La última película de Alberto Rodriguez, director nominado al Goya por Grupo 7, es una rara avis en el panorama cinematográfico español. No tanto por su enorme calidad, que pensarán algunos, sino por apabullante de su estética y lo negro de su cine. En otras manos tal vez hubiese pasado desapercibida, pero el tratamiento y el buen ojo de su director la eleva de categoría. Falta saber si es el tema el que favorece al autor o viceversa, algo que tal vez ni el mismo tenga claro. O que ni importe siquiera.
La historia sigue a Pedro y Juan (Raúl Arévalo y Javier Gutierrez), dos policías (detectives sería, tal vez, demasiado benévolo para sus ficticias carreras) que investigan la desaparición de dos muchachas en un pequeño pueblo andaluz, cercano a las marismas del Guadalquivir, durante la época de la transición. Las referencias al complejo tiempo político que se vivió son claras y están presentes, sin duda, pero sin resultar más que beneficiosas para la trama.
El film posee una intensidad en ocasiones desbordante, que recuerda a fallidos intentos del cine reciente por intentar resultar profundo e intenso, como El Consejero de Ridley Scott, donde hasta el camarero conocía la obra de Dante. Pero se equilibra al estar plagado de auténticas joyas interpretativas, que al igual que hacían en Grupo 7 pueblan los rincones secundarios y terciarios del reparto y otorgan a Alberto otro título además de los ya mencionados: el de gran director de actores.
¿Qué decir sobre su parecido con True Detective? Pues que es cierto, tanto la historia y las localizaciones como el tratamiento (desde 2014 cada vez que se juntan en una frase "plano secuencia" y "True Detective" hay que beber un chupito) e incluso el final, recuerdan a la serie. Pero igual que el mundo de la invención posee un imaginario lleno de historias con luchas por el primer puesto , como Marconi, Tesla y la radio; o igual que el actual conglomerado empresarial provoca competiciones como la de Apple y Android, me gusta pensar en las inevitables comparaciones entre True Detective y La Isla Mínima como la particular (y pacífica, ojo) contribución del cine a esta inevitable condición del vasto mundo en el que vivimos, donde incluso dos ideas o visiones tan aparentemente personales y únicas como las de Nic Pizzolatto y Alberto Rodriguez pueden surgir a ambos lados del océano y resultar sorprendentemente similares.
En una frase: all right all righ de puta madre