Me impresionó mucho al entrar allí que todo estaba cubierto con una fina capa de carboncillo, que luego supimos era el hollín (smog) acumulado en tanto tiempo de estar desocupada esta propiedad. Por supuesto que, luego de estas primeras impresiones en una ciudad tan grande, salimos a recorrer los lugares que considerábamos más típicos de Buenos Aires, como el Obelisco, la Casa Rosada, la calle Corrientes, Lavalle, la avenida 9 de Julio (conocida por ser la más ancha del mundo), la peatonal Florida, etc. Nos movíamos caminando, en el metro que nos pareció antiquísimo, hediondo y feo, pero atractivo por la novedad. También fuimos a recorrer otros lugares como, el barrio de Palermo, la Boca con su calle Caminito donde todas las fachadas lucen diferente t estrambóticos colores, navegamos por el río Tigre hasta la última isla de ese delta. Fue realmente, una experiencia memorable. A cada lugar que íbamos, quedábamos con la boca abierta, porque la novedad de estar allí era demasiado impactante para nuestra inexperiencia, y cada detalle quedaba impregnado en nuestras retinas, emociones y sensaciones. Resultaba ser una experiencia impagable, que estaba siendo vivida muchísimo más allá de lo que eran nuestras expectativas originales. Fueron dos o tres días viviendo estas emociones, hasta que llego el momento de empezar el regreso a Chile, lo que hicimos todavía contando con la generosidad de esta señora, porque compro para los tres un boleto en el tren “Libertador” que iba desde la Estación Retiro en Buenos Aires hasta la Estación de Mendoza. Después de viajar toda la noche y parte del día, llegamos nuevamente a Mendoza donde esta señora finalmente se separó de nosotros dejándonos seguir solos nuestro viaje como había sido originalmente concebido, vale decir, como mochileros y dependiendo llegar a nuestros destinos de la generosidad de la gente que eventual nos recogería en el camino. De todos modos, había quedado un “cogollito” de la bondad de esta señora, y esto fue que, finalmente, llegamos en tren con pasajes pagados por ella, a la ciudad de San Juan, al norte de Mendoza. Aquí fue donde empezó realmente nuestra verdadera aventura como mochileros, lo que resultó ser muy angustioso y excitante, cuando nos dimos cuenta que, finalmente, estábamos solos y abandonados a nuestra suerte en un lugar extraño y fuera de nuestro país. Yo había guardado una botella de vino chileno para un contacto en San Juan que eran amigos de un familiar mío en La Serena. No fue muy difícil encontrar la dirección de esta familia, y cuando llegamos al lugar, teníamos la expectativa de que luego de entregar la botella, íbamos a ser bien atendidos y todo eso, además de estar convencidos que tendríamos un lugar para pasar la noche. La realidad fue que, después de golpear la puerta, nos abrió y atendió una señora con una impresionante cara de angustia e incomodidad. Nos hizo pasar al living de la casa, después de recibir la botella de vino que le había guardado con tanta dedicación, y a cambio, nos ofreció un vaso de agua, al tiempo que nos preguntaba casi sin interés por nuestros planes de viaje. Cuando le dijimos que nos queríamos quedar un día o dos en San Juan, muy nerviosa nos dijo que lamentándolo en el alma, ella no nos podía dar alojamiento porque su marido estaba con “los alambres pelados”, o sea, medio loco. Muy frustrados y aproblemados, luego de un momento conversando con esta señora, nos retiramos de allí tratando de encontrar una solución a esta situación no menor. En nuestra desesperación incipiente, se nos ocurrió recurrir al Consulado de Chile, donde por suerte, nos acogieron, pero lejos de obtener alguna mínima comodidad, solo nos dieron un espacio en el patio donde tirar nuestras bolsas de dormir, así es que fue así como pasamos nuestra primera noche como verdaderos mochileros, o sea, a la luz de la Luna y convertidos en manjar para los mosquitos. Al día siguiente, la verdad es que no sabíamos que hacer y no había siquiera el más mínimo espacio en nuestras mentes para hacer algo de turismo, porque solo pensábamos como poder salir de allí y volver a casa. El calor allí era agobiante, y caminando por cualquier calle, descubrimos una casa de dos plantas en obra gruesa y desocupada, así es que trepamos al segundo piso donde podíamos por lo menos recibir una leve brisa instalados en lo que iba a corresponder ser el balcón de la casa, hasta que luego de un par de horas vino un policía y nos pidió amablemente retirarnos del lugar. Esto nos dio la idea de recurrir a la Estación de Policía más cercana después de intentar infructuosamente salir de San Juan haciendo dedo. En la Estación pedimos información de las líneas de buses que iban a Chile, pero obviamente, todas cobraban y nosotros no teníamos dinero. En nuestra desesperación Llegamos incluso a proponerle a la Policía que nos deportaran, pero como no habíamos cometido ningún delito, esa alternativa era absolutamente imposible. De esta manera no nos quedo más alternativa que regresarnos a la carretera a seguir intentando como verdaderos mochileros que nos llevaran hasta donde fuera posible. Lamentablemente nadie nos levantaba, e incluso, hubo una camioneta que muy audaz y osadamente, se desvió de la carretera unos milímetros rozando como consecuencia nuestras mochilas que estaban apoyadas en el suelo. CONTINUARA …
Mi Primer viaje como Mochilero (II)
Me impresionó mucho al entrar allí que todo estaba cubierto con una fina capa de carboncillo, que luego supimos era el hollín (smog) acumulado en tanto tiempo de estar desocupada esta propiedad. Por supuesto que, luego de estas primeras impresiones en una ciudad tan grande, salimos a recorrer los lugares que considerábamos más típicos de Buenos Aires, como el Obelisco, la Casa Rosada, la calle Corrientes, Lavalle, la avenida 9 de Julio (conocida por ser la más ancha del mundo), la peatonal Florida, etc. Nos movíamos caminando, en el metro que nos pareció antiquísimo, hediondo y feo, pero atractivo por la novedad. También fuimos a recorrer otros lugares como, el barrio de Palermo, la Boca con su calle Caminito donde todas las fachadas lucen diferente t estrambóticos colores, navegamos por el río Tigre hasta la última isla de ese delta. Fue realmente, una experiencia memorable. A cada lugar que íbamos, quedábamos con la boca abierta, porque la novedad de estar allí era demasiado impactante para nuestra inexperiencia, y cada detalle quedaba impregnado en nuestras retinas, emociones y sensaciones. Resultaba ser una experiencia impagable, que estaba siendo vivida muchísimo más allá de lo que eran nuestras expectativas originales. Fueron dos o tres días viviendo estas emociones, hasta que llego el momento de empezar el regreso a Chile, lo que hicimos todavía contando con la generosidad de esta señora, porque compro para los tres un boleto en el tren “Libertador” que iba desde la Estación Retiro en Buenos Aires hasta la Estación de Mendoza. Después de viajar toda la noche y parte del día, llegamos nuevamente a Mendoza donde esta señora finalmente se separó de nosotros dejándonos seguir solos nuestro viaje como había sido originalmente concebido, vale decir, como mochileros y dependiendo llegar a nuestros destinos de la generosidad de la gente que eventual nos recogería en el camino. De todos modos, había quedado un “cogollito” de la bondad de esta señora, y esto fue que, finalmente, llegamos en tren con pasajes pagados por ella, a la ciudad de San Juan, al norte de Mendoza. Aquí fue donde empezó realmente nuestra verdadera aventura como mochileros, lo que resultó ser muy angustioso y excitante, cuando nos dimos cuenta que, finalmente, estábamos solos y abandonados a nuestra suerte en un lugar extraño y fuera de nuestro país. Yo había guardado una botella de vino chileno para un contacto en San Juan que eran amigos de un familiar mío en La Serena. No fue muy difícil encontrar la dirección de esta familia, y cuando llegamos al lugar, teníamos la expectativa de que luego de entregar la botella, íbamos a ser bien atendidos y todo eso, además de estar convencidos que tendríamos un lugar para pasar la noche. La realidad fue que, después de golpear la puerta, nos abrió y atendió una señora con una impresionante cara de angustia e incomodidad. Nos hizo pasar al living de la casa, después de recibir la botella de vino que le había guardado con tanta dedicación, y a cambio, nos ofreció un vaso de agua, al tiempo que nos preguntaba casi sin interés por nuestros planes de viaje. Cuando le dijimos que nos queríamos quedar un día o dos en San Juan, muy nerviosa nos dijo que lamentándolo en el alma, ella no nos podía dar alojamiento porque su marido estaba con “los alambres pelados”, o sea, medio loco. Muy frustrados y aproblemados, luego de un momento conversando con esta señora, nos retiramos de allí tratando de encontrar una solución a esta situación no menor. En nuestra desesperación incipiente, se nos ocurrió recurrir al Consulado de Chile, donde por suerte, nos acogieron, pero lejos de obtener alguna mínima comodidad, solo nos dieron un espacio en el patio donde tirar nuestras bolsas de dormir, así es que fue así como pasamos nuestra primera noche como verdaderos mochileros, o sea, a la luz de la Luna y convertidos en manjar para los mosquitos. Al día siguiente, la verdad es que no sabíamos que hacer y no había siquiera el más mínimo espacio en nuestras mentes para hacer algo de turismo, porque solo pensábamos como poder salir de allí y volver a casa. El calor allí era agobiante, y caminando por cualquier calle, descubrimos una casa de dos plantas en obra gruesa y desocupada, así es que trepamos al segundo piso donde podíamos por lo menos recibir una leve brisa instalados en lo que iba a corresponder ser el balcón de la casa, hasta que luego de un par de horas vino un policía y nos pidió amablemente retirarnos del lugar. Esto nos dio la idea de recurrir a la Estación de Policía más cercana después de intentar infructuosamente salir de San Juan haciendo dedo. En la Estación pedimos información de las líneas de buses que iban a Chile, pero obviamente, todas cobraban y nosotros no teníamos dinero. En nuestra desesperación Llegamos incluso a proponerle a la Policía que nos deportaran, pero como no habíamos cometido ningún delito, esa alternativa era absolutamente imposible. De esta manera no nos quedo más alternativa que regresarnos a la carretera a seguir intentando como verdaderos mochileros que nos llevaran hasta donde fuera posible. Lamentablemente nadie nos levantaba, e incluso, hubo una camioneta que muy audaz y osadamente, se desvió de la carretera unos milímetros rozando como consecuencia nuestras mochilas que estaban apoyadas en el suelo. CONTINUARA …
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