Dédalo era un habitante de Atenas. Era reconocido por ser un gran constructor y cuentan las leyendas que fue el primer escultor en trabajar el mármol para crear increíbles y hermosas estatuas. Además era arquitecto y muy habilidoso con el uso de las herramientas en general. Sin embargo, lejos estaba de ser una persona perfecta.
En su taller, Dédalo trabajaba junto a su sobrino, Talo. El joven sobrino era muy ingenioso, y un día caminando por el campo encontró la mandíbula de una serpiente y se inspiró para inventar el serrucho. Forjo en hierro una serie de dientes parecidos a los del reptil, pero su ingenio le valió los celos de su tío. Dédalo estaba tan enfurecido que arrojó a Talo desde un precipicio hacia su muerte.
A falta de pruebas para acusarlo, Dédalo fue desterrado y se vio obligado a abandonar la ciudad de Atenas. Sigue la leyenda mitológica explicando que Dédalo llegó a la isla de Creta, y allí fue muy bien recibido por el rey de Minos.
En aquel entonces, la isla carecía de arquitectos y escultores, así que el rey lo tomó a su servicio y Dédalo trabajo creando todo tipo de geniales obras. La isla de Creta estaba siendo asolada por un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, el Minotauro, y el rey Minos le ordenó a Dédalo la construcción de un laberinto subterráneo para encerrar y detener de forma definitiva la amenaza del monstruo.
El laberinto de Dédalo sirvió para encerrar al Minotauro por su gran cantidad de pasadizos, y allí vivió durante varios años el monstruo sanguinario. ¿Y Dédalo? Siguió viviendo en Creta hasta que se cansó de que el rey siempre le pidiera tantos trabajos y no lo dejará descansar. Pero esa es otra historia.