En términos sensoriales, la experiencia visual está presente en la casi totalidad de los sueños, la auditiva en un 40-50% y las táctiles, gustativas, olfativas y dolorosas en un mínimo porcentaje. En los sueños aparece un alto contenido emotivo, por lo general una emoción fuerte, simple, primaria, como el miedo, la ira o el gozo, más que las emociones moduladas, contenidas, que nos ocurren en la vida despierta.
La mayoría de los sueños aparecen en forma de historias interrumpidas, construidas parcialmente de evocaciones, con frecuentes cambios de escenario.
La amplia caracterización de la actividad onírica incluye una gran variedad de experiencias distintas, y muchas de ellas, registradas en laboratorios, son bastante comunes, aunque la mayoría de las personas experimentan alguna vez sueños extraños.
A comienzos del siglo XX, Sigmund Freud propuso que un proceso mental muy diferente del que predomina durante la vida diurna era el que dominaba a la mente durante el sueño; según Freud, este proceso primario se caracterizaba por sus mecanismos primitivos, rápidos cambios de la energía psíquica y las emociones, y un alto contenido sexual y agresivo conectado con las experiencias infantiles.
Biología de los sueños
La investigación de los últimos años ha clarificado muchos aspectos de los sueños, pero lo principal ha sido el descubrimiento de la fisiología del sueño. Los estadounidenses Eugene Aserinsky y Nathaniel Kleitman, pioneros en la investigación de los sueños, iniciaron en 1953 una serie de estudios que demostraron que los sueños no consisten en imágenes efímeras que aparecen al individuo en el momento del despertar, sino que tienen lugar durante un proceso fisiológico específico.Existen dos estados fisiológicos del sueño claramente diferenciados: el primero, conocido como “sueño sincronizado” o sueño no REM —Rapid Eyes Movement— ocupa gran parte del periodo de sueño y transcurre con un pulso cardiaco y una tensión arterial relativamente bajos, escasa activación del sistema nervioso simpático y ausencia de sueños.
En cambio, el segundo estado, conocido como “sueño profundo” (no sincronizado o sueño paradójico) o sueño REM, aparece cíclicamente durante el periodo del sueño y se caracteriza por la activación del sistema nervioso simpático y la práctica inactividad del parasimpático, los movimientos oculares rápidos y los sueños frecuentes.
Lo normal es tener durante el sueño cuatro o cinco periodos de sueño REM que suelen durar entre 5 y 20 minutos a intervalos de 90 minutos y que representan el 25% del sueño (el 50% en un recién nacido).
Si se somete al individuo a estímulos externos, como un sonido o una presión táctil, se incorporan al sueño si ocurren durante el periodo REM (circunstancia que ya señaló Freud como forma de defender el reposo y evitar despertarse). Estos estímulos no son capaces, sin embargo, de iniciar un periodo de sueño REM si éste no se ha iniciado todavía (lo que prueba otra de las hipótesis freudianas, contraria a ciertas creencias médicas de su época, que mantenía que los estímulos externos por sí mismos no originan los sueños).
Aunque aparezca actividad mental durante las fases de sueño no REM, suele ser fragmentaria, corta, semejante a las actividades del pensamiento.
Contenidos del sueño
Los nuevos avances en el conocimiento de la fisiología del sueño demuestran que los sueños no carecen de sentido ni son formaciones aleatorias de imágenes sin sentido. Por el contrario, al parecer los sueños son productos mentales llenos de significado, como los pensamientos o las ensoñaciones diurnas. Expresan deseos, miedos, preocupaciones y obsesiones del individuo, por lo que su estudio y análisis de contenido pueden ser útiles para revelar ciertos aspectos de su funcionamiento mental; ya lo apuntaba Freud en sus trabajos pioneros en este campo de la psicología, cuando postulaba el análisis de los sueños como la “vía regia” para conocer la estructura psíquica de sus pacientes.Fragmento de El sueño y los sueños.
De Jean-Noël von der Weid.Todo lo que puede enunciarse sobre el sueño puede ser controvertido. Es posible abordar aquí, no obstante, determinadas cuestiones que, desde el comienzo de los tiempos, han estimulado el instinto escrutador del hombre. En primer lugar, el problema de las relaciones existentes entre los sueños y el acto fisiológico de dormir: puesto que el sueño se produce mientras dormimos (incluso si es de dominio general que una ensoñación diurna o una manera de soñar despierto pueden surgir o brotar), cabe preguntarse sobre la frecuencia y duración del sueño durante el reposo.
También es lícito indagar si la imagen onírica es, tal y como suponen algunos especialistas, una ampliación del estado fisiológico del sueño o si se trata, por el contrario, de un fenómeno temporal y si, en este último caso, se produce en el momento mismo en el que se concilia el sueño, lo que probaría la experiencia de lo que se denominan alucinaciones hipnagógicas, esos momentos coloreados, esos retazos de historias, esos trazos de sueño que se perciben cuando dormitamos o, por el contrario, en el momento de despertar.
En cada caso, la solución propuesta dependerá de la mayor o menor fiabilidad que se otorgue a la memoria al despertar.
¿Cuál es finalmente la duración objetiva de los sueños?
Las imágenes oníricas desfilan, elusivas, a una velocidad vertiginosa. Jean Cocteau ha dicho que “la instantaneidad del sueño es tal, que es posible soñar en el espacio de un segundo lo equivalente a toda la obra de Marcel Proust. Por lo demás, cabe decir que la obra de Proust está más cercana a un sueño de lo que, a menudo, se nos ofrece como narración onírica: posee, en efecto, los personajes innombrables, las intrigas cambiantes, la ausencia de cronología, la crueldad, el elemento funesto, lo cómico sorprendente, la precisión de los escenarios, el todo está tan bien que termina mal”.Más allá de esta definición casi exhaustiva del sueño cabe también preguntarse si la velocidad de las representaciones oníricas es compatible con la de las representaciones que se producen durante el estado de vigilia. Entonces, el sueño no es más que un breve brote luminoso que surge en la nada nocturna.
El papel del sueño paradójico
Hoy en día sabemos que el sueño es una función activa, eminentemente biológica, común a todas las especies vivas, pero más especialmente a los mamíferos; la mayor parte de los sueños de contenido gráfico tienen lugar durante las fases del sueño denominado paradójico (llamado así porque cuando se produce, si bien dormimos, nuestro cerebro está en plena actividad), localizable de manera precisa mediante una grabación poligráfica del sueño.Estas fases tienen una duración aproximada de un cuarto de hora y se producen durante el período del ciclo del acto de dormir en el que el adormecimiento es más profundo, unas cuatro o cinco veces por noche. Para el hombre, como para los animales, el sueño paradójico juega un papel esencial en el aprendizaje y la memoria.
Así, cuando nos dormimos obsesionados por un problema espinoso cuya solución se nos muestra luminosa al despertar como una epifanía, podemos decir que ha actuado el sueño paradójico.
Un ejemplo: el químico alemán August von Stradonitz habría descubierto la estructura del benceno en el clímax mismo de su sueño. Pero nadie negará que solamente cuando despertó pudo consignar este descubrimiento. Se ha señalado que determinados medicamentos psicótropos, que reducen la duración del sueño, generan trastornos en la memoria. Según el profesor Michel Jouvet, el sueño tendría una función de reprogramación genética; sería el guardián del equilibrio psíquico, de la homeostasis del medio interior, así como de la frescura de las aptitudes lógicas y espontáneas. Nos protegería también contra los errores de comportamiento, las aporías, la sinrazón, pero también contra las influencias perversas o nefastas.
Esta tesis ha suscitado no pocas controversias. Así, Jean-Pierre Changeux ha lanzado la hipótesis de que los centros del sueño envían un “ruido” (en el sentido que da a este término la teoría de la telecomunicación: fenómeno aleatorio parásito que perturba la transmisión de mensajes) en las sinapsis para establecer estructuras no utilizadas de manera eficaz durante el estado de vigilia: el sueño sólo aparece allí, dice, “para dejar al programa genético expresarse y/o preservar la estabilidad de su expresión fenotípica”.
De ahí que Jouvet oponga el hecho de que si nos encontrásemos frente a una estabilización, la privación del sueño debería engendrar trastornos graves en relación con el aprendizaje en el gato —de hecho, el sueño desencadena en este animal una verdadera tempestad cerebral— y en el hombre, lo que no sucede siempre. En el sueño, añade, “la naturaleza recupera la delantera sobre la cultura”.
Así, bajo el efecto de simulaciones brotadas de un “pacemaker endógeno”, puede desarrollarse, durante el sueño, un verdadero repertorio de comportamientos genéticos pre programados. Tal es la razón por la que puede afirmarse que hoy día es muy delicado determinar con precisión las funciones del sueño.
La imperiosa presencia del sueño
El sueño reviste una importancia trascendental. Las funciones de integración y recuperación que desempeña son tan esenciales como nuestras funciones fisiológicas dominantes. El sueño apura, en efecto, los conceptos y los acontecimientos inscritos en el repertorio de la memoria inmediata; es más, no cabe la menor duda de que también ha podido intervenir en el proceso de transferencia hacia la memoria a largo término después de que se ha producido la integración de lo útil, lo inofensivo y lo necesario —para evitar toda sobrecarga y facilitar las experiencias vividas ulteriormente—, el rechazo de lo inútil y de lo peligroso.Puede concebirse el sueño —y el acto fisiológico de dormir— como una exigencia biológica cuya finalidad primordial es asegurar el dominio funcional del consciente del ser sin que (dada la extraordinaria fragilidad que confiere el sueño al durmiente) la selección natural haya borrado a los hombres del contexto vital.