Qué difícil es ir por la vida con tranquilidad! Apenas nuestras acciones marcan huella y, como perros, no faltan adversarios que con fuertes ladridos tratan de persuadirnos de que nos detengamos. Cuando esto sucede, a manera de conjuro para contrarrestar la agresión, solemos repetir la frase atribuida al Quijote: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.
Independientemente del origen de la frase, que después de una breve investigación, me he dado cuenta de que no aparece en la obra de Miguel de Cervantes ni por el forro, me viene de perlas la etimología que ésta ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos para referirme a la actual situación que vive el equipo azulgrana a día de hoy.
Un equipo instalado en la duda, y al que ahora cómo voraces mastines, se encargan todos de atacar y acorralar en busca de un desprestigio más allá de los terrenos de juego, que es donde realmente el Barcelona se ha labrado su leyenda. El fichaje de Neymar, el fichaje más explicado de la historia del fútbol, el fichaje más investigado desde que empezó a rodar el balón allá por finales del siglo XIX, el fichaje más mediático de las últimas temporadas, ha provocada, desde que un socio en busca de no sé muy bien que, interpelará una demanda contra la actual directiva, la actuación más vertiginosa que yo recuerde de un aparato judicial, del que si por algo se caracteriza, es por la lentitud hasta la exasperación de todos sus trámites.
Y no seré el que pase a enjuiciar, al socio azulgrana, que ahora mismo ni recuerdo cómo se llama, ni tengo ganas de buscarlo en la nube digital. Ni sé los porqués de los males del contrato del brasileño. Ni sé si ha de pagar más o menos a Hacienda. Y la verdad, que ni me interesa. Ni me preocupa si la fiscalía o el juez han imputado a la institución en busca de todavía no sé qué defectos de forma, o malabarismos contables. No soy ni jurista, ni contable, ni empresario, ni pertenezco a ningún círculo profesional que me permitan dar un juicio de valor consistente. No soy diferente a la mayoría de los que estos días hablan y hablan, opinan y hacen ruido, maldicen y trasgiversan.
Pero en cambio, me encanta oírlos. Me encanta ver cómo se enervan, cómo alzan la voz, cómo claman por la justicia, cómo buscan el deterioro de una imagen, cómo intentan el hundimiento, cómo buscan el demérito. Y cuanto más gritan y más critican más disfruto. Ladren señores, ladren.
Nada de esto sucedería si el Barça, en lugar de estar instalado donde hoy está, vagara intrascendente en una competición anodina. Nada sucedería, si año tras año, un equipo al que se busca la fecha de caducidad se empeñará en demostrar al final de cada temporada que su lápida tendrá que esperar. Nada pasaría si en estos últimos seis años nuestro currículum no fuera el que es, el cual no reproduciré por no alargar las líneas de este artículo de manera insulsa. No habría lugar al desprestigio y al demérito si en estas dos primeras décadas de este siglo, los azulgrana, tanto de forma colectiva como individual no se hubieran instalado en el trono mundial del planeta fútbol
Dejemos a la jauría ladrar, dejemos que se desfoguen, y mientras tanto, nosotros, sigamos paso a paso buscando aquello para lo que fuimos creados. Jugar al fútbol, y disfrutar con este deporte.
Decía Goehte, que “El perro, quisiera acompañarnos desde el establo; pero el eco de sus ladridos nos prueba que cabalgamos”. Y no dudéis que ahora, muchos de los que ladran hubieran dado lo que sea por acompañarnos en nuestra cabalgata hacía de éxito, o si más no, haber sido ellos los que la hubieran realizado.
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