibrado es el primer paso de un largo camino de cambios y transformaciones. Acá viene la pregunta del millón; qué sería un plan nutricional equilibrado para alguien que ya no tiene interés en hacer dietas milagrosas de siete días. En principio, como te conté antes, hice tres cambios básicos para sentirme mejor. sin embargo, ir un poco más allá de lo simple es el próximo objetivo. Para eso, me propongo buscar e investigar todos los planes habidos y por haber en internet y si me parecen razonables, probarlos. Por ahora, te presento el plan nutricional más tradicional de todos (basado en la cantidad de calorías).
Plan nutricional basado en calorías.
Pensando en un clásico plan de cuatro comidas y dos colaciones, el esquema que presento a continuación es simple y fácil de seguir:
Desayunos: Té o café desacafeínado con leche descremada sin azúcar. Tres galletas integrales con mermelada dietética.
Merienda: Té o café descafeínado con leche descremada sin azúcar. Tres galletas integrales con queso magro.
Nada complicado. Hasta yo puedo con eso. Ahora veamos las comidas posibles para los almuerzos y las cenas:
Almuerzo: Caldo de verdura, una porción de proteínas (carne o pollo) y una de ensalada. Gelatina o una fruta.
Cena: Caldo de verdura. Una porcíón de vegetales con soufflé de zapallitos o puré mixto (zapallo y zanahoria).
Las colaciones pueden ser fruta o gelatina y lo ideal es tomar tres litros de agua. Claro que, quién tiene taaantos ideales...Al menos yo, necesito tener un vaso de refresco en la comida, ya veremos si dentro de algunas semanas me animo y los elimino. A decir verdad, me parece un plan limitado pero sin duda es efectivo para controlar el apetito con pocas calorías (1200 aproximadamente)