Nueva Zelanda en estado puro (VI)

Cabo Foulwind, el cabo del mal tiempo

Se dice que el nombre de este accidente geográfico le fue impuesto por el navegante James Cook, cuando en uno de sus viajes se acercó a la costa con su buque Endeavour y pudo comprobar de primera mano la fuerza de los vientos y tormentas que azotaban la costa de la isla sur en estas latitudes. Sus palabras se referían a él como " el cabo del tiempo de perros", lo que viene a darnos una idea de los temporales que cada invierno sacuden el cabo.





A nosotros no nos pilló mal tiempo, un poco nublado pero con retazos de sol de vez en cuando que nos permitieron disfrutar del espectáculo natural que el paraje nos ofrecía.
Por un lado, y tras dejar la caravana en el parking, se abre una extensa playa de arena clara que en marea baja triplica su extensión ya que el desnivel es casi nulo.


Por un camino entre cañaverales, construido con una perfecta sucesión de pasarelas de madera, llegamos al cabo que se abre ante nosotros ofreciéndonos una vista perfecta de unas grandes rocas donde habitan las focas que encontraron aquí el lugar perfecto para establecer su hábitat, a salvo de los humanos y con una abundante despensa de comida a dos pasos de sus lugares de cría y descanso. Muy diferente de aquellos tiempos en que eran cazadas por los maories, que dependían en un 80% de su carne, su grasa y sus pieles. Y más aún de la descontrolada caza que sufrieron con la llegada del hombre blanco, que afortunadamente se dedicó a otros menesteres como la cría de ganado o la extracción de oro justo antes de que se extinguiera la especie.


Otros muchos animales han encontrado aquí su refugio, como los albatros, las gaviotas, las orcas, los delfines y las ballenas en sus recorridos migratorios, o la confiada weka, esa especie de mezcla entre gallina y kiwi que se pasea delante de nosotros como si nos conociera de toda la vida.

Al margen de su valor ecológico, el cabo Foulwind tiene también un valor histórico añadido, ya que con su playa de Tauranga era lugar de paso ineludible a mediados del siglo XIX, e incluso fue usado como lugar de embarque y desembarque de mercancías y personas para trabajar en los yacimientos de oro, metal que también era embarcado en estos lares para transportarlo a la lejana Inglaterra.


Un poste indicador marca las distancias a otras poblaciones de Nueva Zelanda y grandes capitales del mundo y la foto aquí, por supuesto, es inevitable. No pudimos llegar al faro, ya que la distancia era considerable y teníamos que continuar con nuestro recorrido.


Era la primera vez que veíamos a las focas desde tan cerca en su hábitat natural, aunque unos días más tarde lo haríamos mucho más de cerca, lejos del infernal y ventoso, pero encantador Cabo Foulwind.


La naturaleza a un paso

Pocos lugares son tan sagrados par los maoríes como esta tierra del este de la Isla Sur. Y no es de extrañar, ya que aparte de ser el lugar donde el semidiós Maui plantó sus pies cuando decidió sacar con su caña la Isla Norte de las profundidades del océano, el pueblo que se asienta en ella y la posibilidad de ver tan de cerca una fauna que hasta ahora sólo había visto en cautividad la convirtieron rápidamente en uno de mis rincones inolvidables de Nueva Zelanda.





Por un lado el paisaje único de la Bahia Norte, una playa de arena volcánica negra enmarcada por la impresionante vista del nevado macizo de los Kaikoura Marinos, por otro el sorprendente Point Kean y sus focas.


Pero vayamos por partes. Realmente la intención que teníamos al acercarnos a Kaikoura era hacer nuestra inevitable excursión de avistamiento de ballenas, si, esa que nunca da frutos da igual el lugar del mundo en la que la hagamos. Y esta vez no iba a ser menos, ya que tan solo diez minutos antes había partido el barco que pensábamos tomar. En teoría los protagonistas de nuestro viaje por la bahía de Kaikoura iban a ser varios tipos de ballenas, orcas, delfines, elefantes marinos, focas leopardo y un sinfín de grandes aves marinas difíciles de ver en la costa. Pero bueno, una vez más no pudo ser.




Así que entre desanimados y contentos por no haber caído de nuevo en las redes de los escurridizos cetáceos decidimos acercarnos a Point Kean, famoso por sus colonias de focas peleteras.






En ningún momento pensé que podría estar tan cerca de estos mamíferos tan fascinantes y que ellos siguieran su vida a nuestro alrededor tan inocentemente, como si no existiéramos para ellos.






Perseguidas durante siglos por el valor y calidad de sus pieles, hoy holgazanean en la hierva o sobre las rocas, dejándose calentar por el sol o nadando en los calientes charcos que deja la bajamar entre los riscos. Recordemos ( y si no lo hacemos hay siempre personal del Departamento de Conservación que lo hará) guardar las distancias, ya que aparte de que podemos transmitir nuestras enfermedades a las focas, si se ven acorraladas pueden atacar y les puedo asegurar que pese a su gran volumen se mueven a una velocidad sorprendente.






Tanto ellas como los cetáceos que nunca vimos, eligieron esta zona de la costa peninsular por las condiciones únicas de los fondos marinos, siempre revueltos por la corriente, que eleva los nutrientes hasta la superficie, con lo que les resulta muy fácil alimentarse sin gran esfuerzo. Por otra parte, como en casi el 90% de la superficie del país, la zona de la costa está extremadamente protegida, libre de basura, de edificios y sobre todo de presencia humana.
Es curioso que este santuario de la vida marina haya sido desde 1842 hasta 1922 una sanguinaria estación ballenera y que hoy viva de lo que antaño intentaron destruir. Paradojas del ser humano...


El taxi acuático a Abel Tasman, cuando la excursión comienza en el mar

El Parque Abel Tasman es de obligada visita cuando estamos en la Isla Norte, y si encima lo dejamos para el final, el sabor que nos deja en la boca es doblemente dulce.


Realmente hay dos maneras de llegar hasta él: por tierra, gracias a una carretera que lleva a los límites del territorio u otra más amena y diferente, por mar. Nosotros elegimos ésta última, y he de decir que acertamos de pleno. Para ello escogimos una de las varias empresas que hacen recorridos por la costa y que tienen su sede en Keiteriteri, frente a la playa del pueblecito de casas de bastante alto standing.


Por unos 40 euros ( qué más da, estamos de vacaciones) nos lleva desde la arena de la playa hasta Medlands Beach, parando en varios puntos que son indispensables y que sólo pueden visitarse por mar, como la Split Apple Rock, una roca en forma de manzana partida a la mitad, una colonia de focas y aves marinas, 5 preciosas playas de arena dorada, o las cuevas semisumergidas de Pitt Head.


Una vez terminada la caminata de 10 kilómetros desde donde nos deja el barco ( lo veremos en el siguiente rincón) y Anchorage, la misma u otra embarcación nos recoge y nos deja de nuevo en Kaiteriteri.


La embarcación no es grande, y tiene dos cubiertas, con lo que podemos subir a la superior y ver toda la costa unida al mar de Tasmania.






La compañía ofrece también otro tipo de excursiones y combinados, desde la más sencilla que consiste en un corto paseo por la costa sin descender de una hora y media a los grandes combos que incluyen varias caminatas guiadas por el parque y alojamiento en diferentes playas del recorrido.










Para quien quiera llegar hasta el mismísimo extremo del parque que es la Reserva Marina de Tonga, le espera el submarino Mollymauk, con suelo de cristal para no perderse detalle de este increíble trocito de la costa norte de la Isla Sur.


Como decía antes, llegar al Parque Nacional Abel Tasman por mar es una auténtica gozada, pero lo es más aún recorrer la Gran Ruta de la costa, una de las más populares y hermosas del país.


Empezamos en la playa de Medlands, desde donde nos incorporamos a este sendero de 51 kilómetros y donde nosotros recorreremos 11.


El camino es de tierra y desde ella se pueden ver las hermosas playas de arenas doradas, bordeados de bosques costeros y muchas sorpresas como la Piscina de Cleopatra, que veremos en el siguiente rincón. Muy bien señalizado y con desniveles asequibles a toda la familia, sube y baja por las laderas y montañas para bajar hasta las playas y luego remontar de nuevo por las lomas que conforman el parque y que la naturaleza tuvo a bien hacer de duro mármol y moldeable piedra caliza.




Lagos de cristalinas aguas y fondos arenosos, entradas del mar que forman pequeños fiordos, arbustos con flores blancas y fragantes, puentes colgantes que salvan los pequeños desniveles entre los barrancos que forman las montañas, y un sinfín de miradores naturales que permiten otear toda la costa del parque, con sus playas doradas, lenguas de arena y vegetación que casi toca el agua, encaramada a unas rocas casi blancas.






Abel Tasman es sin duda un lugar mágico, donde los ojos se relajan para dejar pasar la luz y todos sus colores, donde la naturaleza y el hombre parecen darse la mano para que uno pueda disfrutar del otro sin ningún tipo de frontera, para que los sentidos se abran a un mundo diferente, explorado pero salvaje. Abel Tasman es el orgullo de la Isla Sur.




¿Cleopatra en Nueva Zelanda?

Pues claro que no, pero bueno, la fantasía siempre tiene alas, y en este caso lo suficientemente grande como para traer a la reina del Nilo hasta el otro lado del mundo.


Se supone que el nombre, poético en exceso, le da un aura de misterio y sensualidad, pero no hace falta, porque ya tiene suficiente encanto como para justificar el desvío del camino principal y recorrer unos 450 metros cruzando riachuelos y saltando sobre rocas y arbustos.Pero al final tiene su recompensa, ya que la piscina natural se abre ante nosotros con todo su esplendor y realmente pensamos que se merece el nombre que le dieron los que la descubrieron.




Se trata de una cascada que se remansa dos veces antes de seguir su camino y unirse a un riachuelo que procede del oeste de la isla y acaba en el mar de Tasmania.

En la primera poza la profundidad es casi nula, como si se tratara de un gigantesco plato con fondo de guijarros y un agua tan pura que se puede beber, y de ahí cae al segundo charco, peor no en forma de torrente sino bajando por un tobogán que cubierto de musgo verde lleva el helado líquido hasta encontrarse con la corriente del riachuelo.


Aunque el agua estaba absolutamente helada, no podíamos irnos de allí sin darnos un baño en la piscina de la reina, y aunque nuestra circulación nos lo agradeció sobre todo después de la caminata que estábamos a punto de terminar, debo deciros que fue como si metiera todo mi cuerpo en un gigantesco cubo de agua helada.


A pesar de todo valió la pena, y como vemos en una de las fotos ya podemos decir " Minube estuvo ahí", en la piscina de la reina Cleopatra.
Torrent bay, una de las playas más bellas del mundo

Inevitablemente, lo queramos o no, esta preciosa joya marina, hecha de polvo de perla, turquesa y esmeralda, aparece ante nosotros al descender una de las colinas que conforman la Gran Ruta de la Costa del Parque Natural de Abel Tasman.


DesDe arriba ya impresiona por el color de sus aguas, fina arena y la frondosa vegetación que toca el agua. Sabedor de ello, el departamento de Conservación habilitó una de los recodos del camino como minúsculo mirador, que lo que hace es prepararnos para el espectáculo de Torrent Bay.


Ese mismo camino convierte su tierra y sus piedras de mármol en dorada arena según toca la playa. Nuestros ojos van de un lado a otro, hipnotizado por la belleza del lugar y envidiosos por los afortunados poseedores de algunas casas que se ocultan tras unos árboles. De todas maneras no es un paraíso prohibido, ya que no son casas para uso privado, sino que sus propietarios las alquilan en su totalidad o por habitaciones a un precio módico.


No son muchas, apenas diez y están unidas unas a otras y a la playa por caminos de tierra bordeados de césped. Sabemos ya que la única manera de llegar aquí es por mar, así que no nos cuesta imaginar la tranquilidad que se respira aquí, sin coches, calles, tiendas o bares. No hay nada, sólo descanso y playa.
El camino sigue adelante, internándose de nuevo en la espesura, y nosotros con él. Junto a la playa manglares y pequeños fiordos hacen que muchos peces marino entren a desovar muy pegados a tierra firme.
No me extraña que lo hagan, aunque no se si es por la belleza de la costa o por la calidez del agua...
La playa de Anchorage y su secreto

Y un secreto además que seguirá siéndolo durante mucho tiempo, o al menos para mi, ya que por mucho que he investigado no he podido encontrar información o la más mínima referencia sobre lo que vi en la playa.


Pero vayamos por partes; ¿recuerdan ustedes que tras la caminata de la Gran Ruta de la Costa del Abel Tasman debíamos acabar en esta playa de Anchorage donde nos recogería un barco, verdad? Pues como llegamos con tiempo de sobra decidimos darnos un baño, aunque la temperatura del agua no acompañaba mucho, para disfrutar al menos un rato de la preciosa orilla. Cuando estábamos a punto de salir del agua, un pato que nadaba entre las olas llamó nuestra atención, y decidimos seguirlo en su nado por lo extraño que nos parecía que un ave de agua dulce se atreviera a meterse en el mar ( en la Isla Norte descubriríamos que es algo común entre los palmípedos, sobre todo el cisne negro).










Así que el ave, en su lenta escapada, nos llevó a la orilla izquierda de la playa, donde una enorme roca de caliza se elevaba desde la arena. Atraidos por ella nos acercamos y he aquí que surgió el misterio. Tanto en el gran peñasco como en las rocas que formaban la pequeña bahía adyacente a la playa, habían escrito frases, nombres, fechas y dibujos que rápidamente llamaron nuestra atención.












Desde fechas tan distantes como 1927 ( la más antigua que encontré) visitantes de todo el mundo, pero sobre todo maoríes se han dedicado a poner sus nombres, dedicatorias de amor, frases en maorí, en inglés y francés hasta casi cubrir las rocas. No eran demasiado legibles, ya que la caliza, por acción de los vientos, tiende a erosionarse con facilidad, así que de muchos de ellos no quedaba a penas rastro. Para aumentar la intriga de estos grafitti pétreos, a un lado de la mini playa encontramos una profunda hendidura en la roca a la que no pudimos ver final, llena de inscripciones y dibujos hechos por maoríes, por lo que pensamos que pudo ser en su momento algún tipo de cueva que tuviera que ver con cultos de este pueblo polinesio.




Y les digo que he pasado casi una hora buscando alguna referencia de estas inscripciones o la historia del sitio, pero no hay absolutamente nada.



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