De la trama de “Langosta” es mejor no avanzar nada, pues su capacidad de sorpresa es preferible reservarla para la propia experiencia del espectador: basta con remitir a los dos films anteriores del cineasta griego Yorgos Lanthimos, “Canino” y “Alps”, quien confirma en éste, su tercer trabajo, la tremenda capacidad que posee para el análisis de las costumbres y convenciones del mundo en el que nos ha tocado vivir, trasladando éstas con eficacia y originalidad al territorio de lo absurdo y lo dantesco.
Es por ello que sus films, constituidos por marionetas pululantes a lo largo y ancho de un mundo tan teatral, resultan tremendamente cercanos y realistas pese a su, a simple vista, tan hierática irrealidad: Lanthimos parte de premisas que de tan absurdas e irracionales se conforman, en un inicio, como imposibles en la mente del espectador; sin embargo, a medida que el relato avanza, dichas experiencias de carácter abstracto se tornan en una extraordinaria síntesis de gran precisión acerca de las imposiciones del mundo civilizado. Así, la narración se desnuda por completo de lo superfluo provocando que el esqueleto de todas las convenciones sociales aprendidas se desmorone: nada más lejos de la realidad.
Este planteamiento de tal poderío narrativo se ve reforzado por la austeridad de Lanthimos tras la cámara: su decisión de mantenerse ajeno a lo sucedido, escatimando en diálogos y dejando que sean los silencios y las miradas (sin olvidarnos de los gestos) quienes hablen, plantea un distanciamientotambién por parte del espectador que, si bien podría dificultar su empatía con lo planteado, favorece eficazmente su interés en el desarrollo de los hechos al cumplir una posición activa que le obliga a involucrarse para desentrañar lo narrado.
En una frase: cómo dejar en paños menores las convenciones del sistema.
Pelayo Sánchez