Mi primer viaje de mochilero (I

Tal como se los prometí, aquí estoy de vuelta para seguir hablando de viajes, en particular, al primero que hiciera como “mochilero” (tirando dedo), ya que, de alguna manera, y sin proponérmelo directamente en ese momento, este episodio empezó a cambiar mi vida. La idea la venia gestando desde hacía mucho tiempo antes, viajando con la imaginación,  más el apoyo de muchas representaciones diplomáticas acreditadas en Santiago, que me proporcionaban el material gráfico y turístico para que yo pudiera viajar de esta manera. Esto, porque como todavía yo era un estudiante, no trabajaba, no tenía dinero y mis padres eran de recursos limitados, por lo que no me era fácil conseguir el necesario “apoyo logístico”. Un día cualquiera del verano, vino la gran decisión mientras me encontraba de vacaciones en la ciudad de La Serena (475 kilómetros al norte de Santiago). Lo primero, fue trazar el recorrido y buscar una eventual compañía que estuviera dispuesta a compartir esta experiencia conmigo. Así fue como finalmente, decidí salir con dos amigos en bus desde La Serena hasta la localidad de Llay Llay (100 kilómetros aproximadamente al norte de Santiago) con la idea de cruzar primero la Cordillera de Los Andes hasta la ciudad argentina de Mendoza, para después subir hasta San Juan y finalmente, regresar a La Serena por otro paso de la Cordillera conocido con el nombre de Agua Negra. Fue así como salimos desde La Serena cargando una mochila muy barata y reforzada con cartones por dentro para que no se arrugara tanto, algo de ropa, u$ 20 que había reunido con mucho sacrificio y un montón de ilusiones. Al amanecer del día siguiente de la partida desde La Serena, nos bajamos tal como estaba programado, en la localidad de Llay Llay, donde para gran sorpresa nuestra, nos estaba esperando la madre de uno de mis acompañantes en un taxi para llevarnos directamente a la ciudad de Los Andes, que queda un poco más hacia la cordillera. La sorpresa siguió con la invitación de esta señora a quedarnos en el mejor hotel de la ciudad de Los Andes. Pero, las sorpresas no terminaban ahí, puesto que, como ella trabajaba en el Ferrocarril Transandino, (que en ese tiempo hacia el viaje Los Andes -Mendoza), nos regalo a cada uno un ticket para irnos con ella hasta esta ciudad. Luego, siempre en el plano de las invitaciones, y ya en la ciudad de Mendoza, nos llevó a un muy buen hotel, y nos compró para el día siguiente, otro boleto desde Mendoza a Buenos Aires donde ella tenía un apartamento en pleno centro de Capital Federal. Nosotros, entusiasmadísimos, contentos, agradecidos e ilusionados, seguíamos con mucho respeto las indicaciones de esta señora. El viaje en tren desde Los Andes hasta Mendoza, fue extremadamente emocionante, no solo porque era nuestra primera salida del país y como mochileros, sino, porque en determinado momento, cuando el tren empezó a remontar esas paredes majestuosas de la montaña, era posible ver unos barrancos impresionantes desde las alturas que, de verdad, daban miedo. El problema fue que, como esos trenes sólo podían subir la montaña con unas trochas que le permitían engancharse de los rieles para no caer al abismo, en determinado momento, le falló este mecanismo y el tren no se podía sostener, devolviéndose peligrosamente cuesta abajo, hasta que, por suerte, lo consiguieron estabilizar. Hubo que esperar otro tren que venía en sentido contrario (hacia Chile) para hacer “intercambio de pasajeros” en plena cordillera,  y de esta manera, todos pudiéramos seguir con el viaje hasta nuestros destinos. Llenos de angustiosa incertidumbre, conseguimos intercambiarnos allí en las alturas (estación de Hnos. Clark) y continuamos luego el viaje hasta Mendoza, ya sin nuevos sobresaltos. Al llegar a la estación de esta hermosa ciudad, tuve mi primera experiencia de la vida con las consecuencias de lo que significaba el calor húmedo, al que no estábamos acostumbrados. El hecho fue que,  al bajarnos del tren, nada más poner los pies en el andén, estos se resbalaron absolutamente mojados dentro de las zapatillas que usábamos, y la verdad, fue una sensación tremendamente desagradable. Pero bueno, ya estábamos en esto y lo único que quedaba en esos momentos, era seguir las indicaciones de “nuestra guía”, que luego nos llevó hasta el hotel Castelar de Mendoza, chiquito, pero muy confortable, que además, tenía un rico desayuno incluido. Al mediodía del día siguiente nos fuimos a la Estación de Ómnibus de Mendoza para abordar el bus que nos llevaría hasta Buenos Aires. Llenos de excitación, continuamos con nuestro viaje alrededor de la 1:00 pm y nuestro recorrido tenía como primera parada a la ciudad de San Luis donde, luego de rodar por alrededor de tres horas, nos recibió un calor agobiante que no me dejaba respirar, y de repente, la verdad, es que tuve hasta la sensación de desmayo. Así fue como conocí en carne propia el quemante e insoportable “viento zonda”. Por suerte, ya no lo encontramos nunca más en el camino, y cerca de la media mañana del día siguiente, estábamos finalmente entrando a la ciudad de Buenos Aires, donde ya no estaba este desagradable viento, pero a cambio, un calor agobiante que nos mantenía en nivel de hastío permanente ante esta humedad a la que no estábamos acostumbrados. Obviamente, que al llegar a Buenos Aires, el primer lugar al que fuimos fue el apartamento de esta bondadosa señora. Continuara …